Hermosos perdedores

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Como referentes de la escena emergente local, Los Peyotes hablan sobre su nuevo disco, de por qué es más fácil tocar en Berlín que en Mar de Plata y cómo se siente que tu novia se acueste con otro.




TEXTO MARTIN SANTORO

Entre aullidos guturales, bailes espasmódicos y ritmos frenéticos, Los Peyotes erigen la bandera del sonido garage anclado en el beat de los 60s. Acaban de sacar “Garage o muerte”, un disco que reafirma la impronta de la banda, con un sonido estridente y una lírica plagada de historias de desamor y reivindicación del marginal y feo. Este trabajo, grabado íntegramente en España, busca retratar con mayor fidelidad aquel contexto donde la banda realmente brilla: el vivo. La voz cavernosa de David Peyote se conjuga con la batería desenfrenada de Pablo Bam Bam, el bajo pulsante de Oscar Hechomierda, la guitarra filosa de Rolando Bruno y el teclado chirriante de Juan Roman Lemons para resultar en un descontrol escénico que contagia indefectiblemente a todas las huestes rockeras.

La banda acaba de volver de su primera gira por Méjico y cuarta consecutiva por Europa, habiendo tocado España, Holanda, Alemania, Italia, Austria y Francia. Allí cosechan una base de público fiel gracias al interés que despierta el género en el continente. Este viernes presentarán el nuevo disco en Niceto Club, además de estrenar vestuario y el videoclip del tema que da nombre al álbum, filmado en una fábrica abandonada de Avellaneda, “con armas, violencia y chicas muy lindas para compensar nuestra fealdad”, según cuenta David.

Llama la atención que una banda sin apoyo de una empresa discográfica ya haya podido llevar adelante su cuarta gira consecutiva en Europa. ¿Cómo se generó la posibilidad de ir para allá?

Rolando: A través de la canción “El humo me hace mal”, que se editó allá en vinilo por el sello Dirty Waters de Inglaterra. Por suerte, fue una especie de hit que se convirtió en un tema de culto gracias a que los DJs lo pasaban mucho. Después tuvimos una invitación del festival Funtastic de Valencia y ahí arrancó todo.

¿Qué es lo que más buscan lograr en los viajes?

David: Hacer dinero (risas). Igual, después gastamos todo en ropa, discos e instrumentos. En realidad está buenísimo conocer países, gente y ver si la escena de Peyotes creció. Todos los años es un misterio.

¿Sienten que el público allá es más receptivo a una propuesta como la suya?

Rolando Bruno: Sí, porque hay una escena, a diferencia de acá. Si bien somos los mismos de siempre, allá está muy dividido: por un lado está la movida surf, por otro la garage y así. Hay muchas más bandas y el público es más específico al género. Acá se mezclan todos con todos porque no hay tantos grupos ni gente.

¿En algún momento pensaron, dada la recepción positiva que tienen allá, hacer más que una gira e instalarse una temporada, por ejemplo?

David: Sí, pero estamos acá, tenemos laburos acá y somos de acá. Además, tal vez si viviéramos allá seríamos una banda más del montón.

Rolando: Acá cuesta ser sixties. Allá es fácil conseguir una ropita, las botitas, los instrumentos. Nosotros hacemos lo que podemos, entonces eso también tiene una nota de color. Nuestra ropa no es tan perfecta como la de ellos y se cagan de risa. Eso también entra dentro nuestro estilo porque nos encanta lo bizarro, como aquellas bandas peruanas de los sesentas que copiaban la estética de las inglesas con camisas de cafetero (risas).

¿Les cuesta volver?

Oscar: A veces es todo un tema venir de un festival lindo en Europa y volver acá para lidiar con los mismos roñosos de siempre, los productores, los managers y gente que tiene la idea de llevarse plata con nosotros. Allá te tratan muy bien; acá no hay tanto respeto.

David: Resulta increíble pero es más fácil tocar en Alemania que en Mar del Plata. En dos días te puedo conseguir un show en Berlín, pero no puedo meter ni uno en la costa. Es algo que no se entiende. En Europa sabemos que hay un piso de 150 personas, entonces vamos tranqui.

¿Cómo viven la movida local?

Rolando: No hay movida. Somos un grupo de bandas que compartimos fechas y escenarios, como con los surf y rockabilly, pero no lo siento como una escena.

David: En el caso del rockabilly creo que sí hay una escena, donde van todas chicas pin-up y los pibes más lookeados. Los de surf también van más con sus camisitas y eso. Nuestro público es onda nada, pero bien. Uno va con una remera de los Cramps, otro de zapatos y alguno como salió de la facultad. No se entiende bien de dónde vienen, pero al momento de tocar, los une la música. Nosotros siempre hablamos de evangelizar con nuestras canciones, pero evidentemente no lo estamos haciendo bien (risas).

Sin duda, uno de los mayores atributos de Peyotes es su show en vivo, siendo una banda súper enérgica arriba del escenario. ¿Les cuesta traducir eso al disco?

David: Es muy difícil. Imaginate que a la hora de grabar la voz, estás encerrado en una caja, más solo que nadie. ¿De dónde sacás la concentración mental para enloquecer?

Rolando: En estos últimos discos tratamos de grabar prácticamente todo en vivo. También buscamos permanentemente un sonido vintage. Por ejemplo, este último disco fue grabado en España, en un estudio completamente analógico, lo cual está buenísimo para nosotros.

Creo que el disco cumple un doble propósito: por un lado representa bien lo que es la banda pero al mismo tiempo invita al oyente a verlos en vivo y así completar la “experiencia Peyotes”.

Oscar: ¡Totalmente! Un show siempre va a ser más power, por las bizarreadas que hacemos. Somos muy cirqueros en ese sentido.

David: ¡Somos unos vende humo! (risas)

Oscar: Lo importante es que siempre pasa algo. Creo que si lo guionásemos, no saldría nada. Todo lo que hacemos es súper espontáneo.

En sus letras siempre reivindican al marginal, al feo, al deforme. ¿Por qué?

David: ¡Tuvimos una vida dura! (risas) Mucho resentimiento (más risas). El género en sí es de perdedores. Hay muchas bandas históricas con un solo hit o ni siquiera eso. Creo que hemos sido maltratados por la vida misma. Por eso es mucho más fácil cantarle al dolor que al amor. Comprometés más emociones. Sale así. No puse “El humo me hace bien”. Puse “mal”, porque está eso de sufrir siempre. Supongo que habrá tenido que ver con los grupos que escuché, que eran muy llorones, medio maricones. Hablo de Los Ángeles Negros, el primer Sandro y demás.

Pero también hay una dosis de violencia en ese resentimiento.

David: Mirá, la letra de “Demoler” de Los Saicos es lo más punk de lo punk. Nosotros tomamos eso porque nos gusta así. Tal vez cantar algo buena onda me haría ruido. Siempre está ese resentimiento del negrito con poder (risas). Además al feo siempre le va mal con las chicas. Es muy difícil ser feo.

¿Te sentís feo?

David: Todos fuimos dejados por chicas en algún momento, por culpa de ellas o de alguien, pero nunca por culpa tuya (risas). ¡No nos hacemos cargo de nada!

Si bien Peyotes lleva más de una década de ruedo, en los últimos años han logrado una continuidad y un reconocimiento muy importante. En este sentido, ¿qué es más difícil: hacerse un nombre o mantenerlo?

David: Sin dudas, mantenerlo.

Rolando: Yo no sé ni si lo hicimos (risas).

Rolando: Hay bandas infladas por la prensa que, después de un año, ya no sabés nada más de ellas. Pasan de estar en todos lados a desaparecer.

David: Es que a los periodistas les encanta andar descubriendo la próxima banda nueva y son esos mismos tipos los que después las bajan. No sé por qué es así, pero es bien adolescente. Al pibe que está saliendo al mundo del rock le gusta descubrir su banda, hacerla propia y cuando se masifica, la deja. Es como que a tu novia se la garchen todos. “No, yo te desvirgué así que sos mía, no da que estés con otros”. Me parece que mantenerse en el tiempo está bueno y por eso banco a gente como Boom Boom Kid, que nunca explotó masivamente pero siempre se mantuvo súper activo y la gente lo acompaña. Yo aspiro a eso: algo que me permita laburar y estar tranquilo. Nosotros vimos pasar muchos grupos que la pegaron un verano y después se quedaron.

¿Se sienten un referente para las bandas garageras que están empezando?

David: Muchas veces vienen chicos que están arrancando y nos preguntan sobre cómo hacer para sacar discos, comprarse instrumentos o irse a Europa a tocar, como si lo supiéramos todo. Siempre les digo que nada es imposible, que no se droguen, que estudien (risas), pero no sé. Si no puedo con mi vida, menos puedo con la de los demás.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com

Alquimista sonoro

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Les Claypool es uno de los bajistas más talentosos del mundo del rock. Al frente de Primus logró llevar su espíritu ecléctico a las masas, cosechando discos de platino y nominaciones a los Grammys en el proceso. Hablamos con él antes del primer show de la banda en el país.




TEXTO MARTIN SANTORO

Claypool tiene una risa fácil y contagiosa que resuena en todo su cuerpo. Habla rápido y da respuestas directas. Además, parece sentir una cómoda incomodidad frente a cualquier entrevistador, posiblemente al tener que asumir a la tarea de explicar lo inexplicable: ¿cómo es que Primus, banda tan bizarra como talentosa, ha logrado cabalgar más de dos décadas sobre el lomo de una industria musical cada vez más conservadora?

Desde su aparición a mediados de los 80s, el grupo desarrolló un sonido que se pasea del funk al punk y de lo experimental al metal con total soltura. En la década siguiente, con un nuevo público, ávido de abrazar al creciente rock alternativo, lograron posicionarse como mucho más que una banda de culto. A través álbumes como “Sailing The Seas Of Cheese”, “Tales From The Punchbowl” y “Antipop” llegaron los discos de platino y las nominaciones a los Grammys.

El 2000 los encontró declarando una “pausa perpetua” para el conjunto. Allí, Claypool se avocó a continuar con trabajos de estudio y proyectos personales. Colaboró con figuras de la talla de Tom Waits y Adrian Belew, además de formar diversas bandas como Holy Mackerel, Colonel Les Claypool’s Fearless Flying Frog Brigade, Colonel Claypool’s Bucket of Bernie Brains y Oysterhead, el afamado trío que contaba con Stewart Copeland (baterista de The Police) y Trey Anastasio (guitarrista de Phish).

Una década después de su último disco de estudio, Primus vuelve al ruedo con la voz y el bajo de Claypool al frente, secundado por el guitarrista Larry LaLonde y Lay Lane, baterista original de la banda. Revitalizados y con ansias de escapar al circuito de la nostalgia, Les vuelve a enarbolar la bandera de su primer amor y redobla la apuesta con la Oddity Faire Tour y nuevo disco en las gateras.

Después de tantos años de separación, ¿qué los llevó a reunirse?
En realidad yo no quería hacerlo (risas).

¿En serio?
Sí, absolutamente. Sentía que Primus se había convertido algo de nostalgia. He estado en muchas otras bandas y además tengo mi carrera solista, por lo que no estaba interesado en revivirla. Hablé con Larry LaLonde y él realmente quería hacerlo. Para mí, resultaba evidente que algo tenía que cambiar para que vuelva a ser estimulante otra vez. Tim Alexander se fue de la banda y Jay Lane, quien fue nuestro baterista hace muchos años, volvió a la formación. Eso lo hizo mucho más excitante a la hora de salir a tocar y meternos en el estudio a grabar.

¿Tomás esto como un nuevo comienzo o como la continuación de lo que venían haciendo?
Podría decir que es una nueva continuación (risas), ¿qué te parece eso?

Es un buen punto medio. En ese sentido, ¿sentís el peso de tener que “preservar el legado” o hacés de lado la solemnidad y simplemente dejás que las cosas fluyan?
Realmente no pienso en eso. O por lo menos trato. Para mí, lo más importante a la hora de hacer Primus es que tiene que ser fresco, excitante y disfrutable. Hicimos unos shows en el 2003 y 2006, lo cual fue muy divertido las primeras tres semanas. Después realmente quería irme a tocar con mi banda. No me gusta retroceder; siempre quiero avanzar y hacer cosas nuevas. En lo financiero, es mucho más lucrativo seguir con lo viejo y mantener la “marca”, pero me vuelve loco. Entonces, para regresar ahora, si bien hay cierto elemento de nostalgia al tocar las canciones viejas, la clave es que nos movamos hacia adelante. Justamente por eso estamos grabando un disco nuevo: para mantenernos frescos.

¿Tienen algo grabado o van a comenzar cuando termine la gira?
Ya estamos trabajando en el estudio. Lo dejamos en pausa para hacer estos shows.

¿Aporta algo venir a tocar cuando todavía están grabando un disco o, francamente, es una distracción?
Es una distracción, sin duda (risas).

Imagino que debe romper un poco el clima y la concentración.
Sí, pero es lo que es. Dentro de todo, nos da una oportunidad de tomar un poco de distancia y escuchar lo que ya tenemos hecho para ver cómo está saliendo.

¿Son de probar las nuevas canciones en vivo para tantear el feedback de la gente o prefieren estrenarlas una vez que esté el disco?
En esta oportunidad no vamos a tocar nuevas canciones enteras. Tal vez partes o fragmentos por acá y allá. De todos modos, aún no lo sé, todavía no escribí la lista de temas. Es diferente cada noche, dependiendo de cómo nos sentimos.

¿Cómo armás la lista de temas para un lugar en el que nunca se presentaron en vivo? ¿Tomás eso en consideración o lo ves como un show más?
Ya nos enteraremos (risas). Siempre depende de cómo estemos ese día. No sentimos obligación alguna de tocar los “hits”. La lista depende más de cómo se ve la audiencia, cómo es el lugar, como nos sentimos, si estamos contentos, tristes, drogados, borrachos (risas)…

De todos modos, si estuviesen en Los Angeles, por ejemplo, donde tocaron cientos de veces, pueden hacer excentricidades como tocar un disco entero de principio a fin. En cambio, al estar ante una audiencia nueva, tal vez optan por algo más representativo de todo su catálogo.
No creo que toquemos un álbum entero o algo así. Solemos hacer ese tipo de locuras cuando tenemos muchas fechas en un mismo lugar, para mantener las cosas interesantes y que cada noche sea distinta. Acá en Buenos Aires supongo que tocaremos una lista variada. Ahora que Jay está en la banda, estamos tocando canciones que nunca hicimos en vivo.

¿Sienten que están redescubriendo parte de su catálogo?
¡Sí, definitivamente!

¿Tienen algún método a la hora de componer? ¿Las canciones nacen de un trabajo premeditado o desde la improvisación?
Creo que cada vez es diferente. Si bien suelen ser canciones que yo traigo, también animo a Larry para que aporte material. A su vez, Jay trae ritmos para que nosotros construyamos encima. Me encanta eso porque hay más de donde agarrar y hace que toque mi instrumento de forma diferente porque me estoy acoplando a la idea de otro. Tratamos de mantener todo lo más espontáneo posible. En todos los años que vengo haciendo música, mis canciones favoritas, las que siguen apareciendo en todas las listas de temas, son las que nacieron naturalmente. Cuando lo forzás o tratás de hacer algo para cierto público o porque te lo pidió la discográfica, se siente artificial.

¿Cómo te mantenés creativo en tantos frentes?
Cada experiencia trae un elemento distinto. Cuando toco con Stewart Copeland lo hago de una manera muy distinta a cuando todo con Tom Waits, por ejemplo. Así es como salen cosas diferentes. Es como tener una cacerola con un montón de ingredientes. ¡No vas a tomarlos todos y hacer siempre la misma sopa! Con cada uno se te van a ocurrir cosas distintas.

¿Cómo hacés para decidir qué idea llevas a cada banda?
Me pregunto con la sensibilida de quién funcionaría mejor y lo llevo ahí. A veces se me ocurren temas con los que no quisiera torturar a mis compañeros de Primus. Ahí entra mi proyecto solista, donde me libero de cualquier tipo de culpa (risas).

¿En algun momento pensaste en armar una especie de “super banda” que cubra todas tus necesidades e inquietudes musicales?
No. Para mí Primus es Primus, una colección de tres tipos y reflejamos lo que es. Oysterhead son otros tres tipos y reflejamos lo que eso es. Mis cosas solistas pueden ser todo lo que quiera que sean. Supongo que es como hacer un film y usar diferentes actores cada vez que hacés una película. Primus y Oysterhead son como Seinfeld y The Office: siempre usas a las mismas personas para los mismos roles.

Considerando lo extensa que es tu carrera y la cantidad de experiencias musicales que has tenido, ¿sos de sentarte a hacer balances? ¿Hay algo que hubieras hecho de otra manera?
Creo que, en la vida en general, uno siempre suele ver para atrás y piensa en cambiar algo. De todos modos, ¡siento que lo he hecho bastante bien! Es importante cometer errores, porque algunos de ellos crecen y se convierten en pequeñas joyas en si mismos. Hay cosas que, al grabar, llamo “errores gloriosos”. Cuando los cometés te hacen ruido pero después, al escucharlos, te enamorás de ellos. A veces vuelvo a canciones viejas y pienso en lo juveniles e idealistas que sonaban, pero me encantan. Es como tu corte de pelo del secundario: si te ves, decís “¿en qué carajo estaba pensando?”, pero después te vuelve a gustar. Es inevitable cometer errores, así como lo es querer corregirlos, pero prefiero equivocarme. La perfección es aburrida.

¿Qué es el éxito para vos, entonces?
Como artista, la parte favorita de mi “éxito” ha sido la libertad por la que siempre luché y fui cabezadura. Una de las cosas que más me alegra también es la gente, especialmente mis héroes, con la que pude tocar. Tengo amigos en bandas súper exitosas, donde han creado una “marca”, pero no hacen nada afuera de eso porque es mal negocio. A mí, eso me volvería completamente loco. Primus representaría muchas más ganancias económicas si sólo nos dedicáramos a esto, pero yo realmente enloquecería. Afortunadamente puedo decir que toqué con Tom Waits, Stewart Copeland, Bernie Worrell y miles de personas más. Eso, para mí, es lo que más me enorgullece al final de día. Es lo que me llevaré a la tumba: que pude tocar con todos esos tipos. Sin duda alguna, eso es lo más excitante para mí.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com

Calientan los motores

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Con la estridencia rockera y el efervescente groove del rockabilly, Motorama se alza como una de las propuestas más excitantes de la escena emergente local. El año pasado presentaron “Crisis”, su debut discográfico y acaban de editar “Ballgag”, su flamante EP.




TEXTO MARTIN SANTORO
FOTO ZENZORIA

A pesar de tener una clara influencia del rockabilly, Motorama se erige como una banda de rock apta todo público que elude los clásicos clichés del género: no hay uniformes, personajes, espíritu de revival ni pose. En escena, el contrabajo hiperactivo de Nico Valle se fusiona con la pulsante batería de Luciano Esain para generar una base hipnótica, tan compacta como suelta, sobre la que Sam dispara acordes filosos y letras calientes. Así, el trío resulta una máquina de estribillos pegadizos y ritmos contagiosos que invitan a bailar hasta que salga el sol.

Esa impronta vital se traduce también en su trabajo de estudio. En 2009 editaron “Crisis”, un excelente disco debut, con la producción de Manza Esaín y la participación de figuras como Campino de Die Toten Hosen y Hugo Lobo de Dancing Mood. Allí despliegan una paleta sonora que va desde el espíritu festivo bailable de “Mirando al cielo” o “Chicas finas”, hasta los pasajes lúgubres del psychobilly, con canciones como “Venganza” o “Luz mala”.

Impulsados por la inercia de constantes shows en Capital, el conurbano y giras por Brasil, la banda acaba de lanzar “Ball Gag”, un nuevo EP que obra como de caldo de cultivo para el rock, el country, el rockabilly y el pop. El trabajo presenta nuevas canciones, versiones en vivo, outtakes de las sesiones de su disco anterior y covers con sello propio. “En todos los discos que grabé en mi vida, siempre sentí que faltó o sobró algo. Con Motorama es la primera vez que sigo escuchando los dos trabajos y no retocaría nada”, define Sam.

Los discos no sólo logran retratar fielmente la energía cruda del vivo sino que se potencian a través de arreglos que, según los propios músicos, elevan las canciones a su mejor versión posible. “Los arreglos son desgloses de lo que ya estamos haciendo. Se trata de cosas naturales, que uno escucha aunque no lo esté tocando nadie”, explica Esain. Sam, por su parte, agrega: “Son condimentos del disco que hacen que sea divertido y que puedas descubrir algo nuevo con cada escucha”.

¿Cómo hacen para mantener una misma identidad y, al mismo tiempo, lograr un lenguaje propio tanto en vivo como en estudio?

LULO: Para nosotros no son dos mundos separados. Cuando grabamos, las bases son tocadas en vivo, todos juntos. Después se agregan cosas para reforzar esas intensidades que uno genera cuando está tocando en el escenario, porque en tu casa no ves a la banda, la cara del guitarrista al hacer un solo, al contrabajista cuando se trepa a una mesa y demás locuras propias de un show.

SAM: Cuando uno está muy seguro de lo que hace en vivo, no le agarra culpa al plantear algo distinto en el disco. La gente que escuche el CD y después te vaya a ver no va a decir ‘estos son unos mentirosos’. Aunque el vivo y el disco puedan tener sus diferencias, no va a importar porque cada uno vale y está bueno a su manera. De todos modos, si nosotros fuésemos tipos con guita, invitaríamos a un trompetista y a un tecladista para que vengan a tocar unos temas. Sería un gusto que quisiéramos darnos cada tanto.

¿Con qué criterio eligieron los covers que grabaron? Si bien “Do anything you wanna do” de Eddie & The Hot Rods y “You shook me all night long” de AC/DC son canciones más cercanas a su estilo, llama la atención que reversionen una como “No surprises” de Radiohead.

SAM: Hay temas que me gustan mucho y generan una gran intriga por saber cómo saldrían si yo me pongo a tocarlos. Creo que es un desafío buenísimo.

NICO: En el caso puntual de “No surprises”, está en el disco porque queríamos incluir una versión de un tema no tan viejo. No queríamos que fuera de los setentas u ochentas, sino acercarnos y tomar algo más contemporáneo. Más allá de que no se grabaron, también hicimos canciones de Blur, Pulp y un montón de bandas más de esa movida que también nos gustan.

SAM: Por eso lo podemos plasmar de una forma copada: no es una canción que hacemos “en chiste”, sino algo que realmente nos encanta.

Sacar dos discos en dos años, cuando el grupo tiene tres de vida, es un gran mérito para una banda joven como ustedes en los tiempos que corren. ¿Cómo ven la industria musical acá, donde las discográficas no apuesta por algo nuevo?

LULO: Es loco pensar que en Argentina prácticamente no hay bandas exitosas de rock de gente joven. En Inglaterra, pibes de dieciocho años como los Artic Monkeys hacen tres shows y la industria se da cuenta que tienen pasta e invierten en ellos para que crezcan. Acá te dicen ‘pero sólo están tocando hace tres años’. Flaco, ¿cuánto más querés que toque? ¿Quince? Eso te quema y hay gente que se queda en el camino.

SAM: Las bandas grandes de acá, como Babasónicos, están hace veinte años y recién hace seis o siete que viven bien de esto.

Entonces, ¿gana el que persevera?

SAM: Yo creo que sí.

LULO: Gana el que persevera y realmente tiene algo que decir.


SONIDO PROPIO

La banda nació en 2006 de la mano de Nicolás y Sam, luego de la separación de Historia del Crimen, uno de los referentes del rockabilly local. Tras una breve formación de cuarteto, el trío se consolidó con la incorporación de Luciano en la batería. Su estilo, que oficia de puente entre Slim Jim Phantom y Keith Moon, terminó de fortificar un sonido que escucha el pasado pero mira hacia adelante. Con Sam cumpliendo la doble tarea de guitarrista y cantante, todas las piezas se alinearon.

Cuando te hiciste cargo de la voz, ¿sentís que te descubriste o te hiciste cantante?

SAM: Nunca me hice ni me descubrí (risas). No me considero cantante, yo soy guitarrista. De todos modos, admito que funcionó mucho mejor de lo que pensábamos.

Tu voz es una parte clave del sonido de la banda.

SAM: Es verdad que no tengo la voz típica del género y, al final, eso terminó dándole un sonido particular. Lo mismo pasa con Lulo: no es un bateista “vintage”, sino que es mucho más rockero. Cada puntito de esos hace a la personalidad única del grupo.

LULO: Lo primero que hice cuando me llamaron fue aclararles que no era un baterista de rockabilly y ellos me dijeron que no buscaban eso, así que encajó perfecto.

NICO: Justamente, le propusimos ser el baterista de Motorama porque no queríamos nada que suene a los 50s, 60s ni al tunel del tiempo, donde todos tienen camisas iguales y hacen como que son de otro país siendo argentinos. No tengo problema con la gente que lo hace, pero no es lo mío.

En ese sentido, ¿se sienten parte de una escena o se ven más como una isla?

SAM: No me siento parte de una escena porque no creo que exista tal cosa acá. No veo público que siga bandas under. Me parece que la gente va a “eventos”, que pueden ser en un boliche o en una casa, pero no hay una “movida” como supo haber en una época, con un circuito de locales de rock donde sabías que siempre te ibas a encontrar con algo e iba a estar la misma gente que frecuentaba el lugar. Eso es una escena. Hoy, la gente va a ver bandas si está lindo el día. Si no, se quedan jugando a la Playstation.

NICO: Es cierto que nosotros no estamos integrados, pero a esta altura me importa tres pitos. Además, como Motorama no refleja algo muy purista, no podemos pertenecer a una escena o “tribu”, donde todo parece estar pensado y estudiado al detalle. Hacemos música para todo el mundo, con jopo o sin jopo. Igualmente, la estética rockabilly está de moda desde hace dos o tres años, pero es pura imagen. No hay muchos que realmente vaya a los shows.

¿Te molesta eso?

NICO: Me da lástima. En la escena, hay gente que si no se arma un show con todas bandas rockabilly, todas surf o todas garage, no va. Por ejemplo, un grupo como Norma no podría tocar en un contexto así, pero con nosotros sí. Si en Niceto toca una banda de rockabilly con otra como Valle de Muñecas, ¡los “jopos” no irían! ¡Ni en pedo! Ellos quieren que sean todos iguales. Es medio sectario… y nosotros nos cagamos en eso.

SAM: Un buen resumen de lo que pasa es ir a la Bond Street. ¿Qué hay más: negocios de ropa o de discos? La gente se quiere vestir, no quiere escuchar música. Esa es la realidad del rock hoy.

Por suerte, como bien dicen, cuentan con un público heterogéneo que no busca en ustedes una sensación de pertenencia, cual tribu urbana.

SAM: Es muy grato encontrarte con gente que va por el contenido y no la forma. Eso te da una satisfacción increíble, porque esa diversidad también está en uno: estamos toda la vida construyendo un montón de cosas y nos vamos quedando con las que más nos gustan. Después agarramos y las volcamos todas juntas cuando hacemos una canción de Motorama.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com

Jarvis...

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Viajeros sonoros

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Brian Storming acaba de editar su tercer trabajo discográfico, “The illustrated guide to Fantasie”, donde continúa con una propuesta tan atípica como hipnótica. RevistaG7.com habó con ellos antes de su presentación oficial en La Trastienda.




TEXTO MARTIN SANTORO

“The illustrated guide to Fantasie”, el flamante disco de esta “banda con alma de orquesta”, presenta un viaje hacia el núcleo de un grupo que busca crear un universo propio a partir de sonidos tan etéreos como punzantes, tan experimentales como fríamente calculados. Entre postales oníricas, gabinetes espaciales y bandas de sonido de películas fantásticas, navega este barco de doce tripulantes, capitaneado por el inquieto Duncan Toth.

El proceso de grabación terminó hace aproximadamente dos años pero el material recién está saliendo ahora. ¿Por qué tardaron tanto en sacarlo?
Duncan Toth: Tomamos la decisión de esperar a que las condiciones sean las adecuadas.
Durante estos dos años nos reunimos con varios sellos hasta encontrar una propuesta que realmente nos cierre. Teníamos una idea bastante clara de lo que el disco requería como plataforma y como respaldo y nos tomo un tiempo encontrar alguien que respetase estas necesidades.

En cuanto al proceso compositivo, ¿se nutren de la improvisación o prefieren construir conscientemente a partir de melodías y arreglos puntuales? ¿Tienen alguna metodología puntual?
Duncan Toth: Casualmente uno de los atractivos de Brian Storming es que cada tema tuvo un proceso distinto. Hay varios compuestos a partir del piano, otros de una melodía de voz, guitarra o loops. Tal vez el denominador común entre ellos sea que todos se desarrollan sobre sesiones de Pro Tools [NdR: programa de grabación digital multipista] en donde van tomando distintas direcciones, algunas veces transformándose hasta llegar a otra cosa. Este disco se trabajó a partir de partituras y arreglos que se gestaron al mismo tiempo que las composiciones. En ese sentido, las orquestaciones conforman una parte esencial.

Si bien llama la atención que tengan una lírica en inglés, encaja perfectamente con la propuesta musical. ¿Usar este idioma resulta de una decisión estética, una búsqueda de proyección global o simplemente les sale naturalmente así?
Duncan Toth: Es una decisión estética y conceptual. Tiene que ver con las influencias literarias que hay en el imaginario de Brian Storming – como Poe, Sir Arthur Conan Doyle, Lewis Carrol – y con esta atmosfera de Londres del 1900 que se intenta recrear.

¿Cómo hacen para traducir al vivo todos los matices, capas de sonidos e instrumentaciones que logran de una forma tan pulida en el disco? ¿Sienten que, en alguna medida, es una propuesta difícil de ejecutar a la perfección sobre el escenario?
Andrés Ravioli: Nos gusta ese proceso. Trabajamos meticulosamente durante la producción del disco en estudio y durante la mezcla, y cuando llega el momento de ensayar los temas y presentarlos en vivo es un lindo desafío. Actualmente somos doce músicos tocando en vivo con variadas tímbricas: vientos, cuerdas, instrumentos electroacústicos y voces. A eso le sumamos secuencias sonoras y visuales en pistas. Con todo esto el disco toma vida en escena.

¿En algún momento les preocupó hacer un proyecto tan ambicioso que el público pueda no terminar de entender o asimilar por completo?
Andrés Ravioli: Creemos que no hay que subestimar al consumidor. Hacemos discos porque tenemos la convicción de que es lo que una banda debe hacer, pero también porque sabemos que a mucha gente le va a interesar nuestra propuesta.

Aun así, la suya es casi única acá. ¿Sienten afinidad con una movida u otras bandas locales o, por el contrario, se ven más como una isla dentro de la escena?
Andrés Ravioli: Brian Storming es un proyecto autosuficiente, porque tiene su propio imaginario y su propia estética. Además, tenemos colaboradores que admiramos como los chicos del grupo de música contemporánea Suden, Juan Ravioli, Ale Carrau de Defórmica o Rodra Guerra. También nos gusta mucho el disco de Ezequiel Cutaia, otro amigo de la banda.

¿Cómo se preparan para la presentación del disco este fin de semana?
Andrés Ravioli: Nuestro plan inmediato es terminar de ensamblar ensayos con los músicos nuevos que van a participar del show.

Sepia: Asimismo, esta semana lanzamos el video clip del primer corte del disco: “The Rabbit”. Es una pieza que inicia una serie de clips que darán pistas para llegar a “Fantasie”.

¿Qué hay en el horizonte de la banda?
Duncan Toth: En breve vamos a empezar a grabar un nuevo disco. Ya hay alrededor de doce composiciones nuevas y estoy terminando de escribir sus respectivas letras. Después de esto, queremos avocarnos completamente a la grabación de Peter Pan, una suerte de opera rock de la novela de J.M.Barrie, la cual venimos postergando desde hace unos años. La idea es simple: seguir grabando discos por mucho tiempo.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com

Rescate emocional

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Las Pelotas se erige como un grupo de sobrevivientes. Están a punto de tocar en el Luna Park para presentar su último trabajo, “Despierta”, gestado en medio de la tormenta que se generó con la partida y posterior muerte de Alejandro Sokol. Hablamos con Germán Daffunchio para saber cómo se hace para renacer con cada canción.




TEXTO MARTIN SANTORO

El nuevo disco parece conjugar muchas emociones casi contrapuestas, que van de la felicidad a la tristeza, de la esperanza a la frustración. ¿Qué te inspiró a la hora de componer?
Las historias de la vida. En “Despierta”, estaban pasando muchas cosas de peso, especialmente la partida de Alejandro y su posterior muerte. A medida que pasan los discos uno ve lo que hicimos antes para mejorar en el próximo. En este caso, nos propusimos llegar al estudio con los sentimientos a flor de piel. Para eso trabajamos muchísimo en la etapa de preproducción. La emoción no es una nota; es una cosa muy rara que se relaciona directamente con la libertad y cómo te sentís cuando estás interpretando. Todo ese contenido es reflejo de la herida y los sentimientos que uno tiene a través del tiempo.

En ese sentido, en las canciones parece estar latente la idea de “volver a creer”…
Cuando escribo no pienso en el mensaje que tengo que dar. Tengo la certeza que las cosas que me torturan o las que me hacen feliz y elevan el alma son comunes a mucha gente. Esa es la premisa. La esperanza tiene que ver con uno mismo y la sincera autoevaluación: admitir las veces que uno se ha equivocado y aceptar cuando uno quiere que las cosas sean de una manera y se dan de otra.

Antes contabas que el disco había llevado mucho trabajo de preproducción. Eso también se nota mucho en el sonido y en lo ajustado que suena todo. Cuando se suben al escenario, ¿buscan lograr eso mismo o ven al estudio y al vivo como dos terrenos distintos?
Creo que son dos cosas completamente distintas. Tenemos una pasión enorme por laburar en nuestro estudio propio e ir evolucionando, porque es como una escuela. En Argentina nadie te enseñe lo que es grabar. Hay mucho que tiene que ver con la psicología, con el trabajo grupal y con intercambiar ideas. Nosotros trabajamos así. No hay un líder que dice “esto es así y vos tocá esto”. En todo caso, cuando algo no cierra lo decimos y seguimos buscando. Nosotros vemos los temas como si fueran cuadros con una personalidad propia. Apuntamos a lograr eso y no a que cada músico se esté luciendo todo el tiempo.

¿Después de tantos años de carrera y de experiencias tan intensas, cuál es el motor que los sigue impulsando?
Creo que lo que más nos ayuda es todos los años que llevamos de lucha en las buenas y en las malas, con la misma pasión. Esas son las cosas que te hacen sobrevivir. Por suerte seguimos haciendo temas y nos seguimos emocionando. Yo siempre les digo a las bandas más jóvenes que hacer música no es lograr un hit. Ser músico es hacer miles de temas a lo largo de tu vida. El hit no significa nada. ¿Cuántos grupos conocés que la pegaron con una canción y después desaparecieron? No se sostiene, porque el público verdadero es el que hacés desde que arrancás en la D, tocando en los pubs y las cuchas, y es consecuente con lo que sos.

Ahora que ya pasó un tiempo desde la edición del disco, ¿qué sentís cuando lo escuchás? ¿Lo seguís disfrutando como el primer día o ya encontraste cosas que querrías cambiar?
Para ser completamente honesto, el disco lo escucho casi todos los días por lo que me transmite. Hay muchas cosas de nuestras vidas que están vivas en esos temas y para mí es como una terapia. Igualmente, te aclaro que escucho cualquier disco de las pelotas y me siento orgulloso. Nunca hice un tema que no quise.

El sonido de las pelotas puede pasar del reggae a una balada o un rock estridente. ¿Cómo hacen para conjugar los géneros y que, al mismo tiempo, mantenga una identidad?
Eso es un grupo. Tuve un gran maestro que fue Luca. Él era como una enciclopedia del rock inglés y siempre me decía, mucho antes que armáramos Sumo, que desde los Beatles hasta Yes habían arrancado en un pub y crecieron tocando. Eso es la consigna de nuestra vida: el laburo constante y la certeza de saber que la gente responde a eso. En lo musical, Las Pelotas tiene un espíritu que no lo puedo explicar pero está ahí. Tengo temas para hacer un disco solista pero son canciones que no serían para la banda. Y si no entran, no los ponemos. Es importantísimo tener personalidad. Además, siempre prevalece la música y no los egos de los músicos.

¿Por qué considerás que se da tanto esa competencia, incluso entre miembros de la misma banda?
Porque ese es el mensaje de nuestra sociedad. El ser el número uno, ver quien la tiene más grande, quién es el más virtuoso, el que salta más alto. En la música lo que verdaderamente importa es emocionar, no que demuestres que podés tocar mil notas en un segundo. Tocá lo justo, lo que te pide la canción.

Actualmente estás en una etapa donde te hacés cargo casi por completo de la tarea vocal, cuando antes compartías ese peso. ¿Cómo te sentís en el rol de frontman?
Tanto Luca como Alejandro fueron escuelas muy fuertes en mi vida. Además, uno tiene que enfrentar lo que le toca. Yo canto desde el segundo disco, pero bueno, siempre estaba Ale adelante. Por suerte me siento muy apoyado por mis compañeros, amo cantar y cada vez lo disfruto más. Después, si no me sale bailar, no bailo. No puedo ser algo que no soy, por que me sentiría mal conmigo mismo. Busco interpretar los temas con el corazón lo más abierto posible.

¿Un show como el de este sábado en el Luna Park representa algo especial para ustedes o lo toman como una fecha más?
Hay toda una historia con el Luna que no es real. Se trata del único lugar en Capital que puede albergar ese número de gente y donde se cumplen las normativas que pide la ciudad. Para nosotros simplemente significa poder encontrarnos con nuestra gente en gran escala después de tanto tiempo. Venimos de dar shows en lugares pequeños y acá tenemos la posibilidad de hacer una apuesta escenográfica, un show más largo y juntarnos con toda esa gente que, porque es el Luna Park, va a ir

¿Disfrutan de igual manera los shows en lugares tan grandes que algo más íntimo?
Son distintos desafíos. Amo tocar en lugares chicos por la comunión que se da con la gente. De todos modos, tocamos con los Stones, con AC/DC y hemos hecho estadios, así que ya estamos acostumbrados y no nos asusta. Nos sentimos cómodos haciendo música, ya sea para cinco personas o para diez mil. A mi me gusta la ida y vuelta emocional con la gente. Me gusta sentir que estamos viviendo otra realidad y salir de ahí con la satisfacción de haber compartido algo hermoso.

¿Qué es el éxito para vos?
Es estar vivo cada mañana, hacer lo que nos gusta y vivir de eso. Por sobre todas las cosa, el éxito es aprender a vivir, porque lo más fácil en este mundo es irse.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com

En erupción

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Con la presentación de su flamante disco, “Un volcán”, el trío formado por Jorge Araujo (ex Divididos), Tito Fargo (ex Patricio Rey y sus Redonditos de ricota) y Gustavo Jamardo (ex Porco) insiste en poner la música por sobre todas las cosas. “La industria y el arte no son compatibles”, dicen.



TEXTO MARTIN SANTORO

“Una vez un amigo me dijo que nosotros hacemos música intelectual. Yo le respondí: ‘tal vez tenés razón… o tal vez sos un adoquín’”, cuenta Gustavo Jamardo (bajo) mientras sus compañeros de banda, Tito Fargo (guitarra) y Jorge Araujo (batería), sueltan un torrente de carcajadas. Desde su formación en 2004, Gran Martell condensa una impronta rockera a través de un caldo valvular que combina riffs rabiosos y ritmos antojadizos que ganan intensidad con cada cambio de paso mientras esquivan los lugares comunes del género. “Buscamos destruir el típico formato de trío. Es una actitud que nos seduce y permite sacarle mucho jugo a la banda”, explica Fargo.

Con dos discos en su haber, acaban de editar “Un volcán” bajo una impronta más electroacústica, donde merma la estridencia pero no la intensidad. Con la coproducción de César Silva, afloran arreglos de cuerdas y pianos para sumar matices la propuesta del trío. Hacia fin de año saldrá su sucesor, también titulado “Un volcán”. Para evitar confusión, aclaran que esta contraparte se focalizará expresamente en un sonido más electrificado y macizo de Gran Martell. Será, de algún modo, la otra cara de esta moneda. Sin embargo, como explica Araujo: “Cada parte es una obra en sí misma que no necesita de la otra mitad para completarse”. El baterista agrega: “Nos gusta escapar del rol que nosotros mismos nos generamos en cada grabación. Esta banda es muchas cosas al mismo tiempo”.

No resulta habitual que un grupo edite dos discos en tan pocos meses, pero eso no les preocupa. “No sería honesto esperar un año para sacar toda la música que venimos haciendo solo porque los tiempos que marca la industria son diferentes”, comenta Araujo. Fargo dispata: “La industria y el arte no son compatibles. Sin embargo, uno necesita meterse en ese ruedo para sustentar algo que va más allá de lo espiritual y lo creativo. Hay que tocar, grabar y hacer cosas que requieren estructuras”.

Es evidente que el grupo está acostumbrado a hacer todo a su manera. Gran Martell no tiene un líder o frontman: es un autentico tridente. Fargo trabaja como un artesano de la guitarra, construyendo capas de sonido que cabalgan sobre el pulsante bajo de Jamardo, retroalimentando el crisol rítmico de Araujo. El grupo aprovecha todo ese talento para explotar aristas musicales que no apuntan a demostrar virtuosismo, sino saciar una inquietud sincera. “Cuando un tipo se creyó Gardel, se terminó el artista. Uno siempre tiene que sentirse un poco disconforme”, opina Jamardo.

La necesidad de indagar constantemente en nuevos caminos llevó a Gran Martell a forjar un estilo que, para muchos, es incompatible con el mainstream musical. “La gente que nos viene a ver está buscando siempre algo nuevo. Son personas de gran apertura mental que disfrutan del mismo modo con un tipo que canta acompañado por un violín y con un trío de rock que aplasta. No es fácil encontrar gente así”, señala Araujo. “De todos modos, siento que Gran Martell es un grupo de música popular. Que no me vengan con eso de ‘música para músicos’”.

En seis años de trabajo, la banda ha desarrollado una identidad única, cimentada en la música y en los vínculos humanos. Jamardo es categórico: “Ninguna química se genera en el ruedo. Si no hay un vínculo especial desde el inicio, se puede insistir durante un tiempo pero todo terminará en el fracaso. La conexión entre nosotros fue inmediata. Por eso somos una banda. Si no, no lo hubiéramos hecho. No lo hubiese permitido”. Araujo sonríe y remata: “Si vos nos preguntás qué es lo que pretendemos de esto, la respuesta es simple: la música está antes que todo, siempre”.




*Esta nota salió publicada en la edición de septiembre 2010 de la revista G7

La casa del Jazz

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En la última década, Thelonious se convirtió en uno de los puntos cardinales de la escena porteña de jazz. Siguiendo la tradición de los clásicos reductos neoyorquinos, los hermanos Lucas y Ezequiel Cutaia abrieron un espacio donde convive el pasado, presente y futuro de un estilo tan clásico como inquieto.




TEXTO MARTIN SANTORO

¿Cómo nació la idea de abrir un club a presentar jazz en vivo prácticamente todos los días? ¿La impronta de los clásicos clubes de Nueva York, fue algo que buscaron concientemente?
La idea surgió de un viaje que hicimos a NYC en 1998, del que volvimos con mucha energía y ganas de abrir un club que funcionara todos los días en los mismos horarios, con jazz en vivo o alguna propuesta interesante para escuchar. Esa influencia fue una búsqueda conciente e improvisada. Para hacer algo relacionado al jazz, siempre hay que improvisar un poco, especialmente en Buenos Aires. En cuanto a sonido, bucamos algo más acústico y casi sin amplificación, para que se escuchen los instrumentos con su sonido original y en una atmósfera adecuada.

Thelonious se ha convertido en un lugar con identidad propia, donde la gente sabe siempre va a encontrar una propuesta que mantiene un parámetro de calidad. Es como si el lugar generase un interés por sí mismo. ¿A qué lo atribuyen?
Por suerte es así. Siempre programamos cosas que nos resultan interesantes. Nunca cedimos en eso. Además, el paso de 10 años manteniendo una línea ayudo mucho a que la gente confié a la hora de elegir ir a escuchar música a Thelonious.

¿Con qué criterio eligen a las bandas o músicos que se presentan?
Hay músicos que, de alguna manera, están siempre y alrededor de ellos vamos armando la rueda. El criterio esta en el buen gusto, la presentación de nuevos discos, la búsqueda de un buen sonido y mostrar cosas diferentes. Después esta el trabajo de los músicos, que es lo más importante: generar la magia y punto. Eso rompe la monotonía y siempre resulta interesante para un buen espectador.

¿Cuáles son los principales cambios que notaron en la escena, tanto de las bandas como del público, en estos 10 años?
El cambio en el público fue claro: pasamos de tener noches muy solitarias a otras desbordadas de gente. Eso fue importante, ahora hay que encontrar la armonía entre el silencio original y el club lleno. En cuanto a las bandas, vimos el crecimiento de toda una generación de músicos muy talentosos dentro del jazz y una nueva que se esta por venir.

¿Cuál sienten que es el rol del club en la escena porteña del jazz?
El club es un pequeño eslabón en la comunicación entre los músicos y la gente; un espacio donde la música llega a un destino

¿Consideran que hay un creciente interés, tal vez más popular, por el jazz? ¿Es resultado del “adiestramiento” del oído del público o de una mayor exposición y ofertas interesantes?
No creemos que haya mayor interés. Eso siempre estuvo. El tema es la comunicaron, donde la gente se entere que suceden otras cosas. Eso lleva tiempo.

Habiendo cumplido su primera década, ¿qué planes tienen para la próxima?
No hay plan: ¡vamos a seguir improvisando!




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com

Estados alterados

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Desde su formación en 2005, Sutottos se ha convertido en una de las propuestas teatrales más interesantes en la comedia porteña. Tras el gran éxito de “Sujeto tácito”, el dúo compuesto por Andrés Caminos y Gadiel Sztrikahora presentan “Colapso”, su nueva obra que conjuga un humor tan estridente como pensante. Allí buscan retratar la irritación, impaciencia y tedio cotidiano que azota al sistema nervioso del hombre común justo antes de que explote.



TEXTO MARTIN SANTORO

¿Cómo definirían a Sutottos en el contexto del teatro actual?
Es un equipo que hace teatro, un espiral que asume espacios creativos. Por suerte, como en todo aquello que refiere a una obra, solo se puede saber lo que Sutottos es asistiendo a lo que Sutottos hace. Y lo que Sutottos hace esta en los ensayos y en los espectáculos que el grupo ha creado. Es también un pequeño aporte al teatro popular, que pretende no dejarse vencer ante las enormes competencias del cine y la televisión, y que busca compartir un acontecimiento apoyado en el juego y en un delirio siempre latente.

¿La naturaleza ecléctica del “humor Sutotto” resulta de la fusión del estilo personal de cada uno o, por el contrario, los dos están en la misma sintonía y se potencian?
No se si se puede hablar de un estilo de humor Sutotto, pero las obras que presentamos son producto de la fusión de nuestras propias poéticas. Creemos que a la hora de crear un espectáculo, no pensamos en definir un estilo sino mas bien en dejar que el ensayo nos guié. Trabajamos juntos hace más de seis años y algunas cosas no sabemos a quién pertenecen. La clásica pregunta “¿a quién se le ocurrió lo de…?” no suele encontrar respuesta.

¿Cuáles son las principales diferencias (en cuanto a la intención) que encuentran entre “Colapso” y “Sujeto tácito”? ¿Sienten que, en alguna medida, es como una continuación o más bien algo completamente distinto?
“Colapso” es un espectáculo con un contenido más ácido que “Sujeto Tácito”, pero ambos van en la línea de un grupo que encara determinada búsqueda y, en este caso, coinciden en hacer una crítica a la sociedad y sus manías. “Sujeto Tácito” es mucho mas amable que “Colapso”, el cual hace una critica profunda y moviliza a los espectadores desde un humor un tanto incomodo. Ambos son parte de un recorrido de grupo y el punto en común es la búsqueda de un lenguaje propio y singular

La obra busca reflexión sobre el estado violento de la sociedad actual y cómo esta nos lleva a un derrumbe emocional. Imagino que ustedes habrán tenido colapsos personales que inspiraron la obra. ¿Por qué decidieron hacer de esto un espectáculo de humor y a qué atribuyen que funcione tan bien?
No creemos que uno sepa con claridad cuán colapsado está, pero es algo que está vivo y viaja en los colectivos, en subtes, está en el tránsito, en la cola del banco, al chocar con otra persona por la vereda… Es también el odio contenido de las frustraciones, la incapacidad de exteriorizar los conflictos; es una violencia del tipo urbano. No es que no existan colapsos en los pueblos, pero no son los mismos que en la ciudad. Por eso creemos que es un espectáculo de las grandes urbes.

De todas formas, también hay que pensarlo en un sentido positivo: la posibilidad de advertirlo y ver qué hacer con todo eso. Claramente, nosotros no somos quienes otorgan respuestas a la sociedad para que deje de colapsarse, pero intentamos una reflexión en ese sentido. Ponemos sen escena pedazos de existencia y al espectador se le producen identificaciones, pero sobre el escenario se ven singularidades.

Es una gran alegría para nosotros que el público disfrute de “Colapso”. Nunca nos interesó hacer teatro para gente que “hace teatro”. En este sentido, defendemos lo popular, el boca a boca hace que la sala se llene cada sábado. Esa es la mejor prensa.

A la hora de escribir el guión, ¿qué predomina: la búsqueda de humor o de reflexión?
El guión es el resultado de infinitos ensayos que desgrabamos y bajamos al papel. El trabajo que hacemos es ordenar, limpiar, editar eso. En algunos casos modificamos algún detalle que puede producir humor, pero en general la gracia está en cómo se cuenta. En “Colapso” se ironiza sobre varios aspectos de la sociedad pero, al mismo tiempo que se genera humor, se está produciendo la crítica, porque el espectador se ríe de sus propias miserias, como también nosotros actuamos las nuestras.

¿Cómo componen a los personajes? Es llamativo que se hayan convertido en oficinistas, niños y ángeles para transmitir su mensaje.
Los ensayos nos fueron convirtiendo en oficinistas, niños y ángeles, pero pudimos ser jugadores de fútbol, hormigas y pastores. A priori, sería difícil decir que, para hablar del colapso, son indicados un par de ángeles sobre una escalera. Los ángeles aparecieron en un ensayo, aunque más como una especie de pintores. Quizás de allí surgió la escalera, quizás de allí las alas… Seria muy difícil encontrar un solo lugar desde el que aparecen las cosas.

Ciertamente dos tipos de espectador: el que lo ve como ajeno y se ríe, y el que ríe incómodo al verse reflejado. ¿Qué clase de reacción buscan en el público?
En “Colapso”, es difícil pensarse ajeno a lo que se cuenta, el espectáculo no discrimina edades, clases sociales o ideologías. La respuesta del público es siempre inesperada ya que nunca reaccionan como uno cree y no todos reaccionan igual. Intentar complacer a todos o preocuparse demasiado por lo que el público puede pensar es una tarea sin sentido, perjudicial para la salud y que puede llevar a la psicosis (risas). Es mucho mas sano juntarse a ensayar en una pequeña habitación durante ocho meses y, como diría Peter Brook, dejar que la pelotita rebote.

¿Cuánto representa un ensayo meticuloso y cuánto dejan libre a la improvisación?
Nada esta librado a la improvisación y, sin embargo, cualquier momento es potencialmente “improvisable”. Lo importante es la conexión, la comunicación que existe entre nosotros cuando estamos actuando. Cada detalle y movimiento, por mínimo que parezca, esta ensayado. Somos muy meticulosos y obsesivos de cada texto, mirada o gesto. En la tranquilidad que produce una “partitura” absolutamente estudiada, de abajo a arriba, de izquierda a derecha, surge la libertad para jugar.

¿Qué les gustaría que se lleve la gente cuando sale del espectáculo?
Una bolsita con caramelos, pero no nos da el presupuesto (risas).

¿Qué es el éxito para los Sutottos?
El éxito es un cuaderno con tapas duras y forrado. Contiene 48 hojas de 100g extra resistentes. Existen otras marcas como Rivadavia, por ejemplo (risas).

¿Cuáles son sus próximos planes?
Por ahora seguir con las funciones de “Colapso” y empezar a ensayar el quinto espectáculo. El año que viene queremos reponer “Sujeto Tácito”, “Colapso” y muchísimo más. No sabemos bien qué es, pero hay mucho más por venir.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la Revista G7, www.RevistaG7.com

Ah, el camino...

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"La única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos estallando como arañas entre las estrellas y, en el medio, se ve una luz azul y todo mundo suelta un ¡Ahhh!" - Jack Kerouac





PEZ en Niceto

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PEZ - Frágilinvencible 2000-2010
10 de julio 2010
Niceto Club

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Fiel a su estilo

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Participó en más de 150 discos de todo tipo y conformó decenas de bandas en sus treinta años de carrera. Es una pieza fundamental en la refundación sonora de Wilco y acaba de visitar Buenos Aires con su banda, The Nels Cline Singers.

TEXTO MARTIN SANTORO


Nels Cline es un espécimen raro dentro del mundo de la guitarra. A lo largo de su carrera, colaboró con referentes tan diversos como Thurston Moore de Sonic Youth y Charlie Haden, contrabajista de Ornette Coleman y Keith Jarrett. Tal vez por eso no debería extrañar que su evolución musical tenga como responsables tanto a Coltrane y Miles Davis como a Jimi Hendrix y Jeff Beck.

Con The Nels Cline Singers, la banda que lidera desde hace una década, navega en zigzag las fronteras del caos y el control combinando jazz, fusión, psicodelia, kraüt y stoner rock desde las mismas seis cuerdas. Su nuevo álbum, “Iniciate”, es un fiel reflejo de ese crisol de sonidos, con un cuidado disco de estudio y otro en vivo, donde intenta un balance clave en su música: “Sin duda, la combinación de improvisación y composición es lo que más busco”, explica.

Lejos de verse como un nuevo héroe de la guitarra, Cline celebra cuando es el proyecto que se destaca y no duda en aclarar: “Los cumplidos no me aportan mucho. Lo que sí me encanta es venir acá y ver el interés que hay por mi música, porque siempre asumo que nadie la escuchó”.

Sincero, no tiene vergüenza al contar que la mayoría de su carrera fue sustentada por trabajos mediocres durante el día, que estaba por cumplir 50 años y era prácticamente pobre, y que si no estuvo tanto de gira fue porque los números siempre estaban en rojo. “Hoy puedo darme el lujo de perder plata pero pagarle a todos lo que corresponde y, de última, yo no cobro, porque mi recompensa está en hacer lo que quiero”, remata.

Esta peripecia profesional fue posible gracias a que en el 2004 se unió a las filas de Wilco, una de los grupos de rock más creativos y aclamados de Estados Unidos en los últimos años. “Me gustaba el contexto y la idea de una banda de rock y, sinceramente, necesitaba algo con lo que pudiera subsistir, pero no podía aceptar lo que fuera. Sabía que esto iba a ser abierto, creativo y que podía pasar cualquier cosa en cualquier momento, porque todos estamos tocando al tope de nuestras habilidades noche tras noche. Por suerte ha sido mucho mejor de lo que pude haberme imaginado”, asegura.

En cada fraseo, Cline demuestra ser un ejemplar único, un colaborador tan sutil como sustancial. Dentro del monolito que es Wilco, logra entremezclar sus excéntricas tangentes sonoras dentro de una aceitada banda de canciones. Desde su llegada, el grupo abrió su paleta, cambiando la experimentación del sonido por la experimentación melódica. Lo que antes era densos climas de ruido musical, pasó a ser una improvisación contenida, con la libertad para volar pero la conciencia para ubicarlo en un tiempo y lugar. Aún así, escapa al reconocimiento: “No sé si cambié el sonido de la banda pero Jeff [Tweedy, líder de Wilco] sabe cómo permitir que las cosas pasen, ayudando a la música. Yo espero a ver cuál es la dirección que quieren tomar y trato de acoplarme. Mi personalidad es de total colaboración”.

Lejos de sentarse a disfrutar las mieles del éxito, potencia su hiperactividad al máximo con decenas de proyectos alineados y un próximo disco de Wilco que será “más raro y loco”. “Si mi vida sirve de ejemplo para algo, la clave es seguir insistiendo y nunca rendirse. Siempre quise hacer esto y ahora tengo que aprovechar que se me da, aunque esté un poco más viejo de lo que esperaba. Si aguanté todos estos años fue porque opté por hacer solamente la música que me hace feliz. No lo hubiese podido lograr de otra manera”. Pasión, perseverancia y paciencia. Esa es la llave del éxito y Nels Cline lo sabe bien.



*Esta nota puede verse en la edición de agosto 2010 de la revista G7

Nels Cline en La Trastienda

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THE NELS CLINE SINGERS
10 de junio 2010
La Trastienda

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Nueva corriente

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Después de tres años de silencio discográfico, acaban de editar “El río”, un álbum que los acerca al oído popular pero sin perder un ápice de personalidad. Desde un viejo bar de Congreso cuentan cómo es vivir con un pie en cada orilla.





TEXTO MARTIN SANTORO

Puedo ser el mejor, despeinado y maricón / o puedo ser muy normal, yendo siempre hacia ningún lugar / pero no te olvides que nunca dejo de ser yo” canta Gori, líder de Fantasmagoria en “Fósforos mojados". Así, el ex Fun People –uno de los compositores más ilustres de nuestro under– parece escapar a cualquier casilla en la que se lo quiera meter. Lo mismo ocurre con su actual banda, que luego de una década de vida sigue siendo un “bicho raro” en la escena local.

Tras años de formaciones itinerantes, el grupo se parece haber asentado definitivamente con Gori (Carlos Loncharich según sus documentos) en guitarra acústica, Ignacio Birzuela en batería, Juan Cruz Zaballa en bajo y Sebastián Volco en teclados. Si bien cada uno aporta su lenguaje, no dudan en afirmar que se alinean detrás de un “sonido Fantasmagoria” que envuelve todo y elude cualquier clasificación. Sí: canaliza un espíritu sesentista con la psicodelia de los tempranos Pink Floyd, la elegancia de The Kinks, el groove desfachatado de los Rolling Stones y las armonías de los Beach Boys. Eso y mucho más. Sin embargo, la identidad no está anclada en postales de antaño y que, por sobre todo, hay un contenido que pesa más que las formas. “Mientras esté claro lo que dice la canción y suene como tiene que sonar, no me calienta definirlo. Lo importante es la personalidad y que el disco sostenga una línea” explica Brizuela.

Históricamente, el grupo abrazó el dogma de la autogestión más por necesidad que por orgullo. Hace un tiempo, tan cansados de propuestas leoninas de las discográficas como de hacerse cargo de sacar material por su cuenta, habían decidido suspender su usina compositiva, con un disco entero casi terminado a la espera de una mano que ayude. En medio de ese lánguido suspenso apareció Bingo!Records con una propuesta que reactivó el proyecto y trajo a Pablo Romero (de Árbol) como productor para arrancar de cero. Bajo esta premisa, conjugaron material de todas las épocas y armaron otro repertorio, que condensa las múltiples aristas de su música.

Con desconfianza, encomendaron en Romero la tarea de plasmar la esencia de las canciones y, al mismo tiempo, hacerlas “populares”. “Al principio dudamos un poco porque nunca habíamos trabajado de esa forma y teníamos miedo de qué iba a hacer un productor con nosotros, a ver si terminábamos siendo Airbag o algo así. Por suerte después nos cerró el orto a todos y se lo dijimos”, admite Gori. No hay duda de que su aporte se siente en un sonido pulido, pulsante y más enfocado. Basta escuchar la reencarnación del tema que da nombre al disco –ya lo habían grabado en el EP Abracadabra, de 2007– para comprobar cómo una buena canción puede devenir en un perfecto y merecido hit.

Si bien la salida de “El río”, grabado en apenas cuatro días, puede tomarse como un salto hacia una posible masividad, el cantante y guitarrista es más prudente: “Lo siento como un paso más, aunque uno largo, como una zancada, porque tardó mucho en salir entonces fue como un alivio”. Tal vez por eso la meta no sea la masividad sino subir la apuesta. “Sería buenísimo que este disco funcione para llegar al próximo y poder agarrar todo el material que tenemos en la sombra: que destapone”, sueña Gori, mientras que Volko, tan en broma como en serio, sintetiza: “Que fluya… y que llegue al mar”.



*Esta nota salió publicada en la edición de julio 2010 de la revista G7

El tema del día...

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The Kinks: "Sitting in my hotel", del disco Everybody's in show business.





If my friends could see me now, driving round just like a film star,
In a chauffeur driven jam jar, they would laugh.
They would all be saying that it's not really me,
They would all be asking who I'm trying to be.
If my friends could see me now,
Looking out my hotel window,
Dressed in satin strides and two-tone daisy roots,
If my friends could see me now I know they would smile.

Sitting in my hotel, hiding from the dramas of this great big world,
Seven stories high, looking at the world go by-y.
Sitting in my hotel room, thinking about the countryside and sunny days in June.
Trying to hide the gloom, sitting in my hotel room.

If my friends could see me now, dressing up in my bow-tie,
Prancing round the room like some outrageous poove,
They would tell me that I'm just being used
They would ask me what I'm trying to prove.
They would see me in my hotel,
Watching late shows till the morning,
Writing songs for old time vaudeville revues.
All my friends would ask me what it's all leading to.

Sitting in my hotel, looking through the window at the people in the street,
Seven stories high looking at the world go by,
Sitting in my hotel, looking at the world outside.

If my friends could see me now they would try to understand me,
They would ask me what on earth I'm trying to prove.
All my friends would ask me what it's all leading to.

A contramano

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El trío acaba de completar "Radiolarians", un proyecto que dio como resultado tres discos, otra forma de hacer música y una nueva visita a nuestro país. John Medeski cuenta cómo es nadar contra la corriente.



TEXTO MARTIN SANTORO

El idioma inglés suele presentar palabras que portan en sí significados tan antagónicos como complementarios. “Play” implica tanto “ejecutar” como “jugar”. Una palabra, dos conceptos y la definición perfecta para lo que hacen Medeski, Martin & Wood con la música. Desde hace 20 años, la banda neoyorkina revitaliza el jazz, evitando el tedio academicista para presentarse como aventureros sonoros. “Lo más lindo del mundo es salir sin ningún tipo de ensayo previo y simplemente tocar y crear ahí, en el momento”, cuenta el pianista con una sonrisa.

Su último trabajo se gestó en medio de un proceso que parecía ir casi a contramano de los cánones de la industria. Primero compusieron las piezas, luego salieron de gira para pulirlas sobre el escenario y finalmente entraron al estudio para plasmar el resultado. Este proceso generó tres sets, tres giras y tres discos. Crear, tocar, grabar y repetir: en medio de esta vorágine, el trío logró capturar canciones con una frescura y vitalidad inmejorable, explotando su genio creativo en cada etapa.

¿Por qué eligieron este camino para “Radiolarians”?
¡Porque podemos! (risas) Ahora somos nuestra propia compañía discográfica y pensamos que sería una buena forma de hacer el disco. El principal motor era escribir mucha música. Queríamos desarrollar un set nuevo para cada gira y no tocar lo mismo de antes. Después pensamos que estaría bueno escribir estas canciones, pero dejándoles un final abierto y pulirlas en la gira. Apuntamos a que el trabajo de estudio fuese rápido y prácticamente en vivo.

La banda realmente se destaca sobre el escenario, logrando una dinámica de improvisación en vivo que ya es su estampa. ¿Cómo traducen esa frescura a un contexto contenido como es el estudio?
Esa es una gran pregunta… y muy difícil de responder. No creo que se pueda. A lo sumo capturás un momento o versión particular. La frescura está en la forma de encararlo y de tocar. Tiene la ventaja de ser un ambiente controlado que da paz y permite que te concentres más en los detalles. A veces el público puede ser hasta molesto, por ejemplo cuando alguien grita algo en medio de una canción. Hay dos caras realmente. Por un lado, no te distraés con lo que pasa a tu alrededor pero, a la vez, tampoco te podés alimentar de eso de para inspirarte. El éxito está en capturar la frescura de lo que hacemos en vivo y combinarlo con lo pulido del estudio.

Después de casi 20 años juntos, ¿cómo mantienen las cosas frescas y creativas?
Todos tenemos proyectos paralelos en donde también crecemos. Además, somos afortunados de no haber tenido ningún hit en la radio, así no estamos “forzados” a tocarlo todo el tiempo. Veo bandas donde los miembros ni siquiera se hablan y viajan separados. Para mí, la música no se trata de eso. Nosotros seguimos disfrutando estar y tocar juntos. Incluso, estos últimos años tal vez han sido los más creativos de nuestra carrera, así que no veo por qué frenar. En cuanto dejemos de crecer, nos dedicaremos a otra cosa.

¿Qué puede esperar el público para este show en Buenos Aires?
La última vez que vinimos todavía estábamos desarrollando el tercer volumen, así que va a estar bueno cerrar el ciclo. De todos modos, pueden esperar lo inesperado. Con la música, hay que estar preparado para embarcarse en un viaje, con la mente bien abierta.



*Esta nota salió publicada en la edición de mayo 2010 de la revista G7

Espíritu inquieto

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Acaba de editar un nuevo disco al frente de Pez, en el que la banda hinca más el diente en la efervescencia rockera de su antecesor. Simultáneamente, inaugura un nuevo capítulo con el notable trío acústico Flopa Manza Minimal. Está claro: dividido, multiplica.



TEXTO MARTIN SANTORO
FOTO NORA LEZANO

Prolífico, versátil, hiperactivo, honesto, dotado, temperamental… ¿Cuántos adjetivos encajan a la perfección a la hora de describir a Ariel Minimal? Como una especie de antihéroe del rock local, desde hace 16 años está al frente de Pez, con una carrera intachable de autogestión, libertad, talento y coherencia. “Honrar la ansiada libertad, luchar y perseguir los sueños / y sin saber por qué estamos acá, hacer que esto resulte bueno” define en “Soñar soñar”, una canción de la reciente cosecha.

Acompañado por Franco Salvador en la batería, Fósforo García en el bajo y Pepo Limeres en los teclados, exprime cada gota de una creatividad tan rica como ciclotímica que no muestra señales de detenerse. Con su flamante doceavo disco, intitulado, la banda reafirma sus raíces pero sigue expandiendo su horizonte. Sin un segundo de respiro entre tema y tema, despliega un sonido incandescente, bañado en estridencia rockera, testosterona adolescente y virtuosismo sapiencial. Aún así, la distorsión que pulsa salvaje nunca descuida matices y sutilezas que engalanan cada ritmo, riff y melodía.

En estos días, la banda también se encuentra seleccionando material para un nuevo disco en vivo, pensado para fin de año. “La idea es que no se repita ningún tema que hayamos puesto en el otro (Para las almas sensibles, 2005)”, explica Minimal quien, como si fuera poco, se acaba de reunir con Florencia Lestani y Mariano Esaín para revivir Flopa Manza Minimal, una de las experiencias musicales más celebradas de la década, y dar forma a un ciclo durante todos los jueves de mayo en el porteño UltraBar. Si bien hay olor a vísperas, Ariel no promete más que el hoy. Y no es poco.

¿Después de tantos años separados, qué los llevó a juntarse nuevamente y resurgir Flopa Manza Minimal?
La verdad que no hay demasiad explicación. Sabíamos que iba a pasar eventualmente y bueno, se está dando ahora. De todos modos, tampoco es que retomamos “el proyecto”. No tenemos pensado grabar un disco ni nada. Armamos unos shows para salir a tocar porque está buenísimo: vimos que funcionó y fluyó de vuelta. A mí me gusta mucho cómo se escuchan nuestras voces juntas y las canciones.

Igualmente ya hubo un par de encuentros esporádicos, como en el BAFICI del 2007 o en uno de tus shows como solista a fines del año pasado…
Sí, eso estuvo muy bueno pero ahora le dimos un poco más de consistencia.

¿Entonces no hay ningún proyecto futuro más allá de estos shows?
No hay planes firmes. Ojalá… De hecho, estamos haciendo temas nuevos que compusimos, pero no sabemos si los vamos a grabar.

Si bien fue un proyecto efímero, en su momento fue catalogado como uno de los mejores discos del año y, hasta el día de hoy, se sostiene bien arriba cada vez que se repasa la década. ¿Ese tipo de reconocimiento te dice algo o no importa? ¿Te sigue sorprendiendo lo que continúa generando aquel trabajo, siete años después?
No me importa en el sentido de ese éxito, pero sí genera una cosa propia de pensar que, si hacemos otro, tiene que estar a la altura. De todas formas, para mí, el disco estaba bueno más allá de la apreciación posterior que se generó. Me pasa exactamente lo mismo con el que hice junto a Florencia Ruiz (“Ese impulso superior”, 2008). Si ahora tuviese que hacer otro con ella, tendría ese fantasma de que tiene que estar tan bueno como el anterior. Un poco de eso ocurre con Flopa y Manza. Ese álbum fue como tirar una bomba e irnos. No tuvo la consistencia de un plan de lucha. Fue un acto terrorista (risas), sin sentido, sin saber por qué, cuándo, cómo… y quedó en la nada. Ahora estamos tocando esas canciones y otras. Si en algún momento toma forma de disco y se vuelve consistente como el anterior, grabaremos.

¿Cómo te sentís en esta situación del trío donde solo tenés el 33% de la última palabra, mientras que tal vez en Pez podés “salirte con la tuya” un poco más?
No es que en Pez tengo más peso sino que se trabaja de ese modo: los chicos confían más en mí. Yo vengo con cualquier idea, realmente cualquier idea, a lo largo de los años y a veces me miran raro, pero confían mucho en lo que hago. Lo otro es buscar todo el tiempo un punto común. Por ejemplo, Manza ya me dijo que no quiere hacer ningún tema tipo folclore. Ahí somos tres solistas que nos juntamos para hacer esto, entonces mostramos lo que podemos hacer juntos, aunque somos diferentes entre nosotros.

¿Cómo te tomás este pasaje de impronta más acústica en el contexto de la estridencia rockera cotidiana de Pez?
Son dos cosas que corren al mismo tiempo. No es algo que necesito, el ying y el yang ni nada de eso. Todo se da al mismo tiempo. Siempre fue así para mí.

Es cierto, pero cuando sacaste tus discos solistas o armaste proyectos paralelos, generalmente fue en momentos más inactivos de Pez. En este caso, están en plena presentación del nuevo disco y, al mismo tiempo, tenés varias fechas con el trío. ¿Cómo hacés para acomodar todo?
No sé (risas). Es la primera vez que tengo las fechas tan pegadas, pero yo estoy en la sala tres o cuatro días a la semana, tocando. Hacerlo con público adelante es lo mismo, no cambia ni me representa un problema. Por el contrario: ojalá pudiera tocar todos los días.

Con esta formación de Pez pareciera que llegaron a una síntesis perfecta donde pueden cubrir todas las bases de los estilos de sus discos pasados (tanto del quinteto como del trío), donde no sobra nada y podés tocar todo. ¿Lo ves así?
Se estabilizó bastante este cuarteto, pero no lo intelectualizamos mucho. Se ve que estamos cómodos y no tenemos en mente sumar un violín o un oboe (risas). Creo que encontramos una formación que responde a todas nuestras inquietudes bastante bien, entonces no nos molestamos en cambiarla. Por sobre todo, está bien balanceada. Me gusta mucho la cosa humana que se genera. Nosotros la pasamos bien y la sala es un lugar con energía, no es agua estancada. Me encanta eso de este cuarteto.

Veo que te gusta mucho el contexto de la sala. ¿Arriba del escenario te divertís tanto como acá o ya entra en juego algún tipo de presión?
Son dos cosas diferentes. La adrenalina que supone el público acá no está. Incluso cambia mucho si viene algún amigo a vernos ensayar, porque tocamos para esa persona. Si ya ahí se genera una diferencia, imaginate lo que es en frente de un lugar lleno de gente que pagó una entrada para vernos. Yo no puedo relajarme tanto, olvidarme y dejarme ir. A veces ocurre y está buenísimo pero no es tan fácil abstraerse y olvidarte que estás tocando en La Trastienda, por ejemplo, que hacés cuatro o cinco al año. Es una fecha importante que tiene que salir bien, me tengo que acordar las letras y todo eso (risas).

En vivo tienen una fracción del público con el que se entabló una rutina donde intercambian chistes, gritos y algún que otro insulto, pero que últimamente se ha vuelto más violento hacia vos en particular. Me recuerda esa frase de El Principito que dice “eres responsable para siempre de lo que has domesticado”. ¿Cómo te llevás con aquellos que buscan llamar la intención gritándote cosas que, muchas veces, son ofensivas?
A veces me rompe las pelotas, a veces me chupa un huevo y a veces digo: “Pará…”. Me hago cargo de que yo jugué a eso también en algún momento, pero no es algo en lo que piense demasiado. Para mí dejó de ser gracioso hace mucho tiempo. Tengo que aprender a callarme y cortar un poco.

Es curioso cómo la banda parece tener tenér un público hasta más inconformista que vos, que cuando hacen progresivo piden metal, cuando hacen metal quieren folk, cuando hacen folk reclaman punk. Cada uno parece tomar la bandera de “lo que realmente es Pez”…
¡…Es que Pez no es nada! Esto que decís pasa desde hace mucho. Todos sabemos quejarnos, es lo primero que hacemos. Saca un disco Divididos y ya están: “Ay, no es parecido a lo que hacían antes”, lo mismo con Fito Paez o quien sea. Todos somos críticos del trabajo de otro. Es el alpedismo argentino: criticar lo que los demás hacen. Es lo más fácil y acá se acostumbra mucho.

¿Te molesta?
Joder no me jode, porque es como son las cosas, pero me resulta desagradable que todo el tiempo sea así, especialmente en Internet donde todos tienen una voz y opinar es gratis. De todos modos, no incide en mi trabajo que a alguien le guste o no. Eso es secundario; una reacción posterior, porque el trabajo ya está hecho.

En ese sentido, ¿el disco es una expresión egoísta, donde lo que importa es que vos estés contento con el resultado?
Es que ni siquiera pasa por la felicidad. Es difícil de explicar. Yo hago canciones como el panadero hace pebetes.

Bueno, pero el panadero puede estar muy orgulloso de lo bien que le salen los pebetes.
Sí… a mí me gusta lo que hago, no es algo así nomás. Pero la canción que hice ahora, la que hice ayer o hace diez años es parte de lo mismo. No puedo diferenciar. Yo hago lo que siento hacer. No sé si es mejor cuando tocábamos tal o cual estilo. Yo hago lo que me pinta y siempre trato de ser fiel a eso. Hice lo que tenía ganas y disfruté hacer. Desde ese lado, Pez nunca tuvo un rebusque tan intelectual. Responde más a impulsos y creo que seguimos siendo fieles a seguir esos impulsos y al disfrute.

Por un lado decís que los discos son postales del momento particular de la banda, pero cuando alguien te reclama que vuelvas más a cierto estilo no dudas en decir que, si querés, podés hacer el disco que deje a “todos contentos”. ¿Es tan así? ¿Podés sentarte a planear lo que querés hacer o es justamente ese impulso casi inconsciente el que guía?
Yo pienso que si quiero, puedo intelectualizar eso y hacer un disco a medida de algo. De hecho, es así. Cuando hacemos tal disco, es porque tenemos ganas de que suene de esa manera, entonces vamos y lo hacemos. Son gustos. Es como elegir ponerte una remera y no otra. Además, no lo tengo demasiado pensado. Evidentemente es una movida caprichosa, pero siempre responde a nosotros más que al del supuesto gusto de nuestro supuesto público.

Tenés una política bastante permisiva con la piratería de tus discos. ¿Eso nace de ver la oportunidad de difundir más lo que hacen o es la simple resignación hacia lo inevitable?
Las dos cosas. Es absolutamente inevitable y hacerse mala sangre es al pedo. Hay gente que primero se baja el disco y, si le gusta, lo compra o va a ver a la banda. Las dos cosas son verdades: es inevitable y está bueno. Además, no me quejo cuando voy a cobrar mis derechos y me los pagan. El mundo fue evolucionando hasta esta situación donde podés bajarte la música gratis de Internet, entonces pelear y botonear contra eso me parece una tontería. Es mejor buscar la forma de que esa difusión me permita ir a tocar a más lugares y tener más trabajo, así me gano el mango transpirando arriba del escenario, lo cual me encanta.

¿No sentís que se pierde mucho de la obra al tenerlo en una carpetita insulsa en la computadora? Hay todo un costado más romántico del objeto que muere.
Es cierto. Igual, nosotros seguimos haciendo discos que, como objetos, sean bonitos e interesantes. Nos preocupamos mucho por hacer un buen arte y buen diseño.

En referencia a la ausencia de título del nuevo disco, te escuché decir que “no todo tiene que tener nombre”, pero bueno, ¡este ya es el segundo intitulado que tienen!
Es que realmente no tenía nombre. El único que estaba dando vueltas, pero que al final no pegaba con el disco, era “…y todas esas cosas que nos esclavizan”. Es una frase de la canción “Vamos”, pero no me cerraba.

En las letras del disco hay muchas alusiones al pasado, ya sea con nostalgia pero también con desapego, con ansias y optimismo por el camino que tienen enfrente. ¿Cómo se llevan con su propia historia?
Nos encanta. Estamos contentos de lo que somos. Tenemos ganas de ser Pez todo el tiempo y seguir siendo así. Continuamos con la idea de la banda, con un proyecto que se extiende en el tiempo porque nos gusta y lo necesitamos, no porque sea una “PYMES exitosa” como pusieron en una revista. Nos llevamos bien con nuestro pasado y no nos arrepentimos de ningún disco, estilo ni nada. Estamos conformes con lo que hicimos.

Generalmente, cuando alguien hace referencia a tus dotes como instrumentista y escritor, siempre tendés a minimizarlo. ¿Por qué?
Ciertamente no es falsa modestia. Realmente pienso que un gran guitarrista es Juanjo Domínguez o Luis Salinas. Yo toco lo que puedo.

Pero cada uno es virtuoso a su manera. Yo no lo veo a Salinas haciendo un tema como “La gota”.
Pero si quiere, lo hace y mucho mejor. A lo que voy es que para mí es así. Tampoco me considero un poeta. Yo canto canciones de rock y hago letras para cantar esas canciones de rock. Sólo digo lo que siento, pienso y sueño, pero no me considero un poeta. En serio. No es falsa modestia. Además, si me compro la del “yo proyecto”, voy frito. Siempre faltan cinco para el peso para mí pero bueno, es una forma de ser.

Hace poco estrenaste una canción donde decís “…y así me escondo detrás, delante va esta canción / que es como un escudo que me guarda”. Al mismo tiempo, en “Latigazo”, tema que abre el nuevo disco de Pez escribís “Enterré mi disfraz, nada que ocultar”. ¿Hay un Ariel persona y un Ariel personaje, proyectado en tus letras?
Seguro. Nadie es sincero. Todos tenemos un personaje, hasta cuando estamos en el ascensor con alguien que no conocemos. Las caras, el saludo… eso es un personaje. Es uno, estando incómodo ante la presencia y mirada escrutadora de los demás, especialmente si estás arriba de un escenario con un montón de luces que te apuntan. Vos estás ahí para que todos te miren, entonces siempre vas a buscar un personaje. Es muy difícil olvidarte qué estás haciendo y donde estás. Hay momentos donde lo lográs, estás conectado con otra cosa y es buenísimo.

En el mismo “Latigazo” decís “Acepté todo lo absurdo de esta vida / la belleza en la balanza pudo más / ahora elijo no ser más el dios que hostiga / y mi abrazo es ese puerto donde anclás”. ¿Qué sentís al escuchar un tema como “Malo” o “Y la calma”, por ejemplo, donde hay un espíritu de hastío inconformista y hasta violento?
Puedo escuchar temas de todas las épocas de mi vida y recuerdo qué quería decir cuando cantaba ciertas cosas. Por eso no me desdigo de nada. Igual, yo no sé si en el repertorio de hoy elijo ciertas canciones, pero podría cantar cualquier tema de Pez sin problema. No pienso: “Uy, estaba loco cuando escribí esto”. Sigo sosteniendo estéticamente cada decisión.

¿Entonces no se cumplió la profecía donde decías que al tener un hijo ibas a poder “delegar la furia en alguien más”?
No, ¿y por qué se iba a cumplir una profecía mía? A veces uno piensa: “Bueno, cuanto tenga hijos…” y en realidad es todo lo mismo pero con una persona que va creciendo, te interpela, hace que te preguntes un montón de cosas y te devuelve una gigante. Mientras tanto, vos seguís siendo el mismo pelotudo que hacía las canciones de antes. Todas las cosas que uno proyecta e imagina a futuro son mentira. La vida es algo más. Por suerte aprendí que no se puede preveer cómo son las cosas, qué va a pasar, qué vas a sentir o qué te va a gustar. Te lleva por donde quiere, por donde va el viento. Está bueno tomárselo paso a paso, sostener todos que uno piensa y tratar de disfrutar. Si hacés eso todos los días, la estás llevando bien. Hacer algo a largo plazo es imposible.

Poniéndonos un poco metafísicos, ¿qué le dirías a ese Ariel de 1994 que está arrancando con Pez?
¿Qué le diría? (larga pausa) Que está bueno. Que vale la pena. Es genial hacer lo que te gusta y sentís que tenés que hacer.

Adentrándonos aún más en la metafísica, ¿qué pensás que te diría él a vos hoy?
No sé… “Estás muy gordo, te quedaste pelado” (risas). No tengo idea. Supongo que le gustaría saber que estoy tocando la guitarra y haciendo canciones.

Hace un tiempo habías contado que si te daban a elegir entre llenar un River o saber que ibas a poder seguir tocando a los 60 como Neil Young, vos elegías lo segundo. ¿Sentís que estás camino a cumplirlo?
A ver… ¿cómo decirlo para no parecer un estúpido? Nadie tiene un problema con ser millonario. Si lo sos, está buenísimo. Ahora, hay gente que no podría vivir sin ser millonaria y a eso voy yo. Me considero una persona simple: no necesito demasiadas cosas para ser feliz y llevar la vida que llevo. Entonces, lo que busco es hacer lo que me gusta, disfrutar lo que hago. Si sé que puedo ser músico toda la vida y que con eso le pago la educación, comida y obra social a mi hija, soy feliz. No tengo ningún problema con ser un obrero de la música, porque eso es lo que quiero: ser músico hasta que me muera. Y ahí voy. Al no tener grandes ambiciones, tal vez pueda lograrlo. Para eso estamos trabajando todo el tiempo.

¿Ese es el éxito para vos?
Sí, hacer lo que me gusta: tocar rock. Es lo que quiero hacer desde los nueve años. Hace poco leí un reportaje que me hicieron en 1986 y todas las cosas que digo ahí -que me gustaría tocar, editar mis discos de forma independiente, etc.-, las logré. Cuando vi eso me sentí muy bien. Es hermoso cumplir tus sueños de chico y ser lo que siempre quisiste ser.





*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.revistaG7.com