No te dejes desanimar

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Nunca dejes de abrirte,
no dejes de reirte,
no te cubras de soledad
y si el miedo te derrumba
si tu luna no alumbra
si tu cuerpo no da más...
No te dejes desanimar
basta ya de llorar
para un poco tu mente y ven acá.

Estás harto de ver los diarios
estás harto de los horarios
estás harto de estar en tu lugar,
ya no escuchas el canto de los mares
ya no sueñas con lindos lugares
para descansar una eternidad...
No te dejes desanimar
no te dejes matar
quedan tantas mañanas por andar.

Más allá del espejo

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“He sido imitado tan bien que hasta escuché gente copiar mis errores”, contaba con humor Jimi Hendrix a fines de los sesentas. Se dice que la imitación es el mayor cumplido que un artista puede recibir. Puede no ser la forma más noble, pero ciertamente es la que despierta mayor controversia. Tal vez este sea el germen que dio vida al movimiento de bandas tributo, fenómeno que actualmente es un miembro tan estable como notable del cosmos artístico de la Argentina. No es tarea fácil llenar el vacío que dejó en la gente la desaparición de bandas como The Beatles, Queen o Pink Floyd, especialmente si se considera que esa abstinencia no tiene brecha generacional. Padres e hijos por igual se vuelcan a ellas en busca de un pasado latente. Conocerlas es ciertamente un viaje mágico y misterioso.

Una de las bandas que dio el puntapié inicial a este movimiento fueron los Danger Four y su tributo a The Beatles, que cumple 25 años. El rol fundacional incomoda un poco a Coco Boudakian, líder de la banda. “Pionero significa muchos años, muchos años significa vejez y eso ya no me gustó”, argumenta con coquetería. Lo cierto es que las bandas que hoy sobresalen con sus propuestas y convocatoria alcanzan o incluso superan la década de vida, descartando las sospechas de adhesión a una moda pasajera y reafirmando su naturaleza de proyecto a largo plazo. Sobrevivir y triunfar como banda tributo tiene sus particularidades. Pese a que la tentación es fuerte, no se las puede comparar directamente con la dinámica de bandas originales, así como tampoco se las puede evaluar con las mismas reglas. No es que están corriendo por distintos carriles, sino que ni siquiera están jugando al mismo deporte.


Ver para creer

Salvo contados casos, no existe material discográfico de bandas tributo. Aquellas que lo intentan, suelen lograr un producto que se asemeja más a un souvenir o, cuando mucho, a una simpática postal que, a los oídos del público, siempre será pálida en comparación al original. Queda claro que el terreno a conquistar es el de la presentación en vivo. En ese marco, el show de la banda puede fusionarse con la proyección fantástica de la audiencia para establecer un juego de complicidad entre las partes en donde el viaje en tiempo y espacio es posible. Por eso, la estética y lo visual son engranajes fundamentales que sostienen la maquinaria tributo. Adrián Fares, director del documental Mundo Tributo (ver recuadro), tiene la teoría de que, por la naturaleza del genero, siempre tendrá más éxito una banda que perfecciona el aspecto estético que aquella que recalca lo musical. Si bien las dos caras operan como el ying y el yang de las agrupaciones, está claro que, a diferencia de las originales, un tributo no puede subsistir sin un logrado aporte visual.

Para Pablo Padín, la diferencia entre una buena banda tributo y una mala radica en la imagen. En el caso de su banda, Dios salve a la reina, el parecido físico natural de los músicos es una fortuna que se complementa con un detallado vestuario análogo al que usaba Queen en sus shows de los ochentas y un sistema de luces con una disposición casi idéntica. “Nosotros estamos en el más mínimo detalle, pendientes de lo subliminal, con gestos y movimientos, aunque arriba del escenario no lo pienso. Yo soy Freddie Mercury y no me importa nada”, afirma el cantante.

Ciertamente, la imagen es la base sobre la cual se construye la marca pero, si no se establece un criterio estético y escénico, el entusiasmo por ser pósteres vivientes puede actuar en detrimento del producto final. Coco Boudakian cuenta que para los Danger Four el vestuario es algo secundario: “Tenemos buena ropa para el escenario, glamorosa dentro del estilo beatle, pero un poco más actual. Hay otras bandas tributo que ponen un video, se cambian, tocan tres temas, ponen un video, se cambian, tocan tres temas… llega un momento que te preguntás si fuiste a ver una banda de rock o a un desfile de Roberto Giordano”.

La importancia de lo escénico también se evidencia incluso con los tributos a bandas sin una imagen tan icónica, como es el caso de Pink Floyd. El peso de lo estético en la agrupación inglesa para crear una identidad como banda era esencial, pero se valía de otros recursos más que de vestuario o caracterización de los músicos, quienes se avocaban por completo al sonido. Como cuenta Alejandro Iglesias, bajista de Ummagumma, “lo que importaba en los shows de Pink Floyd era tanto la música como las imágenes”. Y agrega: “Esa es nuestra idea también: pasar casi desapercibidos en el escenario”.

En este sentido, su banda cuenta con la tan clásica como fundamental pantalla circular como la que utilizaba Floyd para hacer proyecciones, marcando el pulso de las canciones y enalteciendo los climas a través de imágenes. Sobre esta base Ummagumma sube la apuesta con un potente sistema de lásers, recrea al avión que estalla contra el escenario como hacía la banda original durante el tema “On the run”, y también posee su propio cerdo inflable gigante, icono de la agrupación en vivo desde la edición del disco Animals en 1977. Todos son elementos que, cuando se conjugan correctamente en tiempo y forma, están diseñados para maximizar el impacto en el espectador y permite agregar una mayor verosimilitud a la fantasía.

Ummagumma

En el caso de The End, quienes también tributan a Pink Floyd, si bien cuentan con la clásica pantalla circular y un gran juego de luces, el verdadero atractivo sobre el escenario recae en la carismática figura de su cantante, Gorgui Moffatt. Su inclinación teatral le da las herramientas para comandar el escenario, contagiando al público de una ineludible energía. Su gestualidad y su lenguaje corporal le permiten personificar una canción sin la necesidad de recurrir a un disfraz. La imagen se complementa con un timbre vocal que transmite el mismo nivel de emoción y logra plasmar con gran fidelidad tanto el canto de Roger Waters como el de David Gilmour en un inglés completamente natural, herramienta clave a la hora de evitar una grieta en la ilusión.

A veces el afán por duplicar a la estrella puede llevar a que se diluyan las fronteras entre la persona y el personaje. Miembros de bandas que se llaman entre sí como sus respectivos emulados puede representar un detalle pintoresco para los seguidores, pero no deja de tener un tinte disonante. Alejandro Iglesias define su postura tajantemente: “Yo no conozco a ningún actor que se haga llamar como un personaje que interpretó”. En el caso de Freddie Mercury, Padín cuenta que es una fina línea que se cruza, voluntaria o involuntariamente: “Me preguntan mucho si la gente está esperando encontrar a Freddie debajo del escenario y si yo mismo sigo imaginando que soy él después de un show. Ahora los tengo bien separados. Decidí bajar un cambio. Si juego con la gente fuera del escenario o para sacarme una foto, es siempre como parte del show”.


La campana divisora

Existe un factor filosófico que divide las aguas en el mundo de las bandas tributo. Por un lado, están aquellos que ven en el tributo una plataforma donde existe un margen para darle un toque personal a la ejecución. A los oídos del público, es evidente que una línea muy fina separa al aporte del abuso, la cuota personal de la deformación. Saber moverse en esa frontera no es sólo una responsabilidad sino que es lo que hace brillar a una banda a los ojos de la gente. “Hemos hecho catársis entre todos y decidimos tocar como si los Beatles lo estuviesen haciendo hoy, año 2008. Paul McCartney no hace los temas igual que los originales, y nosotros adoptamos esa misma metodología, porque sino van a pasar veinte años más y vamos a seguir tocando con el sonido de los sesenta”, confiesa Boudakian.

Con parámetros similares se maneja The End: muchos temas de los primeros discos son aggiornados para lograr un sonido más moderno y rockero. A la hora de tributar a un coloso sonoro como Pink Floyd, la traducción al vivo se vuelve un desafío. Como bien marca Matías Dietrich, guitarrista de la banda, “la realidad es que ni el mismo Gilmour suena como el de los discos”. Vale recordar que cuando sacó su primer disco enteramente en vivo, Floyd necesitó once músicos en escena para aproximarse a la hiper producción del material de estudio. “Con obras como The Wall y Dark Side of the Moon, no hay mucho margen para cambiar. A esos discos le damos el mayor grado de fidelidad posible. Obviamente, ante un solo de nueve minutos uno tiene cierta libertad para improvisar y tocar más a su estilo. Yo hago la primera parte lo más parecida posible y el resto, a mi manera. Porque para escucharlo tal cual está el disco, y también es más divertido para mí y para la gente”, afirma.

Este es un punto clave en la postura de The End, que queda evidenciado en sus shows: las licencias en la música siempre son en pos de una mejor experiencia en vivo y un mayor impacto en la audiencia, nunca poniéndose por sobre la música de Pink Floyd sino dándole una nueva vitalidad acorde al contexto. “Nos parece divertido para la gente darle un valor agregado, y que no vengan a ver una banda tributo solamente. Ese término suena peyorativo hoy por hoy. Creo que no somos una banda que tributa sino una banda que interpreta la música de Pink Floyd”, concluye.


The End

En contraposición, surge la doctrina que considera que el tributo requiere una fidelidad total respecto a la obra original. Tal es el caso de Ummagumma, donde existe una necesidad casi ontológica de alcanzar un grado de analogía absoluta. “Sólo vemos una forma de hacer los temas: así. Si nos vienen a ver es porque buscan esa fidelidad. Hay otras bandas que se dan licencias y la gente los va a ver también. No es una cuestión de bien o mal”, opina el bajista Alejandro Iglesias, y agrega que “está bueno que haya esa diferencia porque permite que puedan existir las dos bandas sin problemas”.

Ese espíritu perfeccionista de Ummagumma es el que los lleva a dedicarle días o incluso semanas de exploración en busca de un sonido particular que active en el oyente un recuerdo directo a la imagen auditiva del disco original. “El afán de esa fidelidad es más nuestra que del público. Es la satisfacción de lograrlo y darnos cuenta de que sonamos igual. Eso es lo que nos mueve: que pongan un CD, después nos escuchen a nosotros y sea calcado”.

La última postura viene a ahondar en una de las clásicas críticas y prejuicios a romper a la hora de ver (y disfrutar) de una banda tributo: ¿dónde está la originalidad? El interrogante ha sido un pilar para arduos ataques hacia este movimiento, acusándolo de una carente creatividad y, por ende, de un cuestionable talento. Esta lectura reduccionista saca a relucir un paradigma clásico en el rock, donde el valor se pone en el individualismo entendido como la expresión propia, personal y única canalizada a través de la música. Ser uno mismo. Así, el mensaje-slogan puede predisponer de forma negativa al público frente a una banda tributo, falseando su interpretación o el marco en el que debe establecer las “reglas”. No obstante, al aplicar la misma postura a otros géneros como la música clásica o la ópera esta carece de peso ya que las “leyes” mentales del público son otras. A una orquesta no se le resta mérito por ejecutar la obra de otro, ni a un cantante de ópera por reinterpretar un personaje. Es por eso que generalmente el tributo es un ser híbrido que baila sutilmente en la frontera que divide al teatro de la música, con actores que, en vez de aprender un diálogo, aprenden una canción.


Made in Argentina

Todas las bandas tributadas comparten un punto en común: el idioma inglés. Este detalle obvio es una de las claves para comprender la facilidad con la que una buena banda puede penetrar mercados exteriores. Sobre el escenario, no hay otra nacionalidad más que la del personaje. Boudakian lo define categóricamente: “Con la música de los Beatles, no importa en qué país estés. Si lo hacés bien, vas a triunfar”. Así, el mercado sudamericano no representa un imposible para estas bandas: el verdadero desafío es lograr éxito en el viejo continente. Dios salve a la reina es una de las pocas que puede ostentar esa victoria, ya que pasó por escenarios suizos, escoceses, galeses, españoles...“Para tocar en lugares como Inglaterra tenés que ser muy bueno. ¿Quién conoce mejor a Queen que ellos mismos? Es como que venga un inglés acá y haga perfectamente un tributo a Charly García”, explica el cantante.


Dios salve a la reina

Así como sólo unos pocos logran expandirse a otros mercados, también son contadas las bandas tributo que logran generar una ganancia suficiente para que los músicos puedan vivir exclusivamente de ellas. En la mayoría de los casos, las ganancias son reinvertidas en puestas cada vez más ambiciosas, lo cual refleja un afán de crecimiento artístico por sobre el económico. Un caso paradigmático es el de The End, que hizo dos de los shows más envidiables (por la calidad y la magnitud) que cualquier banda tributo puede hacer: primero, llenaron el Luna Park en dos oportunidades con un impresionante despliegue escénico para conmemorar The Wall, y luego realizaron un show en el teatro Gran Rex junto con la Orquesta Sinfónica Nacional, con la dirección del Maestro Perusso y con arreglos de Spatocco, Raffo y Lopez Camelo, experiencia que esperan repetir a fin de año. Fueron espectáculos caros que no le generaron ganancias económicas a la banda. “No nos interesa ganar plata en pos de la puesta en escena. Tuvimos que tocar un año para terminar de pagar un show ‘exitoso’”, explica Dietrich. Al referirse a su experiencia con la sinfónica, reflexiona: “Los arreglos están hechos por músicos argentinos, la orquesta es argentina… Estás viendo un producto, modestia aparte, de calidad internacional. Mucha gente va a ver bandas porque vienen de afuera pero acá hay cosas súper valiosas que están a la altura o son incluso mejores”.

La apuesta a mayores producciones apunta a la simbiosis y al flujo emocional que se genera entre el público y la banda, como un ritual. Este esfuerzo también ayuda a despejar una de las máximas interrogantes a plantearse frente a tributos: ante una sala llena, ¿cuánto mérito es propio y cuánto de la banda original? En el caso de Ummagmma, Igesias considera que el principal mérito es de Floyd: “Pero que estén ahí viéndonos a nosotros significa que algo bien debemos estar haciendo. En el show la energía se transmite de nosotros al público y entre el público mismo. Hay gente que se emociona hasta las lágrimas y eso escuchando el disco en la comodidad de sus casas tal vez no pasa”.

El camino del tributo es arduo y sinuoso. Por un lado, las bandas están rindiendo un examen perpetuo frente a audiencias, medios y colegas. Se pone en tela de juicio su legitimidad usando los mismos parámetros de evaluación que a cualquier banda (original) cuando en realidad la lectura tendría que hacerse con las reglas propias del género. Por suerte, en la mayoría de los casos, el motor sigue siendo la pasión. Eso se transmite directamente al público que los cobija y coloca al lado del póster, del ídolo, del mito, diluyendo parcialmente un sentimiento de orfandad y saciando una necesidad de viajar en tiempo que no discrimina generaciones. Ante esto, hay músicos que tienen la sabiduría de mantener los pies en la tierra. Como bien dice Coco Boudakian: “Es el sueño del pibe, vivir de la música. Es una bendición, porque trabajo de verdad es levantarse a las seis de la mañana e ir a cargar bolsas al puerto. Esto es una beca que Dios te dio y hay que aprovecharla lo más que puedas”.


Martín Santoro
27.06.2008




- RECUADRO -

Ojos de videotape

“Conocé a las mejores bandas del mundo… tributo”. Ese simple slogan logra despertar curiosidad, tanto en el melómano como en el espectador casual, sobre uno de los temas más mencionados pero menos analizados de la música actual. "Mundo Tributo" es un documental dirigido por Adrián Fares y Leo Rosales que invita, con picardía y cierto espíritu voyeurista, a adentrarse en este mundo particular, en donde se puede conocer el lado humano de los músicos, el funcionamiento y sus motivaciones, al tomarlos tanto en momentos previos a un show como en contextos cotidianos.

Desde los camarines del concurso beatle del Cavern Club hasta las peripecias de la banda rosarina Kissmanía en Buenos Aires, el trabajo sigue a agrupaciones de todo tipo y convocatoria. Fares cuenta que la idea de realizar el documental surgió en agosto de 2006, luego de haber visto a Dr. Queen/The One, banda que homenajea a Queen. Fue la reacción de la gente lo que despertó cierta curiosidad sobre la dinámica del tributo. Una vez puesto en marcha el proyecto, las bandas aceptaron instantáneamente participar en el documental. El lugar del guión fue cedido a la espontaneidad del momento, presentando todo en su estado más puro.


* Esta nota fue publicada en la revista Clase Ejecutiva, del diario El Cronista Comercial. Octubre 2008, nº53

Pez en Siria Pub

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Este viernes pasado Pez tocó en el Siria Pub de Olivos en un show donde reinó el descontrol e improvisación total... para bien y para mal. Sin duda, fue un show memorable.



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Ricardo Iorio: Ayer deseo, hoy realidad

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La balada del Dr. Jekyll y Mr. Hyde


Es inevitable que la noticia del primer disco solista de Ricardo Iorio, cantante de Almafuerte, despierte una curiosidad galopante, especialmente cuando refiere a un repertorio conformado enteramente por versiones de temas fundacionales del rock nacional. Lo ideológico y lo musical bailan a un ritmo lo suficientemente frenético como para hacer imposible que este material pase desapercibido; especialmente cuando detrás de la batuta se encuentra un personaje tan emblemático, que amamos odiar y odiamos amar.

En esta cruzada lo acompañan sus compañeros de banda: Bin Valencia en la batería, Beto Ceriotti en el bajo, y el excelso Claudio Marciello en guitarra y arreglos. Se puede suponer que la idea de rotularlo como disco solista, a pesar de tener a todos los miembros como “banda soporte” responde a un deseo de su cantante de despuntar un vicio personal, o simplemente para no comprometer, adulterar o diluir la identidad de Almafuerte y su obra.

Aún sin escucharlo, este es un disco que hace ruido desde lo ideológico. Aquí, el personaje caricaturesco de metalero fundamentalista que se creó Iorio para sí pasa factura de su pasado, donde con saña y prepotencia se encargó de defenestrar a la gran mayoría del rock que ahora homenajea. Aquellos “blandos” siempre ocuparon un rol pasatista e intrascendente, por lo menos desde el discurso del cantante. “El metal nacional existe más de lo que existía el llamado ‘rock nacional’ en su momento. La música pesada en argentina es mucho más trascendente que cualquier cosa que haya hecho cualquiera de las bandas que han formado parte del rock nacional, y además de más trascendente es más grande”, argumentaba para la revista Madhouse en el ’91.

Otro punto de disonancia es la relación que siempre tuvo hacia aquellos que no eran autores de la obra que interpretaban. En el 2003, para la revista Si se calla el cantor declaró: “Vos estás hablando con un autor. Yo no me gano la plata de sodero ni de fletero. Canto las canciones que inventé, no soy Mercedes Sosa ni Valeria Lynch que cantan canciones de otros. Yo voy a SADAIC y me gano mi billete por cantar mis canciones”. Más que curioso resulta, entonces, la salida de este disco, que no sólo se nutre de versiones, sino que rinde tributo a figuras como Almendra y Miguel Abuelo, entre otros.

Sin embargo, es menester sobreponerse a la lectura (y crítica) ideológica que la naturaleza de este disco pueda suscitar para poder disfrutarlo. La música ciertamente amerita ese esfuerzo.

Un punto clave a destacar es el buen gusto que han tenido al confeccionar la lista de temas. A diferencia de previos tributos o reversiones del rock nacional que coparon las bateas en los últimos años, "Ayer deseo hoy realidad" se despega del hit facilongo y populista, ya diluido hasta el hartazgo. Si bien acá encontramos clásicos indiscutidos, conviven con perlas que habitan en la periferia popular, aunque merezcan una ubicación central en nuestro rock: Hace casi 2000 años de Color Humano, Ritmo y blues con armónica de Vox Dei y Tontos de Billy Bond y La Pesada son solo algunos de los que brillan en su presencia. Podría considerarse que el único “lugar común” del disco es Jugo de tomate, de Manal, aunque esto no le quita ni un ápice de mérito a la versión en particular ni a la obra en general. Queda claro así que el criterio de selección, tanto de los grupos como de canciones, refiere y remite directo a la banda de sonido de la juventud de Iorio; tal vez el primer motor en su periplo musical.

El disco también contiene una grata cuota de sorpresa. Por un lado se produce una trilogía spinettiana con Toma el tren hacia el sur de Almendra, Madreselva de Pescado Rabioso y Durazno Sangrando de Invisible, digna de aplausos. Tal vez aquí haya radicado uno de los mayores escollos para Iorio, del que emerge más que airoso: adaptar material tan ajeno, lograr estamparle su identidad y así generar un valor agregado, sin que pierda la esencia original. Por otro lado, aun cuando parece morder la banquina con Un amigo de verdad de Roque Narvaja, hay una especie de “morbo musical” por el cual sigue siendo fascinante verlo desenvolverse en un contexto que, por lo menos en teoría, es diametralmente opuesto a su naturaleza. Un claro ejemplo de esto es Mariposas de madera de Miguel Abuelo, un este estandarte hippodélico (hippie + psicodélico, se entiende…) que es abordado con el respeto y la sensibilidad que merece.

En lo individual, hay que destacar la emoción que conlleva la entrega vocal. Iorio logra matices y acentos propios de quien empatiza y se compenetra plenamente con la canción. Doble mérito merece por hacerlo con composiciones tan ajenas a su estilo, donde pierde el miedo de salir de su nicho para entregarse al momento. Basta escuchar Durazno sangrando para ver esto con total claridad. Donde Spinetta es una flauta, Iorio es una motosierra, pero sin embargo la emoción aflora y la sinceridad está ahí, palpable.

Tal vez este último punto sea el verdadero logro del disco, y lo que le da un barniz especial. Iorio parece perder el miedo de mostrarse un poco más vulnerable, tal vez más humano y dejar ver, por entre las grietas de su coraza, que el talento que tiene la persona se erige mucho más alto que el discurso del personaje.


Temas:
1- Hace casi 2000 años (Color Humano) / 2- Toma el tren hacia el sur (Almendra) / 3- Blues del atardecer (El Reloj) / 4- Solitario Juan (Pappo´s Blues) / 5- Ritmo y blues con armónicas (Vox Dei) / 6- Durazno sangrando (Invisible) / 7- Jugo de tomate (Manal) / 8- Un amigo de verdad (Roque Narvaja) / 9- Madreselva (Pescado Rabioso) / 10- Tontos (Billy Bond y la Pesada) / 11- Vine cruzando el mar (Aeroblus) / 12- Imágenes fugaces (La Moto) / 13- Mariposas de Madera (Miguel Abuelo)