Medicina espiritual

0 comentarios


"La risa es el lenguaje del alma"
Pablo Neruda


¿Cómo saber dónde está la risa, agazapada y expectante, esperando la cosquilla más sutil para saltar al vacío?

¿Cómo lograr que un mínimo gesto impacte hasta la última butaca?

¿Cómo cristalizar en la voz y sus matices la máxima herramienta?

¿Cómo darse cuenta que la verdadera comedia reside también en los detalles, en las tonterías, en ese segundo de pausa que hace el comediante para no tentarse y desbaratar toda la rutina, sosteniendo el climax y generando, aunque quiera o no, cómplices en el arte de mitigar la carcajada?

Richard Pryor fluía como el mejor jazz. Su comedia podía ser impresionista, física, mímica, sociológica, callejera, poética y guarra, pero siempre honesta. Las rutinas eran como sesiones de terapia grupal donde revestía miserias con el barniz tornasolado de la risa. Lo que opaca la vida, brilla en el escenario.

¿Cómo cruzar ese puente?

No sé.

La buena comedia es arte. La risa es música. De eso estoy seguro.


Un animal de sangre y de sal

1 comentarios

Pez
cumplió 15 años y lo festejó en La Trastienda. Pronto, algo en frío. Por ahora, la emoción cruda.




Sonido incandescente. Canciones estoicas, heroicas, utópicas que golpean en el pecho, penetran la corteza y reverberan en el cráneo. Vértigo. Fuerza. No hay forma de amortiguar la explosión. Tampoco ganas. He ahí la poesía. Contagio inminente e inmediato. Acordes que erizan hasta al más anónimo rincón de la nuca. El ritmo y la fuerza apelan al inconsciente, a lo primal, a la tierra... la poesía a lo conciente, a lo eterno, a lo etéreo... Luego, una tremenda carga de adrenalina se convierte en nuestra orgullosa coraza y motor a la hora de salir del capullo embrionario y volver a hacerle frente a la ciudad y a la vida, que marca el pulso con momentos así. Frágilinvencible.


...

Haz de luz

0 comentarios
-Luis, ¿tenés esperanza o querés tener esperanza?
-Tengo esperanza porque en ella están las únicas notas que interceptan el silencio. Cada nota es una esperanza, mientras que el silencio no posee ninguna esperanza más que la de ser una nota.




Francamente no me gusta redireccionar mucho la lectura del blog pero siento casi como un imperativo recomendar ESTA entrevista que dio Luis Alberto Spinetta al suplemento AdnCultura de La Nación el pasado domingo. Imperdible...


La usina de ritmos

0 comentarios
La Bomba de tiempo dejó de ser solamente una orquesta de diecisiete percusionistas para convertirse en una de las alternativas más interesantes del circuito porteño. Aquí, el fenómeno musical, social y conceptual.


No sucede de inmediato. Necesita de un tiempo de maduración física y emocional. El ritmo lentamente va librando las ataduras de la mente mientras que el cuerpo opera como antena receptora de los candentes ritmos de tambores que suenan aquí y ahora, pero que hacen eco en lo más básico de su ser. Así comienza el baile. Al abrir los ojos, postales de aires dulces, hombres en zancos, estudiantes, oficinistas, familias, turistas, malabaristas y artesanos completan el panorama con colores vivos. Dos mil personas se congregan en Ciudad Cultural Konex para disfrutar de un oasis en medio del concreto del Abasto y darle una nueva identidad al día que marca el calendario. Nada mal para un lunes a la noche.


Instrucciones para armar una bomba

La cabeza de Santiago Vázquez, fundador y líder de La bomba de tiempo, parece funcionar como un dínamo inquieto, donde las ideas se atropellan entre sí, no por torpeza sino por cantidad y grosor. El génesis de la agrupación es evidencia suficiente: el proyecto nació como una idea incluso antes de convocar al grupo. Su banda anterior, El colectivo eterofónico, contaba con más de diez integrantes con instrumentos de viento, cuerdas y percusión, y Vázquez ya estaba implementando un sistema de dirección en base a señas para componer en tiempo real. Esa experiencia fue la semilla que lo impulsó a visualizar una idea similar pero aplicada a un formato puramente percusivo, experimentando más sobre el ritmo, el groove y la invitación al baile como herramienta de comunión popular.

Sobre esta premisa comenzó a buscar los músicos indicados, que debían contar con gran entrenamiento técnico y ser hábiles en improvisación, respondiendo a conceptos complejos con naturalidad y fluidez porque, como define Vázquez, “para que sea escuchado con facilidad tiene que ser tocado con facilidad”. Lentamente fue armado una suerte de seleccionado con lo mejor del ambiente percusivo de Capital, Gran Buenos Aires y La Plata.

Para el director, ensamblar un grupo de estas características implica un gran esfuerzo, tanto musical como humano: “Este tipo de improvisación requiere de cierta humildad, porque somos muchos y cada uno toca mucho menos de lo que está acostumbrado a tocar por fuera de la banda. Esto demanda de cada uno una entrega muy importante, como una resignación del ego y al brillo personal”. La banda cuenta con diecisiete músicos, cada uno con sus raíces y bagaje musical, pero se ha realizado un gran trabajo para evitar la música de género, como puede ser la samba y el candombe. Porque La bomba busca un lenguaje musical particular, genuino, que no sea el reflejo de otra cosa, sino algo propio, de ese momento y lugar. Cada estilo es un nutriente, pero no el protagonista. No se trata de un muestrario de ritmos sino de una fusión.

En este sentido, tener un músico invitado idóneo cada semana no sólo aporta un valor agregado, sino que empuja las fronteras musicales y desafía a lograr armonía en un terreno que es propio y ajeno para todos. “Tener invitados es como un homenaje. En general son músicos que tienen estilos distintos, pero que cada uno viene aportando su arte a la cultura desde hace tiempo. Es gente que nos alegramos que exista. Más allá de que sean de nuestro agrado por una cuestión de estilos, son tipos que aportaron mucho y que siento que hay que mostrarle al público”, explica Vázquez. Así, compartieron escenario con figuras como el Chango Spasiuk, Liliana Herrero, Javier Malosetti, Lito Vitale y Hugo Fattoruso.

La idea de dirigir el ensamble con señas gesticulares fue inspirada por el conductor y compositor estadounidense Lawrence “Butch” Morris, quien implementó un sistema de este tipo en bandas y orquestas dentro del campo del jazz y la música experimental. Andrés Inchausti, uno de los músicos y directores que se sumaron a La bomba de tiempo, cuenta que “el lenguaje como tal no es complejo, es como aprender señales de tránsito. Si uno estudia, a la semana ya las conoce todas y después, con la práctica, se fijan. Lo verdaderamente difícil es hacer música con eso”.

Trabajar con polirrítmias y cambios de compases complejos no suele ser el camino hacia la masividad bajo los cánones tradicionales, pero Vázquez lo ve de otra manera: “Estas ideas son algo sofisticadas pero que no tienen que quedar en un lugar de elite. Siempre luché contra esa idea prefabricada de que la gente no puede consumir música que tenga cierta complejidad. Simplemente tiene que cumplir también con la necesidad de la persona que escucha”.




Genealogía del ritmo

En el caso de La Bomba, la necesidad que viene a cubrir es muy clara para los músicos. “Empecé a sentir que en Buenos Aires faltaba un grupo que, a nivel cultural y social, cubriera el rol que tienen las escolas do samba en Brasil o las murgas en Uruguay. En varios países ocurre este fenómeno donde hay grupos para bailar, pero que son para la gente, que no son un espectáculo”, confiesa Santiago Vázquez. Aquí la trinidad elemental: ritmo, baile, comunión.

Decir que el público de La bomba de tiempo es “particular” es una gran subestimación. Se trata más bien de un calidoscopio social, cultural y generacional que gana significado bajo el haz de luz de la percusión, y aún así esta definición resulta incompleta. Abajo del escenario conviven estudiantes, oficinistas, familias, músicos, curiosos, hippies, artesanos, performers y una cantidad de turistas que permitiría abrir sin problema una sucursal de las Naciones Unidas. La misma caracterización del público elude por completo a los miembros de la banda que, al mismo tiempo, buscan exactamente eso. “Yo sentía que faltaba una música de percusión que pueda ser de todos, no necesariamente de alguna clase social, de un estilo, de una tribu o de cierta zona de la ciudad. El ritmo no tiene clase social”, sostiene Santiago Vázquez. Alejandro Oliva, miembro de la banda, completa contando que “hay gente que va a escuchar la música, gente interesada en el sistema de señas, gente que simplemente va a bailar, gente que va a hacer sus performances… es como un universo multidireccional”.

El poder del boca a boca es una de las principales vías a la hora de legitimar la propuesta, promocionándola exponencialmente. Evidencia de esto es ver cómo pasaron de tocar acústicamente para cincuenta personas a necesitar sonido de recital para que cada tambor resuene con fuerza en los cuerpos de un público de más de dos mil que dicen presente lunes a lunes. En medio de todo esto, surge la gran tarea de dar cobijo a esta masa efervescente, empatizando al máximo con sus necesidades y deseos. Aquí entra en escena otro pilar del fenómeno: Ciudad Cultural Konex.

El productor Martín Lavini, ve cómo La bomba de tiempo fue creciendo junto predio cultural que oficia de hogar para la propuesta, donde pasaron de presentar espectáculos teatrales con seiscientas personas como máximo a tener que contener a más del triple cada lunes. “Obviamente tuvimos que ampliar el personal, generar estrategias de trabajo en cuanto al montaje, resoluciones frente a factores climáticos, como para poder adaptar todo a cualquier situación”, enumera. Las reglas del predio son atípicamente laxas para los estándares actuales de eventos masivos, pero funcionan muy bien. Se respeta el espacio y la privacidad de la gente, mientras esta no choque con el disfrute y la seguridad de los demás.

Afuera del predio cuentan con seguridad para ordenar la multitudinaria entrada y realizar los cacheos de seguridad. Una vez adentro, la gente puede acudir a la barra para comprar cerveza, que es vendida en vasos de plástico, y se puede fumar en el amplio patio, aunque no en lugares cerrados como las salas. Para mantener este orden, cuentan con personal de seguridad y gente de civil como referentes. Lavini explica: “Al principio, cuando empezás a usar más personal de seguridad, la persona que viene a relajarse siente una tensión, que después desaparece cuando entiende que esa figura no está para ir al choque sino para cuidar. Lo central es ver cómo estar sin hostigar y cómo hacerles entender que es por su bien. Por suerte la gente lo terminó comprendiendo”. Todos los miembros del staff están entrenados para operar en caso de cualquier tipo de siniestro, y “el público de La bomba es muy tranquilo para ser la cantidad que es. Eso mismo en un recital de rock genera un caos importante”.

Inevitablemente, Ciudad Cultural Konex es parte del fenómeno, por presencia y por asociación. Por un lado, su estética de fábrica abandonada traída de vuelta a la vida da una imagen cruda y una sensación de inmediatez total. Aquí el lugar es parte de la puesta, con una imagen congruente con la propuesta. Asimismo, se ha vuelto el centro de toda una escena, enlazando cada módulo artístico con sutileza, como afirma Lavini: “Se generó una movida cultural que es como una telaraña. Es un circuito que si se saca a La Bomba del Konex se rompe toda esa cuestión de tribu”.




Contagiándose de la energía del otro

Por su naturaleza, La Bomba de tiempo reafirma aquella doctrina de Heráclito que asegura que el hombre no se baña dos veces en el mismo río, aún cuando, en este caso, ya se hizo mar. Es por eso que cada semana se repite el ciclo de un público que va a ver algo que conoce, pero que a la vez siempre muta, evoluciona. La única constante es el cambio. A partir de esto es imposible realizar cualquier tipo de analogía con estilos de música como el rock, donde pueden repetirse temas de show a show. Ciertamente, este es uno de los máximos focos de atracción.

El fenómeno se completa con su público. Más allá de una necesidad económica para sostener el proyecto, hay hasta una cuestión artística que impulsa esa comunión y combustión. Alejandro Oliva cuenta que “todo el flujo energético que se da, sin la gente no tiene existencia alguna”. Santiago Vázquez remarca que la masividad era una meta desde antes de plasmar sus ideas a la práctica: “Toda la idea del proyecto tenía sentido si se podía convocar a mucha gente, no por una cuestión del éxito sino por esta idea de ocupar un espacio cultural. Fue pensado de esta manera. Ahora, que se dé así efectivamente es una de esas casualidades del cosmos. Uno pone la mesa para tantas personas. Que vengan o no siempre es una variable”.

Como todo aquello que se vuelve popular, es inevitable que el arte sufra de alguna u otra manera. Por momentos, parece ser reducido a una excusa para el encuentro y la socialización, negándole el respeto y la atención que merece la banda y la obra, convirtiendo la experiencia en un mero acto de presentismo. Como explica Inchausti: “Hay días que siento que podemos tocar cualquier cosa y la gente va a estar feliz igual, y eso no me halaga. Me gusta sentir que hay un público despierto”.

La música y el público viven una significativa retroalimentación, estableciendo, por momentos, pasajes casi dialógicos. Esto no escapa a la mirada creativa de los directores. Los climas a lo largo del show son tratados como paisajes en un viaje. “El principio del show es un momento donde podés experimentar más. Tenés un tiempo distinto a si los agarrás en la última media hora. Hay momentos en donde el grupo mira hacia adentro y momentos donde está más conectado con la gente y busca esa cosa de fiesta”, explica Andrés Inchausti. “Por eso nosotros tenemos que mantener un equilibrio entre lo que la gente espera de nosotros pero, al mismo tiempo, permitirnos un grado de experimentación. El público, aunque sea inconscientemente, te predispone a repetir lo que funcionó en el pasado, y hay que luchar contra eso”, agrega Vázquez.
Inchausti analiza: “Lo que sí te digo es que cuando es tremendo, una de esas noches que no se puede creer, lo siente todo el mundo. No pasa desapercibido”. No por nada cada show termina con el efusivo pedido de la banda para que la gente salga tranquila y no se quede tocando instrumentos por el barrio, por respeto a los vecinos. Así, las palabras buscan amortiguar una explosión alimentada semana a semana, pero que remite a la esencia del hombre: ritmo, baile, comunión. Nada mal para un lunes a la noche.



Martín Santoro
04.07.2008



* Esta nota fue publicada en la revista Clase Ejecutiva, del diario El Cronista Comercial. Noviemre 2008, nº54

Mitch Mitchell: 09/07/1947 - 12/11/2008

0 comentarios

Alineación al centro

Con la Jimi Hendrix Experience. Ya no queda ninguno...

...se juntaron del otro lado

No te dejes desanimar

0 comentarios
Nunca dejes de abrirte,
no dejes de reirte,
no te cubras de soledad
y si el miedo te derrumba
si tu luna no alumbra
si tu cuerpo no da más...
No te dejes desanimar
basta ya de llorar
para un poco tu mente y ven acá.

Estás harto de ver los diarios
estás harto de los horarios
estás harto de estar en tu lugar,
ya no escuchas el canto de los mares
ya no sueñas con lindos lugares
para descansar una eternidad...
No te dejes desanimar
no te dejes matar
quedan tantas mañanas por andar.

Más allá del espejo

2 comentarios
“He sido imitado tan bien que hasta escuché gente copiar mis errores”, contaba con humor Jimi Hendrix a fines de los sesentas. Se dice que la imitación es el mayor cumplido que un artista puede recibir. Puede no ser la forma más noble, pero ciertamente es la que despierta mayor controversia. Tal vez este sea el germen que dio vida al movimiento de bandas tributo, fenómeno que actualmente es un miembro tan estable como notable del cosmos artístico de la Argentina. No es tarea fácil llenar el vacío que dejó en la gente la desaparición de bandas como The Beatles, Queen o Pink Floyd, especialmente si se considera que esa abstinencia no tiene brecha generacional. Padres e hijos por igual se vuelcan a ellas en busca de un pasado latente. Conocerlas es ciertamente un viaje mágico y misterioso.

Una de las bandas que dio el puntapié inicial a este movimiento fueron los Danger Four y su tributo a The Beatles, que cumple 25 años. El rol fundacional incomoda un poco a Coco Boudakian, líder de la banda. “Pionero significa muchos años, muchos años significa vejez y eso ya no me gustó”, argumenta con coquetería. Lo cierto es que las bandas que hoy sobresalen con sus propuestas y convocatoria alcanzan o incluso superan la década de vida, descartando las sospechas de adhesión a una moda pasajera y reafirmando su naturaleza de proyecto a largo plazo. Sobrevivir y triunfar como banda tributo tiene sus particularidades. Pese a que la tentación es fuerte, no se las puede comparar directamente con la dinámica de bandas originales, así como tampoco se las puede evaluar con las mismas reglas. No es que están corriendo por distintos carriles, sino que ni siquiera están jugando al mismo deporte.


Ver para creer

Salvo contados casos, no existe material discográfico de bandas tributo. Aquellas que lo intentan, suelen lograr un producto que se asemeja más a un souvenir o, cuando mucho, a una simpática postal que, a los oídos del público, siempre será pálida en comparación al original. Queda claro que el terreno a conquistar es el de la presentación en vivo. En ese marco, el show de la banda puede fusionarse con la proyección fantástica de la audiencia para establecer un juego de complicidad entre las partes en donde el viaje en tiempo y espacio es posible. Por eso, la estética y lo visual son engranajes fundamentales que sostienen la maquinaria tributo. Adrián Fares, director del documental Mundo Tributo (ver recuadro), tiene la teoría de que, por la naturaleza del genero, siempre tendrá más éxito una banda que perfecciona el aspecto estético que aquella que recalca lo musical. Si bien las dos caras operan como el ying y el yang de las agrupaciones, está claro que, a diferencia de las originales, un tributo no puede subsistir sin un logrado aporte visual.

Para Pablo Padín, la diferencia entre una buena banda tributo y una mala radica en la imagen. En el caso de su banda, Dios salve a la reina, el parecido físico natural de los músicos es una fortuna que se complementa con un detallado vestuario análogo al que usaba Queen en sus shows de los ochentas y un sistema de luces con una disposición casi idéntica. “Nosotros estamos en el más mínimo detalle, pendientes de lo subliminal, con gestos y movimientos, aunque arriba del escenario no lo pienso. Yo soy Freddie Mercury y no me importa nada”, afirma el cantante.

Ciertamente, la imagen es la base sobre la cual se construye la marca pero, si no se establece un criterio estético y escénico, el entusiasmo por ser pósteres vivientes puede actuar en detrimento del producto final. Coco Boudakian cuenta que para los Danger Four el vestuario es algo secundario: “Tenemos buena ropa para el escenario, glamorosa dentro del estilo beatle, pero un poco más actual. Hay otras bandas tributo que ponen un video, se cambian, tocan tres temas, ponen un video, se cambian, tocan tres temas… llega un momento que te preguntás si fuiste a ver una banda de rock o a un desfile de Roberto Giordano”.

La importancia de lo escénico también se evidencia incluso con los tributos a bandas sin una imagen tan icónica, como es el caso de Pink Floyd. El peso de lo estético en la agrupación inglesa para crear una identidad como banda era esencial, pero se valía de otros recursos más que de vestuario o caracterización de los músicos, quienes se avocaban por completo al sonido. Como cuenta Alejandro Iglesias, bajista de Ummagumma, “lo que importaba en los shows de Pink Floyd era tanto la música como las imágenes”. Y agrega: “Esa es nuestra idea también: pasar casi desapercibidos en el escenario”.

En este sentido, su banda cuenta con la tan clásica como fundamental pantalla circular como la que utilizaba Floyd para hacer proyecciones, marcando el pulso de las canciones y enalteciendo los climas a través de imágenes. Sobre esta base Ummagumma sube la apuesta con un potente sistema de lásers, recrea al avión que estalla contra el escenario como hacía la banda original durante el tema “On the run”, y también posee su propio cerdo inflable gigante, icono de la agrupación en vivo desde la edición del disco Animals en 1977. Todos son elementos que, cuando se conjugan correctamente en tiempo y forma, están diseñados para maximizar el impacto en el espectador y permite agregar una mayor verosimilitud a la fantasía.

Ummagumma

En el caso de The End, quienes también tributan a Pink Floyd, si bien cuentan con la clásica pantalla circular y un gran juego de luces, el verdadero atractivo sobre el escenario recae en la carismática figura de su cantante, Gorgui Moffatt. Su inclinación teatral le da las herramientas para comandar el escenario, contagiando al público de una ineludible energía. Su gestualidad y su lenguaje corporal le permiten personificar una canción sin la necesidad de recurrir a un disfraz. La imagen se complementa con un timbre vocal que transmite el mismo nivel de emoción y logra plasmar con gran fidelidad tanto el canto de Roger Waters como el de David Gilmour en un inglés completamente natural, herramienta clave a la hora de evitar una grieta en la ilusión.

A veces el afán por duplicar a la estrella puede llevar a que se diluyan las fronteras entre la persona y el personaje. Miembros de bandas que se llaman entre sí como sus respectivos emulados puede representar un detalle pintoresco para los seguidores, pero no deja de tener un tinte disonante. Alejandro Iglesias define su postura tajantemente: “Yo no conozco a ningún actor que se haga llamar como un personaje que interpretó”. En el caso de Freddie Mercury, Padín cuenta que es una fina línea que se cruza, voluntaria o involuntariamente: “Me preguntan mucho si la gente está esperando encontrar a Freddie debajo del escenario y si yo mismo sigo imaginando que soy él después de un show. Ahora los tengo bien separados. Decidí bajar un cambio. Si juego con la gente fuera del escenario o para sacarme una foto, es siempre como parte del show”.


La campana divisora

Existe un factor filosófico que divide las aguas en el mundo de las bandas tributo. Por un lado, están aquellos que ven en el tributo una plataforma donde existe un margen para darle un toque personal a la ejecución. A los oídos del público, es evidente que una línea muy fina separa al aporte del abuso, la cuota personal de la deformación. Saber moverse en esa frontera no es sólo una responsabilidad sino que es lo que hace brillar a una banda a los ojos de la gente. “Hemos hecho catársis entre todos y decidimos tocar como si los Beatles lo estuviesen haciendo hoy, año 2008. Paul McCartney no hace los temas igual que los originales, y nosotros adoptamos esa misma metodología, porque sino van a pasar veinte años más y vamos a seguir tocando con el sonido de los sesenta”, confiesa Boudakian.

Con parámetros similares se maneja The End: muchos temas de los primeros discos son aggiornados para lograr un sonido más moderno y rockero. A la hora de tributar a un coloso sonoro como Pink Floyd, la traducción al vivo se vuelve un desafío. Como bien marca Matías Dietrich, guitarrista de la banda, “la realidad es que ni el mismo Gilmour suena como el de los discos”. Vale recordar que cuando sacó su primer disco enteramente en vivo, Floyd necesitó once músicos en escena para aproximarse a la hiper producción del material de estudio. “Con obras como The Wall y Dark Side of the Moon, no hay mucho margen para cambiar. A esos discos le damos el mayor grado de fidelidad posible. Obviamente, ante un solo de nueve minutos uno tiene cierta libertad para improvisar y tocar más a su estilo. Yo hago la primera parte lo más parecida posible y el resto, a mi manera. Porque para escucharlo tal cual está el disco, y también es más divertido para mí y para la gente”, afirma.

Este es un punto clave en la postura de The End, que queda evidenciado en sus shows: las licencias en la música siempre son en pos de una mejor experiencia en vivo y un mayor impacto en la audiencia, nunca poniéndose por sobre la música de Pink Floyd sino dándole una nueva vitalidad acorde al contexto. “Nos parece divertido para la gente darle un valor agregado, y que no vengan a ver una banda tributo solamente. Ese término suena peyorativo hoy por hoy. Creo que no somos una banda que tributa sino una banda que interpreta la música de Pink Floyd”, concluye.


The End

En contraposición, surge la doctrina que considera que el tributo requiere una fidelidad total respecto a la obra original. Tal es el caso de Ummagumma, donde existe una necesidad casi ontológica de alcanzar un grado de analogía absoluta. “Sólo vemos una forma de hacer los temas: así. Si nos vienen a ver es porque buscan esa fidelidad. Hay otras bandas que se dan licencias y la gente los va a ver también. No es una cuestión de bien o mal”, opina el bajista Alejandro Iglesias, y agrega que “está bueno que haya esa diferencia porque permite que puedan existir las dos bandas sin problemas”.

Ese espíritu perfeccionista de Ummagumma es el que los lleva a dedicarle días o incluso semanas de exploración en busca de un sonido particular que active en el oyente un recuerdo directo a la imagen auditiva del disco original. “El afán de esa fidelidad es más nuestra que del público. Es la satisfacción de lograrlo y darnos cuenta de que sonamos igual. Eso es lo que nos mueve: que pongan un CD, después nos escuchen a nosotros y sea calcado”.

La última postura viene a ahondar en una de las clásicas críticas y prejuicios a romper a la hora de ver (y disfrutar) de una banda tributo: ¿dónde está la originalidad? El interrogante ha sido un pilar para arduos ataques hacia este movimiento, acusándolo de una carente creatividad y, por ende, de un cuestionable talento. Esta lectura reduccionista saca a relucir un paradigma clásico en el rock, donde el valor se pone en el individualismo entendido como la expresión propia, personal y única canalizada a través de la música. Ser uno mismo. Así, el mensaje-slogan puede predisponer de forma negativa al público frente a una banda tributo, falseando su interpretación o el marco en el que debe establecer las “reglas”. No obstante, al aplicar la misma postura a otros géneros como la música clásica o la ópera esta carece de peso ya que las “leyes” mentales del público son otras. A una orquesta no se le resta mérito por ejecutar la obra de otro, ni a un cantante de ópera por reinterpretar un personaje. Es por eso que generalmente el tributo es un ser híbrido que baila sutilmente en la frontera que divide al teatro de la música, con actores que, en vez de aprender un diálogo, aprenden una canción.


Made in Argentina

Todas las bandas tributadas comparten un punto en común: el idioma inglés. Este detalle obvio es una de las claves para comprender la facilidad con la que una buena banda puede penetrar mercados exteriores. Sobre el escenario, no hay otra nacionalidad más que la del personaje. Boudakian lo define categóricamente: “Con la música de los Beatles, no importa en qué país estés. Si lo hacés bien, vas a triunfar”. Así, el mercado sudamericano no representa un imposible para estas bandas: el verdadero desafío es lograr éxito en el viejo continente. Dios salve a la reina es una de las pocas que puede ostentar esa victoria, ya que pasó por escenarios suizos, escoceses, galeses, españoles...“Para tocar en lugares como Inglaterra tenés que ser muy bueno. ¿Quién conoce mejor a Queen que ellos mismos? Es como que venga un inglés acá y haga perfectamente un tributo a Charly García”, explica el cantante.


Dios salve a la reina

Así como sólo unos pocos logran expandirse a otros mercados, también son contadas las bandas tributo que logran generar una ganancia suficiente para que los músicos puedan vivir exclusivamente de ellas. En la mayoría de los casos, las ganancias son reinvertidas en puestas cada vez más ambiciosas, lo cual refleja un afán de crecimiento artístico por sobre el económico. Un caso paradigmático es el de The End, que hizo dos de los shows más envidiables (por la calidad y la magnitud) que cualquier banda tributo puede hacer: primero, llenaron el Luna Park en dos oportunidades con un impresionante despliegue escénico para conmemorar The Wall, y luego realizaron un show en el teatro Gran Rex junto con la Orquesta Sinfónica Nacional, con la dirección del Maestro Perusso y con arreglos de Spatocco, Raffo y Lopez Camelo, experiencia que esperan repetir a fin de año. Fueron espectáculos caros que no le generaron ganancias económicas a la banda. “No nos interesa ganar plata en pos de la puesta en escena. Tuvimos que tocar un año para terminar de pagar un show ‘exitoso’”, explica Dietrich. Al referirse a su experiencia con la sinfónica, reflexiona: “Los arreglos están hechos por músicos argentinos, la orquesta es argentina… Estás viendo un producto, modestia aparte, de calidad internacional. Mucha gente va a ver bandas porque vienen de afuera pero acá hay cosas súper valiosas que están a la altura o son incluso mejores”.

La apuesta a mayores producciones apunta a la simbiosis y al flujo emocional que se genera entre el público y la banda, como un ritual. Este esfuerzo también ayuda a despejar una de las máximas interrogantes a plantearse frente a tributos: ante una sala llena, ¿cuánto mérito es propio y cuánto de la banda original? En el caso de Ummagmma, Igesias considera que el principal mérito es de Floyd: “Pero que estén ahí viéndonos a nosotros significa que algo bien debemos estar haciendo. En el show la energía se transmite de nosotros al público y entre el público mismo. Hay gente que se emociona hasta las lágrimas y eso escuchando el disco en la comodidad de sus casas tal vez no pasa”.

El camino del tributo es arduo y sinuoso. Por un lado, las bandas están rindiendo un examen perpetuo frente a audiencias, medios y colegas. Se pone en tela de juicio su legitimidad usando los mismos parámetros de evaluación que a cualquier banda (original) cuando en realidad la lectura tendría que hacerse con las reglas propias del género. Por suerte, en la mayoría de los casos, el motor sigue siendo la pasión. Eso se transmite directamente al público que los cobija y coloca al lado del póster, del ídolo, del mito, diluyendo parcialmente un sentimiento de orfandad y saciando una necesidad de viajar en tiempo que no discrimina generaciones. Ante esto, hay músicos que tienen la sabiduría de mantener los pies en la tierra. Como bien dice Coco Boudakian: “Es el sueño del pibe, vivir de la música. Es una bendición, porque trabajo de verdad es levantarse a las seis de la mañana e ir a cargar bolsas al puerto. Esto es una beca que Dios te dio y hay que aprovecharla lo más que puedas”.


Martín Santoro
27.06.2008




- RECUADRO -

Ojos de videotape

“Conocé a las mejores bandas del mundo… tributo”. Ese simple slogan logra despertar curiosidad, tanto en el melómano como en el espectador casual, sobre uno de los temas más mencionados pero menos analizados de la música actual. "Mundo Tributo" es un documental dirigido por Adrián Fares y Leo Rosales que invita, con picardía y cierto espíritu voyeurista, a adentrarse en este mundo particular, en donde se puede conocer el lado humano de los músicos, el funcionamiento y sus motivaciones, al tomarlos tanto en momentos previos a un show como en contextos cotidianos.

Desde los camarines del concurso beatle del Cavern Club hasta las peripecias de la banda rosarina Kissmanía en Buenos Aires, el trabajo sigue a agrupaciones de todo tipo y convocatoria. Fares cuenta que la idea de realizar el documental surgió en agosto de 2006, luego de haber visto a Dr. Queen/The One, banda que homenajea a Queen. Fue la reacción de la gente lo que despertó cierta curiosidad sobre la dinámica del tributo. Una vez puesto en marcha el proyecto, las bandas aceptaron instantáneamente participar en el documental. El lugar del guión fue cedido a la espontaneidad del momento, presentando todo en su estado más puro.


* Esta nota fue publicada en la revista Clase Ejecutiva, del diario El Cronista Comercial. Octubre 2008, nº53

Pez en Siria Pub

0 comentarios

Este viernes pasado Pez tocó en el Siria Pub de Olivos en un show donde reinó el descontrol e improvisación total... para bien y para mal. Sin duda, fue un show memorable.



.

Ricardo Iorio: Ayer deseo, hoy realidad

1 comentarios
.
La balada del Dr. Jekyll y Mr. Hyde


Es inevitable que la noticia del primer disco solista de Ricardo Iorio, cantante de Almafuerte, despierte una curiosidad galopante, especialmente cuando refiere a un repertorio conformado enteramente por versiones de temas fundacionales del rock nacional. Lo ideológico y lo musical bailan a un ritmo lo suficientemente frenético como para hacer imposible que este material pase desapercibido; especialmente cuando detrás de la batuta se encuentra un personaje tan emblemático, que amamos odiar y odiamos amar.

En esta cruzada lo acompañan sus compañeros de banda: Bin Valencia en la batería, Beto Ceriotti en el bajo, y el excelso Claudio Marciello en guitarra y arreglos. Se puede suponer que la idea de rotularlo como disco solista, a pesar de tener a todos los miembros como “banda soporte” responde a un deseo de su cantante de despuntar un vicio personal, o simplemente para no comprometer, adulterar o diluir la identidad de Almafuerte y su obra.

Aún sin escucharlo, este es un disco que hace ruido desde lo ideológico. Aquí, el personaje caricaturesco de metalero fundamentalista que se creó Iorio para sí pasa factura de su pasado, donde con saña y prepotencia se encargó de defenestrar a la gran mayoría del rock que ahora homenajea. Aquellos “blandos” siempre ocuparon un rol pasatista e intrascendente, por lo menos desde el discurso del cantante. “El metal nacional existe más de lo que existía el llamado ‘rock nacional’ en su momento. La música pesada en argentina es mucho más trascendente que cualquier cosa que haya hecho cualquiera de las bandas que han formado parte del rock nacional, y además de más trascendente es más grande”, argumentaba para la revista Madhouse en el ’91.

Otro punto de disonancia es la relación que siempre tuvo hacia aquellos que no eran autores de la obra que interpretaban. En el 2003, para la revista Si se calla el cantor declaró: “Vos estás hablando con un autor. Yo no me gano la plata de sodero ni de fletero. Canto las canciones que inventé, no soy Mercedes Sosa ni Valeria Lynch que cantan canciones de otros. Yo voy a SADAIC y me gano mi billete por cantar mis canciones”. Más que curioso resulta, entonces, la salida de este disco, que no sólo se nutre de versiones, sino que rinde tributo a figuras como Almendra y Miguel Abuelo, entre otros.

Sin embargo, es menester sobreponerse a la lectura (y crítica) ideológica que la naturaleza de este disco pueda suscitar para poder disfrutarlo. La música ciertamente amerita ese esfuerzo.

Un punto clave a destacar es el buen gusto que han tenido al confeccionar la lista de temas. A diferencia de previos tributos o reversiones del rock nacional que coparon las bateas en los últimos años, "Ayer deseo hoy realidad" se despega del hit facilongo y populista, ya diluido hasta el hartazgo. Si bien acá encontramos clásicos indiscutidos, conviven con perlas que habitan en la periferia popular, aunque merezcan una ubicación central en nuestro rock: Hace casi 2000 años de Color Humano, Ritmo y blues con armónica de Vox Dei y Tontos de Billy Bond y La Pesada son solo algunos de los que brillan en su presencia. Podría considerarse que el único “lugar común” del disco es Jugo de tomate, de Manal, aunque esto no le quita ni un ápice de mérito a la versión en particular ni a la obra en general. Queda claro así que el criterio de selección, tanto de los grupos como de canciones, refiere y remite directo a la banda de sonido de la juventud de Iorio; tal vez el primer motor en su periplo musical.

El disco también contiene una grata cuota de sorpresa. Por un lado se produce una trilogía spinettiana con Toma el tren hacia el sur de Almendra, Madreselva de Pescado Rabioso y Durazno Sangrando de Invisible, digna de aplausos. Tal vez aquí haya radicado uno de los mayores escollos para Iorio, del que emerge más que airoso: adaptar material tan ajeno, lograr estamparle su identidad y así generar un valor agregado, sin que pierda la esencia original. Por otro lado, aun cuando parece morder la banquina con Un amigo de verdad de Roque Narvaja, hay una especie de “morbo musical” por el cual sigue siendo fascinante verlo desenvolverse en un contexto que, por lo menos en teoría, es diametralmente opuesto a su naturaleza. Un claro ejemplo de esto es Mariposas de madera de Miguel Abuelo, un este estandarte hippodélico (hippie + psicodélico, se entiende…) que es abordado con el respeto y la sensibilidad que merece.

En lo individual, hay que destacar la emoción que conlleva la entrega vocal. Iorio logra matices y acentos propios de quien empatiza y se compenetra plenamente con la canción. Doble mérito merece por hacerlo con composiciones tan ajenas a su estilo, donde pierde el miedo de salir de su nicho para entregarse al momento. Basta escuchar Durazno sangrando para ver esto con total claridad. Donde Spinetta es una flauta, Iorio es una motosierra, pero sin embargo la emoción aflora y la sinceridad está ahí, palpable.

Tal vez este último punto sea el verdadero logro del disco, y lo que le da un barniz especial. Iorio parece perder el miedo de mostrarse un poco más vulnerable, tal vez más humano y dejar ver, por entre las grietas de su coraza, que el talento que tiene la persona se erige mucho más alto que el discurso del personaje.


Temas:
1- Hace casi 2000 años (Color Humano) / 2- Toma el tren hacia el sur (Almendra) / 3- Blues del atardecer (El Reloj) / 4- Solitario Juan (Pappo´s Blues) / 5- Ritmo y blues con armónicas (Vox Dei) / 6- Durazno sangrando (Invisible) / 7- Jugo de tomate (Manal) / 8- Un amigo de verdad (Roque Narvaja) / 9- Madreselva (Pescado Rabioso) / 10- Tontos (Billy Bond y la Pesada) / 11- Vine cruzando el mar (Aeroblus) / 12- Imágenes fugaces (La Moto) / 13- Mariposas de Madera (Miguel Abuelo)

Rick Wright: 28/07/1943 - 15/09/2008

2 comentarios



Me pasó algo muy bizarro y triste: estaba en la radio haciendo una columna por los 33 años de vida del disco Wish you were here de Pink Floyd. Apenas salgo del aire me llega la noticia via internet que Rick Wright había muerto. Demasiado para asimilar.

Se pueden decir muchísimas cosas sobre el enorme talento de este músico, que le estampó una identidad única a sus teclados y, junto a la guitarra de Gilmour, moldeó a la perfección “el sonido Pink Foyd”. De lo sutil a lo salvaje, de lo terrenal a lo etéreo, desde los laberintos de coral al lado oscuro de la luna, su música fluye e hipnotiza como el mercurio; y a partir de hoy hará eco en lo eterno.

Como dije, la mejor manera de homenajearlo es con su música. Podría citar prácticamente cualquier tema de cualquier disco para rendirle tributo, pero prefiero irme un poquito por la tangente (lo cual no quiere decir que no tengan que comprar, escuchar y apreciar todos los discos de Floyd).

En 1969 Michelangelo Antonioni estaba filmando Zabriskie Point y le había pedido a Pink Floyd que musicalizara ciertas escenas. Entre ellas está la famosa “violent scene” (“escena violenta”) que trascurría al compás de una conmovedora composición de piano de Rick Wright. Finalmente Antonioni descartó esa canción, lo cual fue una bendición disfrazada para la banda, ya que ese tema evolucionaría en el clásico "Us and them".

Una canción que sí quedó en la banda de sonido, aunque no en la película, fue "Love scene (take 6)", la cual iba musicalizar una escena sexual. De estas sesiones, elegí la fabulosa primera toma que Wright improvisó sobre esa temática, "Love Scene (take 1)", para rendirle este humilde tributo. Que la disfruten...

"Wish you were here" canta 33

0 comentarios


mañana ampliaré

El escenario como trinchera…

4 comentarios
Fea la actitud... muy fea...




Tras ver esta agresión que sufrió Noel Gallagher ayer en Canadá, recordé una genial anécdota de Woodstock, obra de uno de los máximos gladiadores de las tablas: Pete Townshend.

Era el segundo día del festival: sábado 16 de agosto, 1969. Bien pasada la medianoche (ya domingo), Sly & The Family Stone abría paso para un set demoledor de The Who a las 3.30am, centrado en su disco Tommy pero con la presencia de clásicos de la talla de I can’t explain y futuras gemas como Naked Eye.



Entre los espectadores estaba Abbie Hoffman, activista emblemático de la época, que miraba el show desde el costado del escenario. Había trabajado toda la noche en la carpa médica y antes del show tomó un ácido para “relajarse” un poco. Casi a la mitad del set híper enérgico de la banda, algo en su mente hace clic.

En medio de un mambo cuasi mesiánico decide que tiene que reestablecer el rumbo del festival recordándole a los concurrentes "lo verdaderamente importante". Sin medir las consecuencias se subió al escenario, agarró el micrófono de Pete Townshend y comenzó a hablarle a la multidud sobre John Sinclair, un poeta, ex manager de la banda MC5 y líder del partido de las Panteras Blancas, que había sido arrestado por posesión de dos porros. “Este festival no significa nada mientras John Sinclair siga pudriéndose en la carcel” es todo lo que llegó a decir antes de que Townshend le propiciara un violento guitarrazo que lo tiró del escenario. El músico prosiguió a tomar el micrófono y dejar las reglas bien claras: “La próxima puta persona que suba a este escenario va a morir, ¿está bien? Pueden reírse, ¡pero lo digo muy en serio!”.




...



Conocí esta anécdota leyendo uno de los libros musicales más interesantes que encontré en mi vida: Barefoot in Babylon, de Robert Stephen Spitz, de 1979.

Es prácticamente imposible de conseguir, pero si llega a cruzarse en su vida, no lo duden. Da una mirada tan completa como reveladora a los entretelones organizativos del festival, ayudando a comprender en mayor profundidad la verdadera identidad y magnitud del evento.

Teoría Nº327 bis

0 comentarios
Para ver de dónde viene todo este bolonqui, leer primero el post anterior.



Ahora sí…

Creo que, históricamente, AC/DC siempre fue una banda que mantuvo su identidad y sonido sellado herméticamente y conservado al vacío. En parte por voluntad propia y también por la naturaleza del público, sus canciones, más allá de sus títulos, no identifican un disco o una época en particular. Simplemente son; flotan en la discografía con total indiferencia y soltura. Puede decirse que es una banda a la cual no sólo no se le pide evolución sino que se repudia casi cualquier tangente sonora que puedan tomar. Constantes en la constancia, si se quiere. De alguna manera podría decirse que los australianos son un poco el Peter Pan del rock: música eternamente joven y efervescente.

Las teorías y corrientes musicales convencionales no se aplican a la hora de hablar sobre una banda como esta. Son un ente en sí mismos, y hay que apreciarlos con sus propias reglas. Para comprenderlo, podría decirse que son como la Coca-Cola. Uno sabe exactamente lo que hay dentro de la lata. No hay sorpresas, y ahí está la emoción. Un producto perfecto en sí que no necesita de ninguna modificación. Puede cambiar el envase, pero el contenido es el mismo. Por supuesto que con el paso del tiempo, el temor a que este balance mágico se rompa puede llevar a que empresarios (discográficos, alimenticios, da igual) piensen en diversificar. Coca Light, Coca Zero, etc. Por más que lo intenten, ninguna es Coca-Cola, y si no fuera por la etiqueta, morirían en el fondo de la góndola.

¿Estoy estereotipando? Puede ser, pero hasta que no me muestren un fanático de AC/DC que quiera escucharlos hacer una balada, o en su defecto, un fanático de la Coca-Cola que disfrute la Cherry Coke, mantengo mi postura.

De alguna manera siento que los Foo Fighters van por el mismo camino. Representan, hoy en día, ese espíritu que le adjudico a AC/DC. La banda tiene un gran sonido propio que no va evolucionando de disco a disco, sino que se va puliendo. Las ideas son las mismas pero mejor ejecutadas, grabadas o arregladas. Para ponerlo en términos pragmáticos, un tema del primer disco podría convivir o incluso mimetizarse perfectamente con material de la última etapa. Hay una identidad armónica y compositiva que permanece perenne. De más está aclarar que esto no le resta mérito a la banda o a su obra. Después de todo, este perfeccionamiento de “la canción Foo Figher” tiene un brillo suficiente para que nos siga encantando su carrera.

Es realmente fascinante. Todos los que amamos la música queremos verla como un ser vivo, en constante mutación y crecimiento, que empuja las fronteras sonoras. Aún así, a fuerza de pura emoción primal, siempre tenemos una banda que nos llena el corazón con su “simpleza”. Ahogados en incertidumbres desde cada rincón de lo cotidiano, cada tanto hay que aferrarse con fuerza de algo. En esos días, es bueno saber que hay cosas que nunca cambian.

Teoría Nº327

3 comentarios

No conozco a nadie a quien no le guste Creedence. Sin duda alguna, es música que junta adeptos donde sea que suene. Los contextos sobran… Arriba de un auto en la ruta, disfrutando de la naturaleza con amigos, moviendo la pelvis (como elvis) o simplemente cargando energía tras un largo día. Como sea, cada vez que suena la banda de Fogerty, hay una aceptación unánime e indiscutida.

De la misma manera, y bajo las mismas condiciones, avanzo en el tiempo y me encuentro con otro espécimen que comparte este mismo fenómeno: AC/DC. Antes que una turba iracunda arremeta contra la santidad de este blog, quisiera que lo pensaran por un momento…

Los puntos de encuentro entre ambas bandas no sólo se dan en su aceptación. Otro factor clave es que aún me falta encontrar algún fanático de estas dos bandas. A ver, dije fanático. Léase: discografía completa, demos, piratas, recortes, libros, nombrar mascotas en su honor, tatuajes, etc. A todo el mundo le gustan estas bandas y posiblemente tengan un disco suyo, pero nadie es un enfermo fundamentalista por ellas, o las pone en un indiscutido puesto nº1. Son dos de las agrupaciones más queridas, más populares pero a las que el podio siempre les será esquivo.

He aquí otra teoría para el debate: Creedence es a los padres lo que AC/DC a los hijos. Son bandas que marcan a la generación, muchas veces como iniciadora en el buceo genealógico del rock… parte del ABC del que se desprenderá todo lo demás.

Música funcional pero con personalidad. Pasatista pero fundamental. Unidimensional pero eterna.

Apedreen con amor, o no.


Pd: me encantan las dos bandas.

PEZ en el ND Ateneo

0 comentarios

Foto tomada por Coti Niscovolos

¡Feliz día zurditos!

2 comentarios

Hoy es el día internacional de los zurdos y, ¿qué mejor manera de celebrarlo que recordando a sus héroes de la guitarra?
¡¡ ía ía pe pé !!




Hay aproximadamente 650 millones de zurdos en todo el mundo, lo que representa a una de cada diez personas. Se cree que el número de zurdos a nivel mundial sería mayor si no existieran las presiones culturales. Al parecer, un cuarto de la población que nace zurda es obligada, durante su aprendizaje de escritura, a cambiar esa cualidad.

En el caso de los guitarristas, esta teoría también se aplica fehacientemente, ya sea en la etapa instructiva o incluso desde la disponibilidad de instrumentos para zurdos.

La teoría establece que ser zurdo implica dominar el lado derecho del cerebro, asociado con la creatividad y la habilidad artística, mientras que el izquierdo refiere a cuestiones más analíticas, como la matemática y la lógica.

Aquí, un humilde top10...


10. Doyle Bramhall II
– uno de los pocos guitarristas de blues post Stevie Ray Vaughan que no sucumbe ante la emulación facilista e inevitable del susodicho (ver Kenny Wayne Shepherd, por ejemplo).

A los tempranos 16 salió de gira como segundo guitarrista de los Fabulous Thunderbirds de Jimmy Vaughan, recomendado por el mismísimo Stevie Ray. Desde entonces tocó junto a Roger Waters entre el 2000 y 2002, y a Eric Clapton desde el 2000 hasta el día de hoy, balanceando estas colaboraciones con sus proyectos solistas. Ha tenido el honor de que dos de sus canciones, "Marry You" y "I Wanna Be", fueran grabadas por don slowhand y B.B. King para el disco Riding with the king.

Su modo de encarar el instrumento es sumamente particular ya que, al igual que Albert King, utiliza una guitarra para zurdo encordada como para un diestro, es decir, con las cuerdas que van de más aguda a más grave. A raíz de esto, siempre fue esquivo a profesores, tablaturas y demás, desarrollando así un estilo único.

Tuve la suerte de escucharlo en vivo el año pasado en Chicago como parte del Crossroads Festival y debo admitir que fue uno de los mejores sets del día, combinando el pulso del blues del mississippi, lo etéreo de un raga y el espíritu del rock inglés de los 60s.


9. Albert King – miembro del club de los “tres reyes”, junto a B.B. y Freddie King. Padre fundador y eterna referencia para músicos como Clapton, Mike Bloomfield, Mick Taylor y Stevie Ray Vaughan. Un verdadero prócer de las seis cuerdas, desplegando estiradas y vibratos que resuenan hasta el día de hoy.


8. Mark Knopfler – con fineza, elegancia y sentimiento logró destacarse como uno de los guitarristas más personales de las últimas décadas. Aprendió a tocar la guitarra como diestro si bien es zurdo. Junto a Dire Straits fue uno de los mejores representantes del rock en los 80s y ahora despliega una rica carrera solista donde gustosamente diluye el rock con un espíritu más acústico, folk (americano y británico) y maduro. Su bajo perfil lo aleja de cualquier ranking populista pero el verdadero talento siempre sale a relucir.


7. Robert Fripp – Otro zurdo que aprendió a tocar como diestro. ¿Justificación en esta lista? King Crimson: "Hombre esquizoide del siglo XXI". Say no more.


6. Joe Perry – al igual que sus dos antecesores en el ranking, el guitarrista de Aerosmith es zurdo pero comenzó a tocar como diestro a partir de un libro con tablaturas que le regalaron sus padres cuando era un niño. Desde hace más de tres décadas demuestra ser una usina de riffs tan grandiosos como eternos. Basta desempolvar discos como Get your wings, Rocks o Toys in the attic para recordar la magnitud de la cuestión. Como alquimista de ritmos con soltura ala Keith Richards y destellos punzantes de Jeff Beck, logra ser un fantástico puente para la próxima generación de guitarristas, con figuras como Slash a la cabeza.


5. Michael Bloomfield – desde una temprana edad comenzó su aprendizaje como diestro por mero acto de imitación e ignorancia de la existencia de instrumentos para zurdos.

Este oriundo de Chicago siempre fue un guitarrista que emparenté con Rory Gallagher y Peter Green. Si bien sus formas de encarar la guitarra son disímiles, los tres tienen la hipnótica cualidad de canalizar cada mínimo matiz emotivo, mostrándose de una forma cristalina. Desafortunadamente, otro punto de unión entre estos virtuosos es que su obra no logró mantener popularidad en el tiempo, a pesar de su indiscutible calidad.

El mismísimo Robben Ford consideró a Bloomfield como una figura cuasi mesiánica en su formación como guitarrista, cumplido que le quedaría grande a muchos, pero a la altura en este caso.

Bloomfield integró la genial Paul Butterfield Blues Band y la fugaz pero prestigiosa Electric Flag. Realizó excelsas colaboraciones con Al Kooper, un viejo compañero de sesiones del que tal vez fue su trabajo más notorio: el eterno Highway 61, de Bob Dylan. Acá asistió al gran Bob en sus primeros pasos en el mundo de la electricidad, dejando como testimonio uno de los mejores discos de todos los tiempos.


4. Duane Allman – a pesar de un excelente trabajo como sesionista, acompañando a artistas de la talla de Aretha Franklin o Wilson Pickett, este guitarrista se ganó el olimpo como la fuerza motor de una de las mejores bandas de rock, blues e improvisación de Estados Unidos: The Allman Brothers Band.

Basada en la distinguida química entre sus miembros, ésta siempre fue una agrupación que brillaba en vivo. No hace falta más que escuchar el seminal Live at Fillmore East (del cual recomiendo enfáticamente la Deluxe Edition o The Fillmore Concerts), Live at Ludlow Garage, Live at the Atlanta International Pop Festival o las grabaciones piratas que circulan de esa época de la banda para cerciorarlo y deleitarse con infinitos pasajes y paisajes musicales. Más allá de lo que parezca en la teoría, es muy distinto estirar una canción o zapar. La primera es una forma de pasar el tiempo. La segunda, un arte.

Ese afán por explorar nuevos territorios sonoros y estirar las fronteras de una canción hasta el máximo posible lo hicieron ganarse su merecido lugar en la historia y ser uno de los guitarristas más influyentes en este territorio. Prueba suficiente es remitirse a verdaderos virtuosos como Warren Haynes, Derek Trucks y Marc Ford, a quienes tuve la suerte de ver personalmente y comprobar de primera mano, en vivo y en directo, que la llama sigue viva.

El toque de Duane Allman viene apareado con su habilidad para tocar slide. Su precisión y soltura daban a la ejecución y fraseo una cualidad casi vocal, mezclando escalas, estilos y motivos para moverse y fluir dentro del ritmo. A pesar de ser zurdo tocaba como un diestro, y consideraba que esto añadía fuerza y control sobre las cuerdas, en lo que refería a estirar notas o hacerlas vibrar, dos herramientas fundamentales en el blues.

Otro altísimo punto que no puede ser pasado por alto en su corta carrera es la prominente participación que tuvo en uno de discos de oro de Eric Clapton: Layla and other assorted love songs. El contrapunto de las guitarras, su coqueteo, complemento e inspiración dan como resultado un disco que será por siempre un punto a partir del cual sus sucesores se medirán.


3. Paul McCartney – ok, su instrumento principal es el bajo, pero como dirían los ingleses, la bass guitar (guitarra bajo) sigue siendo una guitar. En una época del rock en que el bajo era un mero acompañamiento temeroso de salirse de patrones que dictaban las tónicas, Macca le dio una inyección melódica que cambió por completo la identidad al instrumento. Junto a John Entwistle conforman la dupla paterna que, desde los tempranos 60s, dio forma a lo que hoy proyectamos como el ideal bajo de rock.


2. Tony Iommi – basta conocer su historia personal para ponerse de pié y aplaudir. A pesar de haber perdido la punta de sus dedos medio y anular de la mano derecha en un accidente cortando planchas de metal cuando trabajaba en una fábrica metalúrgica, no se dejó desanimar. Se construyó prótesis para sus dedos fundiendo tapitas de gaseosas. Higiene y alta tecnología.

Como si eso fuera poco, es autor de un puñado de riffs y melodías completamente indestructibles que hicieron de Black Sabbath una de las mejores bandas de los 70s y padres indiscutidos del metal.

El de Iommi es un caso que me fascina, porque a partir de una casualidad (¿o causalidad?) del destino, nació un estilo que revolucionaría la música por siempre. Como la tensión normal de las cuerdas le producía dolor en sus dedos, decidió afinar su guitarra bajando la tensión, dando como resultado mayor flexibilidad y confort. El efecto “secundario” fue un nuevo espectro tonal completamente inexplorado. La guitarra entraba en un territorio de mayor peso y densidad, herramientas que se convertirían en el estandarte de Black Sabbath.

El sonido del metal puede trazar una línea genealógica directa a sus ancestros, encontrando al final del camino a Iommi y su particular estilo, desarrollado casi por accidente.


1. Jimi Hendrix – ¿qué más puede decirse de un hombre que pintaba paisajes del cosmos cada vez que se calzaba la guitarra? Sí quiero recordar una gran anécdota, contada por un verdadero par: Eric Clapton. Recordemos que Hendrix tocaba correctamente como zurdo, pero usaba una guitarra para diestros porque aparentemente no podía encontrar una Stratocaster fabricada para gente como él.

Clapton, al borde de las lágrimas, relata que la noche que murió, iba a encontrarse con él para ver a Sly Stone. Le estaba llevando como regalo una Stratocaster para zurdos. Era la primera que había visto en su vida y se la compró. Cuenta que se vieron a la distancia entre la gente pero no pudieron juntarse. Al día siguiente, chau, murió, y quedó solo, con esa guitarra. El universo en seis cuerdas.


Belleza americana

0 comentarios
Ayer, 9 de agosto, se cumplieron 13 años de la muerte de uno de los más grandes músicos que escuché: Jerry García.

El aura innata que rodea a esta figura es tan grande como su mito y la herencia musical que ha dejado. Además de fundador y principal compositor de los Grateful Dead, fue también la brújula sonora y filosófica, no por imposición sino por su naturaleza, carisma y visión.

Cuando los planetas (químicos y emocionales) se alineaban, la banda podía proyectar hacia el infinito melodías que iban desde el rock psicodélico-espacial que penetra en el centro de la psiquis del oyente, hasta las más dulces postales de americana que se hayan registrado. Ying y yang, cielo y tierra… Un crisol de poesía lírica y musical que seguirá reverberando por siempre en el túnel del tiempo.




RIPPLE
(J. Garcia, R. Hunter)

If my words did glow with the gold of sunshine
And my tunes were played on the harp unstrung,
Would you hear my voice come thru the music,
Would you hold it near as it were your own?

Its a hand-me-down, the thoughts are broken,
Perhaps theyre better left unsung.
I dont know, dont really care
Let there be songs to fill the air.

Ripple in still water,
When there is no pebble tossed,
Nor wind to blow.

Reach out your hand if your cup be empty,
If your cup is full may it be again,
Let it be known there is a fountain,
That was not made by the hands of men.

There is a road, no simple highway,
Between the dawn and the dark of night,
And if you go no one may follow,
That path is for your steps alone.

Ripple in still water,
When there is no pebble tossed,
Nor wind to blow.

But if you fall you fall alone,
If you should stand then whos to guide you?
If I knew the way I would take you home.





DIFÍCIL DE CONSEGUIR
(A. Minimal, F. Casas)

A veces las fuerzas eternas de la vida
se concentran en la forma leve de un cuerpo
Y esta es el agua en la que vamos a nadar
hasta que algún día podamos despertar

Está parado en la luz que no da sombras,
no lo detiene la tristeza de estos días
Camina sin rumbo y no es que no sepa donde ir,
quema un combustible difícil de conseguir

Él quiere que sepas que está solamente a unos pasos de ahí
Y no tengas miedo todo esto es natural,
ni vida ni muerte, ni principio ni final.


Gloria y loor...

0 comentarios
Morfing, loor a Morphine.
7 de agosto de 2008, en El podestá.

Francisco Milne - Bajo y voz
Pablo Moser - Saxofón
Lucio DeCaro - Batería

1. You look like rain 2. Whisper 3. Early to bed 4. Potion 5. Claire 6. Lucky 7. All wrong 8. Otherside 9. Buena 10. Mary won't you call my name 11. Radar 12. Honey White 13. You speak my language 14. Cure for pain

Supremo show. Aquí unas imágenes. Próximamente las palabras que acompañan.









Principio

4 comentarios
"Yo creo que lo más grave que puede tener un artista es la comodidad de sentirse triunfador y quedarse siempre en lo mismo. Esta es la peor desgracia que tienen, no sólo los músicos argentinos, sino los de todo el mundo. Creo que si de pronto llegara Frank Sinatra, lo primero que le van a pedir es que cante 'You are the sunshine of my life', por ejemplo. Y él lo va a tener que cantar. No es que yo esté en contra de eso. Estoy en contra del constumbrismo y la reiteración de las cosas que provoca el aplastamiento creativo.

He estudiado mucho, soy un hombre que está enamorado de su profesión. Soy un tipo que detesta a los mediocres, a los conformistas, a los que se quedan, a los aficionados... porque lo siguen siendo toda la vida. Detesto a los músicos capacitados que se hacen comerciantes. Que un mediocre sea un comerciante es lo que mayormente se ve. Lo que realmente no soporto ni admito es que un músico con calidad sea un comerciante".

Astor Piazzolla
Junio 1979