NOS MUDAMOS

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La era de la madurez

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Nikita Nipone acaba de editar El extranjero, su tercer disco. Con ánimo de reinventarse y sacudir el eclecticismo que los caracteriza, lograron su trabajo más enfocado y maduro, embajador de lo que definen como “rock agridulce”.



TEXTO MARTIN SANTORO
FOTO PATRICIO GOMEZ LLAMBÍ

La charla se convierte en entrevista casi sin darnos cuenta. Lucio De Caro, cantante del grupo, se hunde en un mullido sillón de su departamento. Prende el primero de seis cigarrillos y, entre aros de humo, reflexiona: “Últimamente me cuesta encontrar buenos letristas. La cultura pop arruinó un poco eso. Ahora parece que las palabras son un mero acompañamiento de lo que está pasando musicalmente. Yo creo que nosotros proponemos las dos cosas: música interesante y una letra que te haga pensar, que esté a la altura. Buscamos un ‘impacto total’, como si fuera una película de Steven Segal (risas)”.

Nikita Nipone siempre fue una banda caprichosa, una isla dentro de la geografía del under. El quinteto, compuesto por Francisco Stuart Milne (guitarra), Pablo Valle (bajo), Paz Villahoz (teclados), Nicolás Mirleman (batería) y el propio De Caro, resulta demasiado rockero para el indie sensible y demasiado ecléctico para el rock conservador. Duro con ellos (2005), su debut discográfico, los presentó como juglares eléctricos, egresados con honores de la “Escuela Frank Zappa para músicos inquietos”. Con virtuosismo instrumental, forjaron viñetas de canibalismo entremezcladas con críticas a la sociedad de consumo, tomando al humor y la irreverencia como punta de lanza.

Una oración (2007), su sucesor, profundizó el modelo hasta llevarlo a su máxima expresión. Como un laboratorio sonoro, hicieron gala de un calidoscopio estilístico, desde el rock pesado hasta la bossa nova. De esta forma, desplegaron operetas de rock inquietas que se movían con soltura entre distorsiones abrasivas y coros angelicales. Además, el disco recibió un tratamiento de lujo: fue producido por la banda, grabado por el ingeniero Uriel Dorfman (Gustavo Cerati), mezclado por Patricio Claypole (Los Natas, Divididos, Los Piojos) y masterizado por Justin Weiss (Sepultura, Mr. Bungle, Melvins).

Ahora, acaban de editar su tercer trabajo: El extranjero. En este disco, el quinteto se redefine y busca cristalizar sus mayores virtudes. Antes se describían como “una licuadora a todo motor” y parecían más interesados en explorar (y explotar) fronteras musicales. Hoy dejan de lado la experimentación caprichosa para ponerse al servicio de la canción. La producción orgánica y consonante de Mariano “Manza” Esaín (Valle de muñecas, Mataplantas, normA) capitaliza esa búsqueda, tendiendo un puente entre el pasado y el futuro.

A lo largo de once canciones, melodías pegadizas y enérgicas se nutren con ritmos efervescentes, estridencia rockera, psicodelia onírica y riffs candentes. De esta forma, generan climas tan ágiles como espesos, tan radiantes como noctámbulos. Así, potencian letras intimistas y reflexivas sin perder la chispa que los caracteriza. Con nuevos ojos, la banda no se deshace de su historia sino que la toma como plataforma para cambiar de piel y dar un salto hacia delante.

¿Sentís que El extranjero es un disco más maduro que sus antecesores?
Se podría decir que es un rock agridulce. Si bien tiene una impronta más seria y hasta oscura por momentos, la música es pura energía y te deja bien arriba. Esa dualidad estuvo planteada de entrada y me parece que logramos plasmarla.

En ese sentido, se puede decir que marca un quiebre. Donde antes hacían bandera de la experimentación, ahora hay una intención más clara y enfocada que engloba todas las canciones. ¿Fue una decisión consciente o una progresión natural?
Una oración fue un disco demasiado ecléctico. Tiene temas muy disímiles entre si, con una producción puntual para cada canción. Después de grabarlo entramos en una especie de crisis de identidad porque no sabíamos si queríamos seguir en ese camino para siempre. Frenamos para pensar: “¿Qué es lo mejor de nosotros? Tenemos un baterista que le pega con todo, casi grunge. ¿Por qué lo estamos haciendo tocar un foxtrot? No tiene sentido. Saquémosle más el jugo a esa violencia. El guitarrista es un es un as de los efectos y los sonidos vintage, con la habilidad de sacar arando una canción con un solo. Pongámoslo más al frente. El bajo es recontra sólido y contundente. Enfaticemos eso. Tenemos una tecladista que hace arreglos finos sobre una estructura de rock clásico y eso es algo que también debe aprovecharse al máximo”. De a poco fuimos acomodando piezas y salió esto. Por suerte, encontramos en Manza un interlocutor entre lo que queríamos hacer y lo que terminó siendo, lo cual fue buenísimo. Es un tipo súper flexible y nosotros queríamos un productor así porque, como músicos, somos muy quisquillosos.

Una de las características más destacadas que tienen sus discos es, justamente, el cuidado al detalle, a los sonidos, efectos y texturas. Parecen estar merodeando en un segundo plano pero realmente hacen al carácter de las canciones.
Uno de los grandes artífices de esto es Francisco, nuestro guitarrista. En este sentido, el trabajo de producción cuadró perfecto porque supo entender que nosotros buscábamos eso. Era algo que no íbamos a relegar nunca.

Dentro de la lírica, las canciones tienen un hilo conductor en la figura del extranjero, del paria, del que no termina de encontrar su lugar. ¿Qué te inspiró?
Con el tiempo creo que me fui sintiendo fuera de época. Cuando vas creciendo y ves a los pendejos con sus tribus, modas y todo eso, no podés evitar preguntarte qué carajo está pasando en el mundo. Tenía esa sensación de estar “afuera” y quería plasmarlo en un disco. De ahí nace el concepto: nos sentimos locales expatriados o extranjeros adoptados.

También dejaste de recurrir tanto al uso de personajes como protagonistas. Eso hace que el oyente pueda tener más empatía.
Antes solía escribir mucho imaginándome en tercera persona pero El extranjero es bastante íntimo en ese sentido. Hay tintes de humor pero es un disco lleno de emociones. Eso genera un mayor vínculo entre el oyente y el autor.

El humor siempre fue una de los rasgos característicos de sus letras. ¿En algún momento tuvieron miedo de ser presos de eso y convertirse en “la banda chistosa” o algo así?
Es una buena pregunta. El problema que teníamos es que la joda y lo serio estaba muy entremezclado. Si sos Frank Zappa y hacés todas las canciones en joda, con letras para descostillarse de risa, eso es una propuesta clara, encarada hacia un lado. Nosotros estábamos en un punto medio. Había temas que hablaban de cuestiones serias como “Down”, “El santiagueño” o “Una oración”, pero convivían con otras como “Water”, por ejemplo. Ese tipo de locuras me siguen saliendo pero son más para divertirme solo y no tanto para meter en el mundo de Nikita. En El extranjero depuramos algo que ya veníamos haciendo, pero que tal vez estaba oculto atrás de una maraña de cosas.

Ustedes son una banda muy prolífica a nivel compositivo pero, en casi diez años de carrera, apenas sacaron tres discos. ¿Por qué plasmaron tan poco?
Creo que hilamos muy fino, pero eso se está revirtiendo ahora. Esta vez grabamos quince canciones y dejamos cuatro afuera del disco. Es muy probable que para fin de año hagamos un EP con eso. Para nosotros, los procesos son muy largos, costosos y demandan mucha energía. No somos una banda de garage. Ensayamos muchísimo para buscar sonidos, detalles y arreglos que también hacen a la canción. Además, todos somos fanáticos del audio, así que siempre queremos que suene lo mejore posible. Buscamos lograr un producto de calidad.

Muchos músicos de gran renombre elogian su trabajo. ¿Qué les representa a ustedes esa apreciación?
¿Qué mejor que un colega tuyo valore algo que cuesta tanto laburo? Además, es una opinión autorizada. Es como que venga el Diego y te diga que jugás bien al fútbol. No es lo mismo que lo haga tu vieja, que te quiere, a que sea Andrés Calamaro. Él sabe de lo que está hablando: tiene horas de estudio, entiende lo difícil que es grabar, el arte de componer, lo tortuoso que puede ser todo el proceso, el peso de las expectativas, las cuestiones de egos y muchísimos etcéteras.

¿Qué fue lo más interesante de hacer “Convoy Larrosa” junto a Calamaro?
Por sobre todo, los temas están buenísimos. Cuando nos pasó los demos, la flasheamos. Nos encantó toda la temática tumbera, oscura y de inframundo, contada con una poética casi tanguera. La idea nos gustaba y creíamos que podíamos hacer un muy buen aporte desde lo estético y musical. Además, fue genial ver trabajar a Andrés. Es increíble cómo maneja los tiempos y la dinámica de la canción. Aparte, es un tipazo, humilde, laburador y muy buena gente. Se puede decir que ganamos un amigo haciendo un proyecto paralelo en el cual nos cagamos de risa, aprendimos mucho e hicimos temas buenísimos. Cerraba por todos lados.

Volviendo al disco, el concepto de ser extranjeros también puede aplicarse a ustedes como banda, ya que nunca terminan de encajar en ninguna “escena” o “movida”. ¿Lo sentís así?
Eso se fue dando casi sin querer. Creo que la impronta planteada desde la música y su personalidad dirigieron al barco hacia ese rumbo. Me parece que hacemos rock un poco intelectual, por decirlo de alguna manera. Tal vez tenga un destino más de culto y no tan masivo.

¿Vos estarías en paz con eso?
Totalmente. Tampoco me duele la cosa de “no pertenecer” porque, en definitiva, terminamos logrando lo mismo todos. Tocamos en los mismos lugares y salimos en las mismas revistas. No siento que somos tan distintos en cuanto a la actividad que hacemos. Si vos tenés movida, te van a llamar. Por eso vamos para adelante con lo que nos gusta y no nos enganchamos con lo demás.

Hoy en día, ¿qué es más difícil para una banda: llegar o mantenerse?
Yo creo que mantenerse. Requiere de mucha concentración. No podés dar un paso en falso porque el mercado es feroz. La gente que te consume, ya sea como músico, ingeniero o abogado, hace que hoy estés y mañana no seas nada. Además, es muy difícil mantener algo porque también aburren las repeticiones de fórmulas. Antes, Led Zeppelin salía a tocar rock, editaba ocho discos así y el público no sólo se los morfaba a todos sino que cada vez eran más grandes. Hoy, Divididos saca un discazo y sigue haciendo Luna Parks pero a River no llega.

No parecés muy optimista.
Me animo a decir que lo más difícil de todo es seguir creciendo. Cada vez vas a aburrir más a la gente porque está súper informada. Hay tanta oferta que te das vuelta y apareció otro grupo que te gusta más. Ya no existe eso de “yo soy de tal banda”. Hoy se escucha de todo. Y se escuchan canciones, listas, pero no obras enteras. Pasó a ser más importante pegar un tema. Eso hace que una banda que tenga un proyecto de disco quede medio obsoleta.

¿Creés que hay una renovación en el rock?
La última banda que la pegó con furor fue Miranda. Él mató a un policía motorizado y Bicicletas no son el recambio de Los Piojos y La Renga. Las bandas de ahora llegan, pero hasta cierto punto. Onda Vaga creció muchísimo pero todavía no puede llenar un Obras. Como dije, es difícil mantenerse. Tenés que sorprender todo el tiempo. Eso es algo que Babasónicos supo hacer muy bien. Repetir la formula no te asegura el éxito. Cuando la gente se va poniendo grande también va perdiendo el ímpetu de estar en la movida y se hace más difícil. Los tiempos van mucho más rápido de lo que vos crecés.

En ese sentido, ¿qué es el éxito para ustedes?
Seguir haciendo exactamente lo que nos sale hacer. No buscamos la recepción masiva de nuestro material ni que nos llamen de todos lados. Obviamente, uno se siente bien cuando su arte es valorado, pero eso no es el éxito. Vos no podés ir en contra de lo que sentís sólo para pegarla. Si pensara así, estaríamos haciendo reggaeton o cumbia. Podríamos tocar eso tranquilamente: somos buenos músicos y se me ocurren miles de letras buenísimas. El tema es que, después, con la almohada no tengo paz.

Tricky, el provocador

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El referente del trip hop parece mirar atrás para ir hacia delante. Tras casi una década de experimentación, Mixed Race, su último disco, es una vuelta al sonido que lo convirtió en un clásico. Este sábado se presenta en Buenos Aires.



TEXTO MARTIN SANTORO

Tricky es un músico que parece estar siempre huyendo de su sombra. En los tempranos 90 se estableció como uno de los embajadores del trip hop, conjugando música electrónica, dance, hip hop y dub con una estampa urbana y noctámbula. Como parte de Massive Attack, grabó Blue Lines (1991), disco debut y piedra angular del género, así como de Protection (1994), su segundo esfuerzo. Esto le valió el reconocimiento unánime del público y la prensa británica. Con esta excelente carta de presentación, no tardó mucho en abocarse a una carrera solista. Maxinquaye (1995), su primer trabajo individual, consolidó su éxito y lo convirtió en una estrella mundial.

Desde entonces, parece haber avocado su carrera a huir en zigzag, evitando alimentar aquello que lo hizo famoso. Discos como Angels with dirty faces (1998), Blowback (2001) y Vulnerable (2003) desconcertaron a su audiencia y generaron una recepción mixta. En apenas 29 minutos, Mixed Race (2010), su flamante disco, parece sacudir esa modorra y augurar la vuelta de un Tricky clásico, en paz con su pasado. Esta vez, presenta un repertorio ecléctico donde no repite género a lo largo de las once canciones que lo componen. Si bien no logra estar a la altura de sus hitos, es suficiente como para reconquistar a un público que le dio la espalda a lo largo de la última década. Queda preguntarse si este trabajo marca un regreso triunfal o si es meramente un momento de descanso, antes de que se largue a correr otra vez.

Si bien no es un álbum tan biográfico como sus antecesores, seguís manteniendo una impronta autorreferencial. ¿Sentís que este es un disco retrospectivo?
Vengo de una familia multiétnica y pensé que Mixed Race (“Raza mixta”) era el nombre ideal para el disco, porque ahí está mi origen e identidad. Mi música no es negra ni blanca. Al mismo tiempo, creo que todos estamos inspirados por el pasado y por el futuro, nuestra historia y nuestros sueños. En ese sentido, acá hay un poco de las dos cosas.

Sorprende el eclecticismo del repertorio, donde presentás canciones muy disímiles en lo estilístico en vez de moverte en terreno seguro. ¿Cómo hacés para mantener tu identidad en un contexto tan cambiante?
No lo sé realmente. Es muy raro: la música me atraviesa. Sinceramente, trato de no pensarlo demasiado. Cuando hago un disco, lo único que busco es tener paz. Trabajar en el estudio es como un momento de meditación para mí. Ciertamente, es cuando estoy más relajado y calmo. Lo que la gente hace con yoga, yo lo logro con la música. Es una medicina. Todas mis preocupaciones dejan de existir cuando estoy ahí.

Es interesante que digas esto. Recuerdo que hace un tiempo declaraste que tu disco anterior, Knowle West Boy, no te terminaba de gustar porque era “demasiado amable” y “le faltaba agresividad”. ¿Cómo balanceas esa paz que decís que tenés en el estudio con las ganas de hacer música que parece estar en las antípodas?
(Risas) Sí, es un poco contradictorio, pero es lo que me sale. Este es un trabajo frontal y directo, casi como un disco de Public Enemy. Sin duda, es más duro y honesto que el anterior. Incluso me sucede que, por primera vez, puedo escuchar mi música en un boliche sin que me haga ruido. En realidad me importan un carajo los boliches (risas), pero está más en ese espíritu.

¿Sentís que este un esfuerzo consciente para volver a tu “sonido clásico”, especialmente considerando que en los últimos trabajos te habías alejado bastante de eso?
En realidad, creo que me ahuyentaron un poco de lo que hacía. Nunca quise volver a hacer un Maxinquaye. Cuando salió, tanta gente me seguía que ya no era más mi música. Además, sentí que tenía que cambiar porque todos me estaban copiando. Hice Nearly God para escapar un poco del éxito, que había sido tan repentino. Todo lo que pasó en la época de Massive Attack y mi primer disco solista fue demasiado para mí. Creo que ahora estoy más cómodo con todo. Antes no estaba preparado para semejante cosa. Después de tanto tiempo, este trabajo es como una vuelta a eso, pero con un poco más de paz.

Entonces se puede interpretar que tus reinvenciones estilísticas no eran producto de la curiosidad sino que fueron plenamente conscientes, para ir a contracorriente de lo que te había hecho famoso.
¡Totalmente! Cuando hice Angels with dirty faces sabía que era oscuro y que la radio no lo iba a pasar pero pensaba que, si realmente te gustaba mi música, también tenías que bancarte los tiempos difíciles. Era un poco como poner a prueba al público y decirles que no me juzguen sólo por esa cosa que me había hecho tan exitoso. Yo siempre voy a cambiar. La pregunta es, ¿van a seguir conmigo cuando eso pase?

¿Si Mixed Race se convierte en un disco súper exitoso, vas a terminar desarrollando una fobia contra estas canciones también?
Puede ser. Huir de tu pasado no es algo malo. Lo veo como un juego. “Pensás que me conocés, pero no”. De ahí también mi apodo, Tricky (“Engañoso”). Así es mi personalidad: quiero jugar con las cabezas de la gente. Soy como un nene inquieto. Me gusta ir, volver, aparecer, desaparecer, cambiar…

Otra de las cosas con las que se ha generado gran expectativa es una posible colaboración con Massive Attack. ¿Qué tan factible es eso?
Creo que va a pasar. Estuve hablando con los chicos y estoy casi seguro que lo vamos a hacer este año. Posiblemente entremos al estudio en unos meses.

¿Ya se sentaron a componer material?
No, pero hablé con 3D. Le dije lo que quería hacer y lo que sentía que teníamos que lograr como colaboración y le gustó.

Este tipo de reuniones siempre son un arma de doble filo. ¿Qué te llevó a querer volver?
Nunca quise hacerlo, hasta hace poco. Hablé con los chicos y fueron súper honestos. Me dijeron que la gente siempre quería saber cuándo íbamos a hacer algo juntos. Me pareció muy adulto de su parte plantearlo así, porque a ellos les preguntan más por mí de lo que a mí me preguntan por ellos. Por suerte congeniamos inmediatamente y nos divertimos. Lo que más me interesa es que, si hacemos algo, va a tener que ser realmente muy bueno. Si no, vamos a ser masacrados. Eso es un hermoso desafío.

¿Se trata de un proyecto unitario o puede llevar a una colaboración continua?
Creo que puede ir para cualquier lado. Si lo hacemos y es tan bueno como debe ser, entonces no veo motivo para no seguir.

Melodías caprichosas

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Devendra Banhart es una de las figuras más destacadas del Indie estadounidense. Con un estilo tan ecléctico como personal, forjó un sonido alabado por la crítica y el público. Hablamos con él a días de su show en Buenos Aires.



TEXTO MARTIN SANTORO

La historia de Devendra Banhart tiene todos los ingredientes para alimentar la mística del trovador folk al mejor estilo Dylan. Hijo de un padre norteamericano y una madre venezolana, nació en Texas en 1981, fue criado en Caracas hasta su adolescencia y luego se asentó en la costa oeste de Estados Unidos. Tras estudiar en el Instituto de Arte de San Francisco y hacer sus primeros pasos musicales en la recepción de una boda gay, se mudó a París. Mientras tocaba en bares, grabó sus canciones en portaestudios prestados y contestadores automáticos. Al volver a su país, su primer disco, “The Charles C. Leary”, comenzó a despertar interés en la escena Indie.

Desde entonces, el músico cultivó un estilo personal que canaliza con igual peso a Leonard Cohen y Caetano Veloso, mixturando el clásico folk estadounidense con el tropicalísimo brasilero, el folclore, la samba y cuanto estilo haga eco en la porción latina del continente. Esta impronta se vio plasmada en álbumes como “Rejoicing in the hands” y “Niño rojo” (compuestos con apenas cinco meses de diferencia), “Cripple Crow” y “Smokey Rolls Down Thunder Canyon”. En estos últimos, también florecieron grandes orquestaciones y entramados psicodélicos, dando resultados dispares, pero siempre atrapantes.

Su nuevo disco, “What will we be”, editado en 2009, le valió una nominación a los Grammys y marcó su debut como parte de una discográfica de la talla de Warner Brothers. Lejos de encandilarse con vastos horizontes presupuestarios, Banhart grabó en un estudio improvisado en una casa de San Francisco, acompañado por los mismos músicos que trabajaron en su última producción. Para el artista, la decisión representó también una declaración de principios.

Aún así, es evidente que este es el disco más pulido y enfocado de su carrera. Si bien los fundamentalistas pueden leer a esta sobre-prolijidad como una traición, la sensibilidad hipnótica del cantautor sigue brillando a flor de piel. Por eso, es imposible no rendirse ante versos como “Cada beso que no damos es otra vida que no vivimos”, “El amor es la única cosa que vale la pena necesitar” y “¿A quién amás: al amor que no podés olvidar o al que no has conocido?”. Incluso cuando canta en castellano, conmueve al susurrar “No pienso en ti, solo te siento pasando por mí como un dulce viento”.

El álbum también refleja un espíritu lúdico, tanto en los vaivenes estructurales de canciones como “Angelika” y la alquimia rockera de “Rats” como en las melodías pegadizas de los hits instantáneos “Baby” y “Foolin’”. En simultáneo, joyas como “First song for B” recalan una constante conexión del músico con los elementos, forjando sonidos tan etéreos como propios de la tierra. El tiempo dirá si el brillo de “What will we be” marca un nuevo norte en la carrera de Banhart o si, por el contrario, oficiará de frontera, frente a la cual no dará un paso más allá.

Ya pasaron casi dos años desde la salida de tu último disco. ¿Qué estuviste haciendo en este tiempo?
Veamos… Realicé emprendimientos onanistas como shows de arte en solitario y experiencias increíblemente agotadoras pero profundamente gratificantes como curar exposiciones. Eso sin mencionar que preparé el primer borrador de un libro de arte, escritura y fotografia que me ha mantenido minuciosamente ocupado.

¿En algún momento trabajaste en nuevas canciones?
…¡Y también está la música! ¡Sí! Anduvimos de gira el primer año y estuve componiendo para el nuevo disco este último tiempo. Mi dios, ¡qué perorata pomposa! La verdad es que le he estado escribiendo cartas de amor a Ana Kras, la artista serbia, y armando muchos Legos.

El año pasado también participaste del Record Club Proyect de Beck, versionando el primer disco de Leonard Cohen. ¿Cómo fue esa experiencia?
Increíble. Beck es una máquina de componer, grabar y hacer arte, con un aguante que rara vez vi. Nos encontramos al mediodía y trabajamos hasta la medianoche. Cada tema fue grabado de primera toma. La mayoría del tiempo lo pasamos deliberando quién iba a tocar qué. Fue una jornada increíble. Todos los músicos que participaron son muy hábiles y talentosos. Yo, por supuesto, era la excepción.

Una de las características más interesantes de tu música es la habilidad que tenés para fluir entre idiomas y mantener una esencia sin que suene forzado. Al cantar en castellano, por ejemplo, ¿sentís que estás poniéndote en la piel de un personaje o lo tomás como una herramienta que te permite conectarte con una sensibilidad que no encontrás al hacerlo en inglés?
Realmente depende de la música. Para mí, algunas melodías tienen una necesidad evidente de ser vestidas con palabras en español y ser guiadas por una historia en esa lengua. También intento componer en otros idiomas. La canción “Walilamdzi” está escrita en el dialecto Pit River. Son cosas que solo funcionan si la melodía lo requiere, pero no es algo superfluo.

“What will we be” fue tu primer disco en Warner Brothers, una de las mayores discográficas del mundo. Haciendo un balance de la experiencia, ¿qué sentís que ganaste y qué perdiste al pasarte de un sello independiente a una corporación multinacional?
Gané la experiencia de haber trabajado con una discográfica y perdí el deseo de volver a tener una experiencia así.

Este último disco suena más enfocado, menos ecléctico o experimental que sus antecesores. ¿Qué te llevó a simplificar las cosas?
Ciertamente es el disco más “enfocado”. No teníamos ni idea de que un gigante como Warner iba a estar interesado. Lo hicimos para las mamás y las mamás de las mamás. Imaginamos ser pioneros de un género nuevo o poco explotado que titulamos “Mom’s rock” (“Rock de mamás” o “Rock para mamás”). A pesar de que hay un par de canciones que aborrezco completamente, estoy orgulloso del disco. De todos modos, jamás volveré a hacer algo parecido.

Tendés a ser duro con tu trabajo. En diversas entrevistas incluso declaraste que no te gustan tus discos. ¿Sentís que ninguno te termina de representar?
No es que los “odio”, pero sigo haciendo álbumes porque todavía no compuse uno con el que esté completamente satisfecho. Me gustan ciertos elementos, momentos, porciones minúsculas y mayúsculas en todos mis discos, pero nunca en su totalidad. Por eso seguimos trabajando.

¿Qué alimenta ese impulso? ¿Qué te inspira?
Lo desconocido. Cuanto más vivo, aprendo y experimento, más de eso hay.

Cambio de piel

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Con apenas 23 años, Kate Nash se convirtió en una de las niñas mimadas de la escena pop británica de los últimos años. Acaba de editar su segundo disco, donde se desprende de la sensibilidad adolescente para mostrar que la madurez también le sienta bien.



TEXTO MARTIN SANTORO

El segundo disco siempre resulta un escollo difícil de superar para cualquier artista. Si la fama no vino con el primero, es momento de redoblar la apuesta antes que sea tarde. Si el éxito se hizo presente con el debut, recae en el músico el peso de tener que mantenerlo y demostrar que no fue un simple golpe de suerte. En el medio, evolucionar, evitar traicionarse y mantener la integridad mental tras unirse, voluntariamente o no, al circo del rock. Hace unos meses, Kate Nash estaba en el centro de este remolino.

“Made of bricks” (2007), su primer álbum, fomentó el espíritu voyeurista del oyente, funcionando como el diario íntimo de una adolescente con reflexiones tan inocentes como existenciales, donde le canta al desamor y a su enjuague bucal con la misma convicción. Dicho así, cuesta entender cómo esta londinense podía compartir plataforma con Amy Winehouse y Lily Allen en lo que fue la revitalización del pop femenino con contenido. Toda incredulidad es derrumbada al escuchar esas canciones frescas y sinceras, marinadas en melodías indelebles y estribillos efervescentes diseñados para despertar empatía en adolescentes alrededor del mundo. A caballo de “Foundations”, un hit indiscutible, llegaron las giras, los premios y el desgaste.

Con espíritu escapista, Nash tomó su segundo disco como una oportunidad para desprenderse del personaje unidimensional de chica pop con sonrisa perfecta en la que se veía encasillada. De este modo, “My Best Friend Is You” (2010) incorpora sonidos sixties y hasta Motown que se funden con una clara intención rockera. La producción de Bernard Butler (ex Suede) parece capitalizar esta búsqueda, creando un disco ecléctico que va desde la intimidad acústica de “You Were So Far Away” a la crudeza de “I just love you more”. Sin abandonar sus clásicas viñetas personales donde combina humor y sensibilidad, Nash se animó a cambiar de piel y afrontar las consecuencias.

Al comparar tus dos discos, es evidente un cambio, tanto en la lírica como en el sonido. ¿Esto nace de una intención puntual, tal vez para dejar de ser “la chica de ‘Foundations’”, o lo sentiste como una progresión?
Cambiar me parece la cosa más natural del mundo. Con el tiempo, vamos teniendo más conocimiento y experiencias que nos hacen progresar, o eso esperamos. Por sobre todo, creo que es muy importante no tratar de recrear lo que ya hiciste. No quería sacar “Made of bricks 2”. El primer disco lo escribí en mi habitación a los diecisiete años. Me importaban mucho las historias. Estaba muy influenciada por escritores como Roald Dahl y la idea de crear otros mundos. El segundo álbum llegó después de estar de gira por dos años y escuchar muchísima música.

Ciertamente, este disco tiene una impronta más rockera que el primero.
Amo el punk desde los dieciséis. Los Buzzcocks son una gran influencia en mi primer disco. Tal vez no se nota en el sonido porque es un álbum pop, pero es algo que está adentro. Con este segundo trabajo, traté de sacar ese costado a flote.

También es cierto que, cuando un artista tiene tanto éxito con su debut, puede generar cierto resentimiento hacia ese trabajo. Eso puede llevarlo a tomar la dirección opuesta en el segundo, casi intencionalmente, como para demostrar que no son únicamente eso que los hizo populares.
Es cierto, por lo menos en parte. Si bien creo que fue una progresión natural como dije, también sentía que tenía que demostrar algo. Siempre siento que tengo que demostrar algo, a mí y al mundo. Te pone presión, pero a la vez está bueno porque empuja. Pero es verdad lo que decís: durante mucho tiempo no quería tocar ninguna de las canciones del primer disco porque ya me tenían podrida. Ahora pasó suficiente tiempo como para que vuelva a quererlas.

¿Cuál sentís que fue el mayor aporte de Bernard Butler como productor? ¿Ayudó a materializar ese cambio?
No lo haría responsable por el cambio porque ya había escrito el disco antes de entrar al estudio. Igualmente, él realmente entendió a dónde quería ir. Me ayudó mucho con el sonido mismo. Es muy bueno para mantener las cosas simples. Si la primera toma salió bien, listo, nos quedamos con eso y avanzamos. Realmente confié en él. Eso era lo que más necesitaba.

Empezaste de muy joven e imagino que debe haber sido dura la transición de tocar canciones en tu habitación a hacerlo para miles de personas en todo el mundo. ¿Cómo manejaste ese cambio? ¿Es posible adaptarse a una vida así sin quemarse?
Fue duro pero tampoco tanto, porque sucedió tan rápido que no tuve tiempo de pensar en eso. Simplemente lo hice. Fue como un remolino que me absorbió. Empecé a dar shows por todos lados y no paré.

Es asombroso ver la cantidad de conciertos que diste en esos primeros años.
Creo que me cansó un poco, me deprimió un poco y me resintió un poco. Hacia el final ya pensaba “odio esto y no quiero volver a hacerlo nunca más”. Realmente dudaba si iba seguir tocando. Hay muchísimas cosas de la industria musical que detesto. Uno siempre está en una situación muy estresante. Pasé de tener una mirada súper pop e ingenua a odiar a todo el mundo y pensar que todo es una mierda y querer morirme. Ahí me tomé un tiempo libre, volví a casa y retomé una vida normal. Estuve con mi familia, mis amigos, aprobé mi examen de manejo, compré un departamento… cosas “normales”. Además, necesitaba inspirarme para escribir nuevas canciones. Hacer un segundo disco trae mucha presión. Puede asustar mucho realmente. Y no quería hacer esa estupidez de escribir letras sobre los dramas de la gira. Nadie quiere escucharte llorar sobre lo mal que te trata la vida cuando estás vendiendo millones de discos y viajando por el mundo. Como te decía, tomé ese tiempo para despejarme, estar con gente, ver películas y tener experiencias. Fue una buena época. Si bien estos años son muy demandantes y duros, estoy poniendo mucho trabajo para mi futuro. Ahora la estoy pasando muy bien y estoy más feliz que nunca. Estoy muy contenta de volver a tocar en vivo.

Tus letras tienen una temática muy intimista, donde compartís mucho de tu vida personal. A la hora de componer, ¿separás a la Kate personaje de la persona?
No creo tener un personaje. Pongo todo de mí en lo que hago y siento que tengo que escribir sobre experiencias propias porque es lo que sé, lo que conozco. Eso da un sentido de verdad y honestidad. Puede pasar que la letra surja de un elemento de verdad, aunque no me esté pasando en ese momento. Tal vez es algo que sucedió en el pasado o que le pasó a una amiga. De todos modos, creo fervientemente en tener el corazón en la manga, porque la música te llega más cuando es así.

¿Hay manera de recapturar la magia original de componer canciones en tu habitación, solo para vos, cuando sabés que hay millones de personas que van a escucharlas?
Creo que hay una pequeña parte a la que no podés volver, pero un poco sí. Esa era mi máxima preocupación con este segundo disco. Por eso, fui a una sala de ensayo que era chiquita, un poco sucia y venida a menos, pero con excelentes personas que trabajaban ahí. Entonces era yo y cuatro paredes. La regla que me impuse fue que podía escribir cualquier cosa. No importaba que fuera una mierda, mientras escribiera algo. Así compuse el disco: despreocupada porque no pensaba que alguien iba a escucharlo. No había expectativas. En mi mente, eran canciones para mí, que no tenía por qué compartirlas con nadie.

¿Qué te lleva a mostrar una canción entonces?
Al disco van sólo las que pienso que están realmente buenas. Tengo que amarlas de punta a punta.

¿Qué pasa cuando vos te enamoras de una canción que a tu productor o a la discográfica no les convence?
Soy muy controladora en ese sentido. La gente con la que trabajo sabe que no soy una artista a la que pueden moldear. Hago lo que quiero. Es algo egoísta pero es la única manera. Es tu expresión. Si alguien me dice que no puedo hacer algo, es lo primero que voy a intentar (risas). Soy muy cabeza dura.

Te toca hacer música en un momento donde el ciclo de vida de muchos artistas se va acortando a medida que pasan los años. Vos tuviste un gran comienzo con un acenso vertiginoso y ahora tenés que respaldar eso. En tu opinión, ¿qué es más difícil en la industria musical: convertirse en alguien o mantenerse ahí?
¡Qué pregunta! (piensa) Es difícil decirlo porque para mí todo fue muy fácil. Hay gente que lucha por años y aún así no llega. En Inglaterra, la gente se prende enseguida en lo que es “hot” ahora, lo que está de moda en el momento, pero después se olvida. El año pasado me sentí muy confundida, asustada y frustrada. Ahora aprendí a despreocuparme un poco. Estoy en un lugar muy feliz, volví a disfrutar de tocar en vivo y viajar por el mundo. Creo que cuando estás en Londres, te encerrás un poco y pensás que esa ciudad es todo. Después viajás y te encontrás escalando una montaña en Brasil y te das cuenta que nada más importa. Tengo la suerte de tocar para miles de personas acá, del otro lado del mundo, donde también me quieren muchísimo. Londres es mi hogar pero hay tanto que quiero hacer en mi vida. Lo fundamental es mantener el control creativo y hacer lo que sentís, porque cuando tenga ochenta y cinco años, lo único que va a importar es que dejé grandes discos que la gente va a poder escuchar para siempre. Todo lo demás es secundario, especialmente cuando estás arriba de una montaña en Brasil (risas).

Entonces, ¿qué es el éxito para vos?
No sé todavía. Creo que hacer un show y realmente disfrutarlo es lo mejor. Saber que significaste algo en la vida de alguien es asombroso. En este momento estoy con una iniciativa que se llama “Kate Nash’s rock and roll for girls after school music club” (“El club de rock and roll para chicas después de clase de Kate Nash”).

Gran titulo. ¿De qué se trata?
¡Gracias! En Inglaterra, hay muchísimas menos compositoras mujeres de lo que hay compositores varones. Solo el 14% de las regalías de escritores y compositores son para mujeres. Es tremendo. En vez de dejar que eso me deprima, estoy haciendo algo al respecto. Es una iniciativa para colegios de chicas donde, después de clase, se las incentiva a escribir, empezar bandas, aprender de artistas y cosas así, para poder cambiar el panorama. Si puedo hacer una diferencia, eso es el éxito. En lo personal, quiero seguir haciendo discos y viajar.

¿Te ves haciendo música toda la vida?
¡Sí, por supuesto! A los ochenta voy a seguir componiendo canciones desde mi cuarto.

Volver a escribir desde tu habitación es una gran forma de cerrar el ciclo.
Totalmente. Ya lo veo… ¡Voy a ser una viejita re copada!

Fuerza renovada

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Humo del Cairo se afianza como una de las bandas más estridentes de la escena emergente local, mientras pone un pie en Europa y Estados Unidos. Con sumo entusiasmo, el trío se prepara para uno de los años más agitados y ambiciosos de su carrera.



TEXTO Y FOTO MARTIN SANTORO

Humo del Cairo es una banda física. No porque salten como Pete Townshend, hagan pasos de baile cual Angus Young o se trencen con público al mejor estilo Iggy Pop. En su caso, el sonido se materializa como un rugido grave, incandescente y valvular, que mueve masas de aire y golpea de lleno en el pecho. Su música se siente, literalmente. La guitarra cruda de Juan Manuel Diaz amalgama los riffs caprichosos de Color Humano y la densidad de Black Sabbath, mientras surfea olas de distorsión como un Hendrix del oeste bonaerense. El bajo pulsante e hipnótico de Gustavo Bianchi y la batería temperamental de Gonzalo Greco – flamante incorporación – completan una de las propuestas más interesantes de la escena emergente.

Formados a fines de 2004, el grupo paseó su distorsión por reductos del gran Buenos Aires, escenarios porteños como Niceto Club y Ciudad Cultural Konex, mega festivales como el Pepsi Music, el Personal Fest y hasta el Luna Park, teloneando a los mismísimos Judas Priest. Si bien se autodefinen como un “combo de psicodelia pesada, progresiva y negra como la brea que nace en Ramos Mejía”, la banda sortea el rótulo de “Stoner Rock” y no extraña verlos compartir fecha con grupos tan disímiles como Nairobi o El festival de los viajes.

Su disco debut se editó en 2007 a través de Estamos Felices. Allí condensaron toda la energía del vivo dentro de los confines del estudio. Conjugaron el vuelo, la soltura y espontaneidad de la improvisación, con la rigidez de una banda aceitada con años de trabajo en su haber. La coronación del proceso vino de la mano del sello estadounidense Meteor City, emblema del rock pesado de los últimos quince años, que editó el álbum a nivel mundial.

A pesar del éxito, la fortuna pareció flaquear: tuvieron que sortear problemas personales y de grupo, pasando por tres bateristas en un año. Esa inestabilidad generó incertidumbre sobre el futuro y un silencio discográfico que sigue hasta hoy. Pese a todo, nunca pararon de tocar y perseverar.

Desde fines del año pasado, asentaron su formación y los resultados ya son palpables. Como evidencia del compromiso hacia el proyecto, Gonzalo abandonó su Córdoba natal para radicarse en Buenos Aires. Renovados, motivados y en plena ebullición creativa, la banda pisa el acelerador y apunta a editar un nuevo disco en un mes, acompañarlo con un DVD y volver al estudio antes de fin de año.

Con tanto tiempo de inactividad discográfica, ¿nunca les preocupó que se diluyera el interés del público por la banda?
Juan: No, estamos muy tranquilos. A su vez, más allá de los problemas y demoras, creíamos que el disco tenía un montón para dar todavía. Por suerte nos sigue gustando y al público también. Mucha gente nos está descubriendo recién ahora.

¿El nuevo disco va a ahondar más en el estilo del primero, como una progresión, o buscan un quiebre?
Juan: Creo que va a ser como el primero, pero mucho mejor. Si bien va a sonar “vintage” – porque es la impronta de la banda – va a tener otros matices. Además, tenemos más tiempo de estudio. El primero fue hecho a las apuradas. Grabamos todas las bases en un día, por ejemplo. Una locura. Más allá de lo técnico, siento que la mayor diferencia es el espíritu. Nuestra forma de tocar cambió, en parte porque nos fuimos puliendo y también por lo que Gonzalo trae a la banda.

¿Cómo viviste tu incorporación al grupo? ¿Sentís fue una adaptación natural o hubo un trabajo detrás?
Gonzalo: Yo llevaba años tocando con una banda similar en Córdoba, así que me amoldé rápido. Por suerte, manejamos los mismos códigos para componer y nuestros estilos se complementan muy bien.

¿Cómo sobrellevaron tantos cambios de integrantes? Imagino que debe ser difícil mantener la identidad y el sonido propio del grupo, especialmente en un trío, donde cada parte es fundamental.
Juan: Yo creo que cuando escuchás el disco, te das cuenta que la espina dorsal es la guitarra y el bajo. La batería quedó muy atrás. Entonces, para la gente que nos vio en vivo en este tiempo, nunca varió sustancialmente el sonido. Quizás ahora sí se sienta una diferencia. Antes, a la hora de componer, éramos Gustavo y yo. Ahora somos Gustavo, Gonza y yo. Seguimos tocando fuerte y grave, pero cambia la dinámica.

Ciertamente, en el disco suenan muy en vivo. A la hora de componer, e incluso en el estudio, ¿se entregan a la improvisación del momento o trabajan todo al detalle?
Gonzalo: Generalmente hacemos una base, zapamos un rato y de ahí van surgiendo los temas.
Juan: Por momentos tenemos algo muy de “jam band”. Incluso cuando hacemos temas viejos, nunca salen iguales. Creo que para este disco, si bien tenemos cosas armadas, los estamos tocando y cambiando en la marcha.

¿Sienten que la zapada también es una herramienta fundamental para mantener la frescura?
Juan: Sí. La zapada puede llevar el tema a cualquier lado. No te ata nada.

De todos modos, ustedes hacen canciones. Hay un trabajo, una estructura. No es la oda al cuelgue.
Juan: Cuando salió el disco afuera, se nos emparentó mucho con la movida Stoner, que generalmente son bandas que tal vez se juntan a zapar, como grupos conceptuales que tocan tres temas en seis horas. Después rescatan lo mejor y lo editan.

Como bien decís, Humo del Cairo es una banda que tiende a ser encasillada dentro del rótulo “Stoner Rock”. Sin embargo, ustedes parecen tratar de esquivar eso. Un ejemplo claro es ser parte del sello Estamos Felices, que tiene un perfil más pop e indie.
Juan: Nosotros nunca nos cerramos. Debemos ser el único grupo de rock “pesado” que tiene el sello y está buenísimo que sea así también. Creo que eso es un reflejo de lo que es a la banda. No salimos por un sello inglés donde son todos re podridos. No me representa. Es un honor terrible que nos editen por Meteor City, pero no soy un loco que toca en el desierto y cría cocodrilos. Yo vivo acá. Me saco las zapatillas y no tengo arena, tengo talco. No pertenecemos a eso. Somos parte, pero no nos casamos con nadie y tocamos con todo el mundo. Si me gusta la banda, no me cierro a nada.

Más allá de la satisfacción que debe generar la edición de su disco en el exterior, ¿sienten que esto también “legitima” lo que hacen para parte del público y la prensa local? Parece tonto pero muchas bandas tienen que ser reconocidas afuera para que recién ahí empiecen prestarles atención en su propio país.
Gonzalo: Creo que eso pasa en todos lados. Acá se respeta más a lo que viene de Europa o Estados Unidos, pero yo soy de Córdoba y puedo asegurarte que pasa lo mismo con los que vienen de Buenos Aires.
Juan: Es algo que también ocurre en otros países. De hecho, una vez que salió el disco, nos llegaron invitaciones de todos lados. Tal vez antes no te daban bola porque eras una banda sudamericana. Recién cuando un gringo dio el visto bueno, nos empezaron a dar cabida. En la movida europea no es tan difícil, pero la estadounidense es muy sectaria. Por suerte les re cabe el disco y contar con el apoyo del sello da chapa. Pertenecer tiene sus privilegios (risas).

Dadas estas facilidades, ¿por qué no concretaron una gira europea todavía?
Juan: Ibamos a ir a Europa ahora en abril porque nos habían invitado al Roadburn Fesival, donde participan bandas pesadas, re copadas, re podri. Si te invitan, ¡tenés que tocar! Planeábamos hacer una gira y terminar ahí pero con todo este cambio de baterista y la demora del disco, quedó para el 2012. Creo que tocar afuera, más que darte prestigio, da chapa a nivel personal. Tocar treinta veces en treinta días es mortal.

Es una gran diferencia respecto al circuito local, que puede agotarse rápidamente.
Juan: Totalmente. Acá podemos hacer cuatro shows por mes y ya abarcaste todo: capital, norte, sur y oeste. Así se puede volver monótono. Está bueno tocar más espaciado para renovarse y generar más expectativa.

Pensando en la fecha que tienen este sábado en Niceto, ¿son de tantear temas nuevos en vivo o prefieren guardárselos para el estudio?
Juan: Tocamos muchos temas nuevos en vivo, pero nos pasaba que los hacíamos y después no los tocábamos más. Hay muchos que dejamos de hacer porque no sonaban como queríamos, porque no nos representaban o por lo que fuere. En Niceto vamos a estrenar un par de temas nuevos, del próximo disco.
Gonzalo: Igual, seguro que tocamos el tema en vivo y para cuando llegue al estudio ya va a ser otra cosa (risas)
Juan: Para mí siempre fue fundamental tocarlos en vivo porque ahí te das cuenta si quedan o no. Es la prueba de fuego.

Considerando que nunca dejaron de componer, ¿no pensaron en sacar un EP con esos temas que compusieron después del primer disco, aunque sea para evitar una brecha tan grande entre ese trabajo y el que están por grabar?
Juan: No. Simplemente no era el momento. Hoy en día sí.

Se siente un cambio de actitud, un aire de renovación…
Juan: ¡Totalmente! Antes éramos una banda muy hippie. Demasiado hippie. Podíamos ir a tocar sin haber ensayado en un mes o hacer canciones en vivo que habíamos compuesto el día anterior. Además, había cosas que nos excedían. Como no tenemos alguien que haga prensa, manager ni nada, hacemos todo nosotros y eso lleva al caos. Por suerte ahora contamos con un poco de ayuda y podemos dedicarle más tiempo a la banda. Estamos aprendiendo a manejarnos mejor.

Claramente, ahora están más enfocados. ¿Qué cambió en ustedes?
Juan: Antes también lidiábamos con un laburo. Ahora lo único que hacemos es tocar. Yo entraba a las siete y media de la mañana y salía a las seis de la tarde. Desde ese momento hasta la noche, estaba tocando. Después, pasaba un rato con mi novia y ya me tenía que ir a dormir. Esa rutina me terminó saturando. En su momento, trabajaba junto al baterista de León Chalón, una banda de reggae de Ituzaingó. Un día me dijo: “yo no vengo más a laburar. No puedo concebir que mi vida artística comience a las ocho de la noche, cuando llego a mi casa, mientras desperdicio todo el día haciendo algo que odio”. De repente hice un clic. No podes dejar que algunos factores contaminen tu arte. Cuando ya te está envenenando, hay que cortar. ¡Es tu alma! Hacer música es lo más inocente y sincero que me sale. Por eso hay que mantenerse lo más puro posible.

Imagino que eso también da una nueva perspectiva de lo que es “el éxito”.
Juan: El verdadero éxito es poder hacer esto todos los días. Después, si las cosas se dan y te van a ver cien o mil personas, está buenísimo, pero no voy a dejar de hacerlo porque solo vengan cinco o diez. No nos movemos por esos resultados. Nos gusta tocar, crear y compartir. Esa es la vida que quiero vivir. Sé que es difícil subvencionar el sueño pero tomamos el riesgo, redoblamos la apuesta y haremos todo lo posible para que funcione. En el peor de los casos, ¡viviremos en la sala! Se verá. Ahora estamos haciendo lo que realmente amamos y eso es lo que importa. Nunca mejor dicho: estamos felices.

Hermosos perdedores

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Como referentes de la escena emergente local, Los Peyotes hablan sobre su nuevo disco, de por qué es más fácil tocar en Berlín que en Mar de Plata y cómo se siente que tu novia se acueste con otro.




TEXTO MARTIN SANTORO

Entre aullidos guturales, bailes espasmódicos y ritmos frenéticos, Los Peyotes erigen la bandera del sonido garage anclado en el beat de los 60s. Acaban de sacar “Garage o muerte”, un disco que reafirma la impronta de la banda, con un sonido estridente y una lírica plagada de historias de desamor y reivindicación del marginal y feo. Este trabajo, grabado íntegramente en España, busca retratar con mayor fidelidad aquel contexto donde la banda realmente brilla: el vivo. La voz cavernosa de David Peyote se conjuga con la batería desenfrenada de Pablo Bam Bam, el bajo pulsante de Oscar Hechomierda, la guitarra filosa de Rolando Bruno y el teclado chirriante de Juan Roman Lemons para resultar en un descontrol escénico que contagia indefectiblemente a todas las huestes rockeras.

La banda acaba de volver de su primera gira por Méjico y cuarta consecutiva por Europa, habiendo tocado España, Holanda, Alemania, Italia, Austria y Francia. Allí cosechan una base de público fiel gracias al interés que despierta el género en el continente. Este viernes presentarán el nuevo disco en Niceto Club, además de estrenar vestuario y el videoclip del tema que da nombre al álbum, filmado en una fábrica abandonada de Avellaneda, “con armas, violencia y chicas muy lindas para compensar nuestra fealdad”, según cuenta David.

Llama la atención que una banda sin apoyo de una empresa discográfica ya haya podido llevar adelante su cuarta gira consecutiva en Europa. ¿Cómo se generó la posibilidad de ir para allá?

Rolando: A través de la canción “El humo me hace mal”, que se editó allá en vinilo por el sello Dirty Waters de Inglaterra. Por suerte, fue una especie de hit que se convirtió en un tema de culto gracias a que los DJs lo pasaban mucho. Después tuvimos una invitación del festival Funtastic de Valencia y ahí arrancó todo.

¿Qué es lo que más buscan lograr en los viajes?

David: Hacer dinero (risas). Igual, después gastamos todo en ropa, discos e instrumentos. En realidad está buenísimo conocer países, gente y ver si la escena de Peyotes creció. Todos los años es un misterio.

¿Sienten que el público allá es más receptivo a una propuesta como la suya?

Rolando Bruno: Sí, porque hay una escena, a diferencia de acá. Si bien somos los mismos de siempre, allá está muy dividido: por un lado está la movida surf, por otro la garage y así. Hay muchas más bandas y el público es más específico al género. Acá se mezclan todos con todos porque no hay tantos grupos ni gente.

¿En algún momento pensaron, dada la recepción positiva que tienen allá, hacer más que una gira e instalarse una temporada, por ejemplo?

David: Sí, pero estamos acá, tenemos laburos acá y somos de acá. Además, tal vez si viviéramos allá seríamos una banda más del montón.

Rolando: Acá cuesta ser sixties. Allá es fácil conseguir una ropita, las botitas, los instrumentos. Nosotros hacemos lo que podemos, entonces eso también tiene una nota de color. Nuestra ropa no es tan perfecta como la de ellos y se cagan de risa. Eso también entra dentro nuestro estilo porque nos encanta lo bizarro, como aquellas bandas peruanas de los sesentas que copiaban la estética de las inglesas con camisas de cafetero (risas).

¿Les cuesta volver?

Oscar: A veces es todo un tema venir de un festival lindo en Europa y volver acá para lidiar con los mismos roñosos de siempre, los productores, los managers y gente que tiene la idea de llevarse plata con nosotros. Allá te tratan muy bien; acá no hay tanto respeto.

David: Resulta increíble pero es más fácil tocar en Alemania que en Mar del Plata. En dos días te puedo conseguir un show en Berlín, pero no puedo meter ni uno en la costa. Es algo que no se entiende. En Europa sabemos que hay un piso de 150 personas, entonces vamos tranqui.

¿Cómo viven la movida local?

Rolando: No hay movida. Somos un grupo de bandas que compartimos fechas y escenarios, como con los surf y rockabilly, pero no lo siento como una escena.

David: En el caso del rockabilly creo que sí hay una escena, donde van todas chicas pin-up y los pibes más lookeados. Los de surf también van más con sus camisitas y eso. Nuestro público es onda nada, pero bien. Uno va con una remera de los Cramps, otro de zapatos y alguno como salió de la facultad. No se entiende bien de dónde vienen, pero al momento de tocar, los une la música. Nosotros siempre hablamos de evangelizar con nuestras canciones, pero evidentemente no lo estamos haciendo bien (risas).

Sin duda, uno de los mayores atributos de Peyotes es su show en vivo, siendo una banda súper enérgica arriba del escenario. ¿Les cuesta traducir eso al disco?

David: Es muy difícil. Imaginate que a la hora de grabar la voz, estás encerrado en una caja, más solo que nadie. ¿De dónde sacás la concentración mental para enloquecer?

Rolando: En estos últimos discos tratamos de grabar prácticamente todo en vivo. También buscamos permanentemente un sonido vintage. Por ejemplo, este último disco fue grabado en España, en un estudio completamente analógico, lo cual está buenísimo para nosotros.

Creo que el disco cumple un doble propósito: por un lado representa bien lo que es la banda pero al mismo tiempo invita al oyente a verlos en vivo y así completar la “experiencia Peyotes”.

Oscar: ¡Totalmente! Un show siempre va a ser más power, por las bizarreadas que hacemos. Somos muy cirqueros en ese sentido.

David: ¡Somos unos vende humo! (risas)

Oscar: Lo importante es que siempre pasa algo. Creo que si lo guionásemos, no saldría nada. Todo lo que hacemos es súper espontáneo.

En sus letras siempre reivindican al marginal, al feo, al deforme. ¿Por qué?

David: ¡Tuvimos una vida dura! (risas) Mucho resentimiento (más risas). El género en sí es de perdedores. Hay muchas bandas históricas con un solo hit o ni siquiera eso. Creo que hemos sido maltratados por la vida misma. Por eso es mucho más fácil cantarle al dolor que al amor. Comprometés más emociones. Sale así. No puse “El humo me hace bien”. Puse “mal”, porque está eso de sufrir siempre. Supongo que habrá tenido que ver con los grupos que escuché, que eran muy llorones, medio maricones. Hablo de Los Ángeles Negros, el primer Sandro y demás.

Pero también hay una dosis de violencia en ese resentimiento.

David: Mirá, la letra de “Demoler” de Los Saicos es lo más punk de lo punk. Nosotros tomamos eso porque nos gusta así. Tal vez cantar algo buena onda me haría ruido. Siempre está ese resentimiento del negrito con poder (risas). Además al feo siempre le va mal con las chicas. Es muy difícil ser feo.

¿Te sentís feo?

David: Todos fuimos dejados por chicas en algún momento, por culpa de ellas o de alguien, pero nunca por culpa tuya (risas). ¡No nos hacemos cargo de nada!

Si bien Peyotes lleva más de una década de ruedo, en los últimos años han logrado una continuidad y un reconocimiento muy importante. En este sentido, ¿qué es más difícil: hacerse un nombre o mantenerlo?

David: Sin dudas, mantenerlo.

Rolando: Yo no sé ni si lo hicimos (risas).

Rolando: Hay bandas infladas por la prensa que, después de un año, ya no sabés nada más de ellas. Pasan de estar en todos lados a desaparecer.

David: Es que a los periodistas les encanta andar descubriendo la próxima banda nueva y son esos mismos tipos los que después las bajan. No sé por qué es así, pero es bien adolescente. Al pibe que está saliendo al mundo del rock le gusta descubrir su banda, hacerla propia y cuando se masifica, la deja. Es como que a tu novia se la garchen todos. “No, yo te desvirgué así que sos mía, no da que estés con otros”. Me parece que mantenerse en el tiempo está bueno y por eso banco a gente como Boom Boom Kid, que nunca explotó masivamente pero siempre se mantuvo súper activo y la gente lo acompaña. Yo aspiro a eso: algo que me permita laburar y estar tranquilo. Nosotros vimos pasar muchos grupos que la pegaron un verano y después se quedaron.

¿Se sienten un referente para las bandas garageras que están empezando?

David: Muchas veces vienen chicos que están arrancando y nos preguntan sobre cómo hacer para sacar discos, comprarse instrumentos o irse a Europa a tocar, como si lo supiéramos todo. Siempre les digo que nada es imposible, que no se droguen, que estudien (risas), pero no sé. Si no puedo con mi vida, menos puedo con la de los demás.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com

Alquimista sonoro

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Les Claypool es uno de los bajistas más talentosos del mundo del rock. Al frente de Primus logró llevar su espíritu ecléctico a las masas, cosechando discos de platino y nominaciones a los Grammys en el proceso. Hablamos con él antes del primer show de la banda en el país.




TEXTO MARTIN SANTORO

Claypool tiene una risa fácil y contagiosa que resuena en todo su cuerpo. Habla rápido y da respuestas directas. Además, parece sentir una cómoda incomodidad frente a cualquier entrevistador, posiblemente al tener que asumir a la tarea de explicar lo inexplicable: ¿cómo es que Primus, banda tan bizarra como talentosa, ha logrado cabalgar más de dos décadas sobre el lomo de una industria musical cada vez más conservadora?

Desde su aparición a mediados de los 80s, el grupo desarrolló un sonido que se pasea del funk al punk y de lo experimental al metal con total soltura. En la década siguiente, con un nuevo público, ávido de abrazar al creciente rock alternativo, lograron posicionarse como mucho más que una banda de culto. A través álbumes como “Sailing The Seas Of Cheese”, “Tales From The Punchbowl” y “Antipop” llegaron los discos de platino y las nominaciones a los Grammys.

El 2000 los encontró declarando una “pausa perpetua” para el conjunto. Allí, Claypool se avocó a continuar con trabajos de estudio y proyectos personales. Colaboró con figuras de la talla de Tom Waits y Adrian Belew, además de formar diversas bandas como Holy Mackerel, Colonel Les Claypool’s Fearless Flying Frog Brigade, Colonel Claypool’s Bucket of Bernie Brains y Oysterhead, el afamado trío que contaba con Stewart Copeland (baterista de The Police) y Trey Anastasio (guitarrista de Phish).

Una década después de su último disco de estudio, Primus vuelve al ruedo con la voz y el bajo de Claypool al frente, secundado por el guitarrista Larry LaLonde y Lay Lane, baterista original de la banda. Revitalizados y con ansias de escapar al circuito de la nostalgia, Les vuelve a enarbolar la bandera de su primer amor y redobla la apuesta con la Oddity Faire Tour y nuevo disco en las gateras.

Después de tantos años de separación, ¿qué los llevó a reunirse?
En realidad yo no quería hacerlo (risas).

¿En serio?
Sí, absolutamente. Sentía que Primus se había convertido algo de nostalgia. He estado en muchas otras bandas y además tengo mi carrera solista, por lo que no estaba interesado en revivirla. Hablé con Larry LaLonde y él realmente quería hacerlo. Para mí, resultaba evidente que algo tenía que cambiar para que vuelva a ser estimulante otra vez. Tim Alexander se fue de la banda y Jay Lane, quien fue nuestro baterista hace muchos años, volvió a la formación. Eso lo hizo mucho más excitante a la hora de salir a tocar y meternos en el estudio a grabar.

¿Tomás esto como un nuevo comienzo o como la continuación de lo que venían haciendo?
Podría decir que es una nueva continuación (risas), ¿qué te parece eso?

Es un buen punto medio. En ese sentido, ¿sentís el peso de tener que “preservar el legado” o hacés de lado la solemnidad y simplemente dejás que las cosas fluyan?
Realmente no pienso en eso. O por lo menos trato. Para mí, lo más importante a la hora de hacer Primus es que tiene que ser fresco, excitante y disfrutable. Hicimos unos shows en el 2003 y 2006, lo cual fue muy divertido las primeras tres semanas. Después realmente quería irme a tocar con mi banda. No me gusta retroceder; siempre quiero avanzar y hacer cosas nuevas. En lo financiero, es mucho más lucrativo seguir con lo viejo y mantener la “marca”, pero me vuelve loco. Entonces, para regresar ahora, si bien hay cierto elemento de nostalgia al tocar las canciones viejas, la clave es que nos movamos hacia adelante. Justamente por eso estamos grabando un disco nuevo: para mantenernos frescos.

¿Tienen algo grabado o van a comenzar cuando termine la gira?
Ya estamos trabajando en el estudio. Lo dejamos en pausa para hacer estos shows.

¿Aporta algo venir a tocar cuando todavía están grabando un disco o, francamente, es una distracción?
Es una distracción, sin duda (risas).

Imagino que debe romper un poco el clima y la concentración.
Sí, pero es lo que es. Dentro de todo, nos da una oportunidad de tomar un poco de distancia y escuchar lo que ya tenemos hecho para ver cómo está saliendo.

¿Son de probar las nuevas canciones en vivo para tantear el feedback de la gente o prefieren estrenarlas una vez que esté el disco?
En esta oportunidad no vamos a tocar nuevas canciones enteras. Tal vez partes o fragmentos por acá y allá. De todos modos, aún no lo sé, todavía no escribí la lista de temas. Es diferente cada noche, dependiendo de cómo nos sentimos.

¿Cómo armás la lista de temas para un lugar en el que nunca se presentaron en vivo? ¿Tomás eso en consideración o lo ves como un show más?
Ya nos enteraremos (risas). Siempre depende de cómo estemos ese día. No sentimos obligación alguna de tocar los “hits”. La lista depende más de cómo se ve la audiencia, cómo es el lugar, como nos sentimos, si estamos contentos, tristes, drogados, borrachos (risas)…

De todos modos, si estuviesen en Los Angeles, por ejemplo, donde tocaron cientos de veces, pueden hacer excentricidades como tocar un disco entero de principio a fin. En cambio, al estar ante una audiencia nueva, tal vez optan por algo más representativo de todo su catálogo.
No creo que toquemos un álbum entero o algo así. Solemos hacer ese tipo de locuras cuando tenemos muchas fechas en un mismo lugar, para mantener las cosas interesantes y que cada noche sea distinta. Acá en Buenos Aires supongo que tocaremos una lista variada. Ahora que Jay está en la banda, estamos tocando canciones que nunca hicimos en vivo.

¿Sienten que están redescubriendo parte de su catálogo?
¡Sí, definitivamente!

¿Tienen algún método a la hora de componer? ¿Las canciones nacen de un trabajo premeditado o desde la improvisación?
Creo que cada vez es diferente. Si bien suelen ser canciones que yo traigo, también animo a Larry para que aporte material. A su vez, Jay trae ritmos para que nosotros construyamos encima. Me encanta eso porque hay más de donde agarrar y hace que toque mi instrumento de forma diferente porque me estoy acoplando a la idea de otro. Tratamos de mantener todo lo más espontáneo posible. En todos los años que vengo haciendo música, mis canciones favoritas, las que siguen apareciendo en todas las listas de temas, son las que nacieron naturalmente. Cuando lo forzás o tratás de hacer algo para cierto público o porque te lo pidió la discográfica, se siente artificial.

¿Cómo te mantenés creativo en tantos frentes?
Cada experiencia trae un elemento distinto. Cuando toco con Stewart Copeland lo hago de una manera muy distinta a cuando todo con Tom Waits, por ejemplo. Así es como salen cosas diferentes. Es como tener una cacerola con un montón de ingredientes. ¡No vas a tomarlos todos y hacer siempre la misma sopa! Con cada uno se te van a ocurrir cosas distintas.

¿Cómo hacés para decidir qué idea llevas a cada banda?
Me pregunto con la sensibilida de quién funcionaría mejor y lo llevo ahí. A veces se me ocurren temas con los que no quisiera torturar a mis compañeros de Primus. Ahí entra mi proyecto solista, donde me libero de cualquier tipo de culpa (risas).

¿En algun momento pensaste en armar una especie de “super banda” que cubra todas tus necesidades e inquietudes musicales?
No. Para mí Primus es Primus, una colección de tres tipos y reflejamos lo que es. Oysterhead son otros tres tipos y reflejamos lo que eso es. Mis cosas solistas pueden ser todo lo que quiera que sean. Supongo que es como hacer un film y usar diferentes actores cada vez que hacés una película. Primus y Oysterhead son como Seinfeld y The Office: siempre usas a las mismas personas para los mismos roles.

Considerando lo extensa que es tu carrera y la cantidad de experiencias musicales que has tenido, ¿sos de sentarte a hacer balances? ¿Hay algo que hubieras hecho de otra manera?
Creo que, en la vida en general, uno siempre suele ver para atrás y piensa en cambiar algo. De todos modos, ¡siento que lo he hecho bastante bien! Es importante cometer errores, porque algunos de ellos crecen y se convierten en pequeñas joyas en si mismos. Hay cosas que, al grabar, llamo “errores gloriosos”. Cuando los cometés te hacen ruido pero después, al escucharlos, te enamorás de ellos. A veces vuelvo a canciones viejas y pienso en lo juveniles e idealistas que sonaban, pero me encantan. Es como tu corte de pelo del secundario: si te ves, decís “¿en qué carajo estaba pensando?”, pero después te vuelve a gustar. Es inevitable cometer errores, así como lo es querer corregirlos, pero prefiero equivocarme. La perfección es aburrida.

¿Qué es el éxito para vos, entonces?
Como artista, la parte favorita de mi “éxito” ha sido la libertad por la que siempre luché y fui cabezadura. Una de las cosas que más me alegra también es la gente, especialmente mis héroes, con la que pude tocar. Tengo amigos en bandas súper exitosas, donde han creado una “marca”, pero no hacen nada afuera de eso porque es mal negocio. A mí, eso me volvería completamente loco. Primus representaría muchas más ganancias económicas si sólo nos dedicáramos a esto, pero yo realmente enloquecería. Afortunadamente puedo decir que toqué con Tom Waits, Stewart Copeland, Bernie Worrell y miles de personas más. Eso, para mí, es lo que más me enorgullece al final de día. Es lo que me llevaré a la tumba: que pude tocar con todos esos tipos. Sin duda alguna, eso es lo más excitante para mí.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com

Calientan los motores

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Con la estridencia rockera y el efervescente groove del rockabilly, Motorama se alza como una de las propuestas más excitantes de la escena emergente local. El año pasado presentaron “Crisis”, su debut discográfico y acaban de editar “Ballgag”, su flamante EP.




TEXTO MARTIN SANTORO
FOTO ZENZORIA

A pesar de tener una clara influencia del rockabilly, Motorama se erige como una banda de rock apta todo público que elude los clásicos clichés del género: no hay uniformes, personajes, espíritu de revival ni pose. En escena, el contrabajo hiperactivo de Nico Valle se fusiona con la pulsante batería de Luciano Esain para generar una base hipnótica, tan compacta como suelta, sobre la que Sam dispara acordes filosos y letras calientes. Así, el trío resulta una máquina de estribillos pegadizos y ritmos contagiosos que invitan a bailar hasta que salga el sol.

Esa impronta vital se traduce también en su trabajo de estudio. En 2009 editaron “Crisis”, un excelente disco debut, con la producción de Manza Esaín y la participación de figuras como Campino de Die Toten Hosen y Hugo Lobo de Dancing Mood. Allí despliegan una paleta sonora que va desde el espíritu festivo bailable de “Mirando al cielo” o “Chicas finas”, hasta los pasajes lúgubres del psychobilly, con canciones como “Venganza” o “Luz mala”.

Impulsados por la inercia de constantes shows en Capital, el conurbano y giras por Brasil, la banda acaba de lanzar “Ball Gag”, un nuevo EP que obra como de caldo de cultivo para el rock, el country, el rockabilly y el pop. El trabajo presenta nuevas canciones, versiones en vivo, outtakes de las sesiones de su disco anterior y covers con sello propio. “En todos los discos que grabé en mi vida, siempre sentí que faltó o sobró algo. Con Motorama es la primera vez que sigo escuchando los dos trabajos y no retocaría nada”, define Sam.

Los discos no sólo logran retratar fielmente la energía cruda del vivo sino que se potencian a través de arreglos que, según los propios músicos, elevan las canciones a su mejor versión posible. “Los arreglos son desgloses de lo que ya estamos haciendo. Se trata de cosas naturales, que uno escucha aunque no lo esté tocando nadie”, explica Esain. Sam, por su parte, agrega: “Son condimentos del disco que hacen que sea divertido y que puedas descubrir algo nuevo con cada escucha”.

¿Cómo hacen para mantener una misma identidad y, al mismo tiempo, lograr un lenguaje propio tanto en vivo como en estudio?

LULO: Para nosotros no son dos mundos separados. Cuando grabamos, las bases son tocadas en vivo, todos juntos. Después se agregan cosas para reforzar esas intensidades que uno genera cuando está tocando en el escenario, porque en tu casa no ves a la banda, la cara del guitarrista al hacer un solo, al contrabajista cuando se trepa a una mesa y demás locuras propias de un show.

SAM: Cuando uno está muy seguro de lo que hace en vivo, no le agarra culpa al plantear algo distinto en el disco. La gente que escuche el CD y después te vaya a ver no va a decir ‘estos son unos mentirosos’. Aunque el vivo y el disco puedan tener sus diferencias, no va a importar porque cada uno vale y está bueno a su manera. De todos modos, si nosotros fuésemos tipos con guita, invitaríamos a un trompetista y a un tecladista para que vengan a tocar unos temas. Sería un gusto que quisiéramos darnos cada tanto.

¿Con qué criterio eligieron los covers que grabaron? Si bien “Do anything you wanna do” de Eddie & The Hot Rods y “You shook me all night long” de AC/DC son canciones más cercanas a su estilo, llama la atención que reversionen una como “No surprises” de Radiohead.

SAM: Hay temas que me gustan mucho y generan una gran intriga por saber cómo saldrían si yo me pongo a tocarlos. Creo que es un desafío buenísimo.

NICO: En el caso puntual de “No surprises”, está en el disco porque queríamos incluir una versión de un tema no tan viejo. No queríamos que fuera de los setentas u ochentas, sino acercarnos y tomar algo más contemporáneo. Más allá de que no se grabaron, también hicimos canciones de Blur, Pulp y un montón de bandas más de esa movida que también nos gustan.

SAM: Por eso lo podemos plasmar de una forma copada: no es una canción que hacemos “en chiste”, sino algo que realmente nos encanta.

Sacar dos discos en dos años, cuando el grupo tiene tres de vida, es un gran mérito para una banda joven como ustedes en los tiempos que corren. ¿Cómo ven la industria musical acá, donde las discográficas no apuesta por algo nuevo?

LULO: Es loco pensar que en Argentina prácticamente no hay bandas exitosas de rock de gente joven. En Inglaterra, pibes de dieciocho años como los Artic Monkeys hacen tres shows y la industria se da cuenta que tienen pasta e invierten en ellos para que crezcan. Acá te dicen ‘pero sólo están tocando hace tres años’. Flaco, ¿cuánto más querés que toque? ¿Quince? Eso te quema y hay gente que se queda en el camino.

SAM: Las bandas grandes de acá, como Babasónicos, están hace veinte años y recién hace seis o siete que viven bien de esto.

Entonces, ¿gana el que persevera?

SAM: Yo creo que sí.

LULO: Gana el que persevera y realmente tiene algo que decir.


SONIDO PROPIO

La banda nació en 2006 de la mano de Nicolás y Sam, luego de la separación de Historia del Crimen, uno de los referentes del rockabilly local. Tras una breve formación de cuarteto, el trío se consolidó con la incorporación de Luciano en la batería. Su estilo, que oficia de puente entre Slim Jim Phantom y Keith Moon, terminó de fortificar un sonido que escucha el pasado pero mira hacia adelante. Con Sam cumpliendo la doble tarea de guitarrista y cantante, todas las piezas se alinearon.

Cuando te hiciste cargo de la voz, ¿sentís que te descubriste o te hiciste cantante?

SAM: Nunca me hice ni me descubrí (risas). No me considero cantante, yo soy guitarrista. De todos modos, admito que funcionó mucho mejor de lo que pensábamos.

Tu voz es una parte clave del sonido de la banda.

SAM: Es verdad que no tengo la voz típica del género y, al final, eso terminó dándole un sonido particular. Lo mismo pasa con Lulo: no es un bateista “vintage”, sino que es mucho más rockero. Cada puntito de esos hace a la personalidad única del grupo.

LULO: Lo primero que hice cuando me llamaron fue aclararles que no era un baterista de rockabilly y ellos me dijeron que no buscaban eso, así que encajó perfecto.

NICO: Justamente, le propusimos ser el baterista de Motorama porque no queríamos nada que suene a los 50s, 60s ni al tunel del tiempo, donde todos tienen camisas iguales y hacen como que son de otro país siendo argentinos. No tengo problema con la gente que lo hace, pero no es lo mío.

En ese sentido, ¿se sienten parte de una escena o se ven más como una isla?

SAM: No me siento parte de una escena porque no creo que exista tal cosa acá. No veo público que siga bandas under. Me parece que la gente va a “eventos”, que pueden ser en un boliche o en una casa, pero no hay una “movida” como supo haber en una época, con un circuito de locales de rock donde sabías que siempre te ibas a encontrar con algo e iba a estar la misma gente que frecuentaba el lugar. Eso es una escena. Hoy, la gente va a ver bandas si está lindo el día. Si no, se quedan jugando a la Playstation.

NICO: Es cierto que nosotros no estamos integrados, pero a esta altura me importa tres pitos. Además, como Motorama no refleja algo muy purista, no podemos pertenecer a una escena o “tribu”, donde todo parece estar pensado y estudiado al detalle. Hacemos música para todo el mundo, con jopo o sin jopo. Igualmente, la estética rockabilly está de moda desde hace dos o tres años, pero es pura imagen. No hay muchos que realmente vaya a los shows.

¿Te molesta eso?

NICO: Me da lástima. En la escena, hay gente que si no se arma un show con todas bandas rockabilly, todas surf o todas garage, no va. Por ejemplo, un grupo como Norma no podría tocar en un contexto así, pero con nosotros sí. Si en Niceto toca una banda de rockabilly con otra como Valle de Muñecas, ¡los “jopos” no irían! ¡Ni en pedo! Ellos quieren que sean todos iguales. Es medio sectario… y nosotros nos cagamos en eso.

SAM: Un buen resumen de lo que pasa es ir a la Bond Street. ¿Qué hay más: negocios de ropa o de discos? La gente se quiere vestir, no quiere escuchar música. Esa es la realidad del rock hoy.

Por suerte, como bien dicen, cuentan con un público heterogéneo que no busca en ustedes una sensación de pertenencia, cual tribu urbana.

SAM: Es muy grato encontrarte con gente que va por el contenido y no la forma. Eso te da una satisfacción increíble, porque esa diversidad también está en uno: estamos toda la vida construyendo un montón de cosas y nos vamos quedando con las que más nos gustan. Después agarramos y las volcamos todas juntas cuando hacemos una canción de Motorama.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com

Jarvis...

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Viajeros sonoros

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Brian Storming acaba de editar su tercer trabajo discográfico, “The illustrated guide to Fantasie”, donde continúa con una propuesta tan atípica como hipnótica. RevistaG7.com habó con ellos antes de su presentación oficial en La Trastienda.




TEXTO MARTIN SANTORO

“The illustrated guide to Fantasie”, el flamante disco de esta “banda con alma de orquesta”, presenta un viaje hacia el núcleo de un grupo que busca crear un universo propio a partir de sonidos tan etéreos como punzantes, tan experimentales como fríamente calculados. Entre postales oníricas, gabinetes espaciales y bandas de sonido de películas fantásticas, navega este barco de doce tripulantes, capitaneado por el inquieto Duncan Toth.

El proceso de grabación terminó hace aproximadamente dos años pero el material recién está saliendo ahora. ¿Por qué tardaron tanto en sacarlo?
Duncan Toth: Tomamos la decisión de esperar a que las condiciones sean las adecuadas.
Durante estos dos años nos reunimos con varios sellos hasta encontrar una propuesta que realmente nos cierre. Teníamos una idea bastante clara de lo que el disco requería como plataforma y como respaldo y nos tomo un tiempo encontrar alguien que respetase estas necesidades.

En cuanto al proceso compositivo, ¿se nutren de la improvisación o prefieren construir conscientemente a partir de melodías y arreglos puntuales? ¿Tienen alguna metodología puntual?
Duncan Toth: Casualmente uno de los atractivos de Brian Storming es que cada tema tuvo un proceso distinto. Hay varios compuestos a partir del piano, otros de una melodía de voz, guitarra o loops. Tal vez el denominador común entre ellos sea que todos se desarrollan sobre sesiones de Pro Tools [NdR: programa de grabación digital multipista] en donde van tomando distintas direcciones, algunas veces transformándose hasta llegar a otra cosa. Este disco se trabajó a partir de partituras y arreglos que se gestaron al mismo tiempo que las composiciones. En ese sentido, las orquestaciones conforman una parte esencial.

Si bien llama la atención que tengan una lírica en inglés, encaja perfectamente con la propuesta musical. ¿Usar este idioma resulta de una decisión estética, una búsqueda de proyección global o simplemente les sale naturalmente así?
Duncan Toth: Es una decisión estética y conceptual. Tiene que ver con las influencias literarias que hay en el imaginario de Brian Storming – como Poe, Sir Arthur Conan Doyle, Lewis Carrol – y con esta atmosfera de Londres del 1900 que se intenta recrear.

¿Cómo hacen para traducir al vivo todos los matices, capas de sonidos e instrumentaciones que logran de una forma tan pulida en el disco? ¿Sienten que, en alguna medida, es una propuesta difícil de ejecutar a la perfección sobre el escenario?
Andrés Ravioli: Nos gusta ese proceso. Trabajamos meticulosamente durante la producción del disco en estudio y durante la mezcla, y cuando llega el momento de ensayar los temas y presentarlos en vivo es un lindo desafío. Actualmente somos doce músicos tocando en vivo con variadas tímbricas: vientos, cuerdas, instrumentos electroacústicos y voces. A eso le sumamos secuencias sonoras y visuales en pistas. Con todo esto el disco toma vida en escena.

¿En algún momento les preocupó hacer un proyecto tan ambicioso que el público pueda no terminar de entender o asimilar por completo?
Andrés Ravioli: Creemos que no hay que subestimar al consumidor. Hacemos discos porque tenemos la convicción de que es lo que una banda debe hacer, pero también porque sabemos que a mucha gente le va a interesar nuestra propuesta.

Aun así, la suya es casi única acá. ¿Sienten afinidad con una movida u otras bandas locales o, por el contrario, se ven más como una isla dentro de la escena?
Andrés Ravioli: Brian Storming es un proyecto autosuficiente, porque tiene su propio imaginario y su propia estética. Además, tenemos colaboradores que admiramos como los chicos del grupo de música contemporánea Suden, Juan Ravioli, Ale Carrau de Defórmica o Rodra Guerra. También nos gusta mucho el disco de Ezequiel Cutaia, otro amigo de la banda.

¿Cómo se preparan para la presentación del disco este fin de semana?
Andrés Ravioli: Nuestro plan inmediato es terminar de ensamblar ensayos con los músicos nuevos que van a participar del show.

Sepia: Asimismo, esta semana lanzamos el video clip del primer corte del disco: “The Rabbit”. Es una pieza que inicia una serie de clips que darán pistas para llegar a “Fantasie”.

¿Qué hay en el horizonte de la banda?
Duncan Toth: En breve vamos a empezar a grabar un nuevo disco. Ya hay alrededor de doce composiciones nuevas y estoy terminando de escribir sus respectivas letras. Después de esto, queremos avocarnos completamente a la grabación de Peter Pan, una suerte de opera rock de la novela de J.M.Barrie, la cual venimos postergando desde hace unos años. La idea es simple: seguir grabando discos por mucho tiempo.




*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.RevistaG7.com