Nunca es tarde

Este chaqueño de alma es uno de los artistas plásticos emergentes más reconocidos de nuestro país. Con mucho mérico, celebra el gran momento que está pasando, luego de batir récords de venta en las últimas ediciones de ArteBA y consagrarse en el circuito artístico. A sus 43 años, lleva apenas diez de carrera y no parece bajar la marcha. Con ustedes, Milo Lockett.



TEXTO MARTIN SANTORO

¿Cómo era tu hogar de chico? ¿Recibiste algún tipo de estímulo artístico que dejo una impronta en este artista que te has convertido?
Crecí en una casa de clase media, trabajadora, católica apostólica romana. Siempre me río mucho de ese slogan. Fuimos criados de una forma muy libre e independiente. Siempre se nos permitió elegir y discernir. Tuve la posibilidad de trabajar de muy chico sin tener la necesidad de hacerlo. A los 14 años dejé la escuela. Lo hablé con mi papá y mi mamá y, si bien no estaban de acuerdo, lo aprobaron. Ahí ya hay un antecedente de libertad. No había mucho arte en mi casa, pero si teníamos libertad de expresión. Cuando era chico hice los talleres de bellas artes. Después hubo una etapa donde no dibujé nada y a los 20 retomé con la idea de pintar. Luego volví a trabajar, siempre de otra cosa. Recién hace diez años tomé la decisión de dedicarme de lleno a la pintura.

Llama mucho la atención cómo tomaste esa decisión en una instancia de adultez, en lugar de venir “haciendo carrera” desde joven. ¿Cómo fue ese cambio, ese salto donde decidiste cambiar totalmente tu vida y dedicarte a ser artista?
El click fue con la crisis del 2001. Yo ya venía dibujando y pintando pero no mostraba. En esa época hice una muestra y al día siguiente decidí que no iba a trabajar más, sino dedicarme a pintar.

Un llamado de vocación total…
Sí. En ese momento tenía tres locales de ropa y una fábrica. Cerré todo y me puse a pintar. No me importó nada más que eso.

¿Cómo sorteaste el miedo inicial?
Soy bastante desinhibido, así que miedo no tuve nunca.

Bueno, pero considerando que tenías un negocio relativamente estable, estabas dejando atrás algo importante.
Tuve la suerte de que mi esposa me avaló en la decisión, porque todo el mundo pensaba que me había vuelto loco, que estaba equivocado. Mi hija tenía casi tres años y el tema era de qué iba a vivir. Tuve la suerte de que me acompañaron y estoy muy feliz con la decisión que tomé. No sufrí mucho ese cambio porque, si bien pasé de tener todo a no tener nada, era lo que realmente quería hacer.

¿Cuánto hubo de optimismo y cuánto de determinación en esa decisión?
Hubo determinación más que optimismo. Yo no sabía qué iba a pasar realmente, pero tenía bien claro que quería pintar y que eso fuera más que algo para hacer en los ratos libres. Deseaba encontrarme todos los días con la pintura. Yo me levanto y quiero pintar. Después no sé qué va a pasar con esto. La pregunta no me la hice. La situación me fue llevando de una cosa a la otra y me di cuenta que quería ser artista, que quería vivir de mi obra y que este era mi trabajo.

¿Lo tomás como un trabajo, propiamente dicho?
Sí, lo encaro de una forma seria. Ojo, es un trabajo divertido: estar sucio no tiene precio. Tengo 40 años y parezco un chico de siete. También te brinda muchas relaciones humanas con gente, con situaciones de vida… se me abrieron muchas puertas.

Esto contrasta un poco con la idea del artista solitario, encerrado en su taller.
En un principio es un trabajo solitario, pero yo soy una persona muy sociable, entonces es una combinación explosiva, especialmente si a la gente le gusta lo que hago, porque puedo hablar hasta con las paredes. Me relaciono con facilidad, lo cual es hermoso porque uno se hace de nuevos amigos y conoce mucha gente. En ese sentido, es un trabajo muy divertido y dinámico. Por supuesto que también tiene las características de cualquier trabajo: uno tiene que encontrarle la vuelta todos los días frente al desafío de la creación y la creatividad en desarrollo. Eso también se genera en función a las horas que uno le ponga de trabajo. Esta es una actividad práctica, ya que cuanto más horas le ponga, más ejercicio hay y más productividad puede haber. No pinto solalemente cuando estoy inspirado.

Siempre parece haber dos escuelas creativas: aquella que dice que la inspiración es una fuerza externa viene al artista, y la que establece que hay que ir a buscarla. ¿Vos te sentís más representado por la segunda?
Soy más de buscarla. A mi todavía no me agarró. El día que toque el timbre me va a encontrar acá, en el estudio. Creo que hay que ponerle mucho trabajo a esto, pero estoy muy agradecido. Que a la gente le guste lo que hago y que yo pueda vivir de esto no tiene precio. Por eso hay que tratar de poner todo lo que uno puede. Al mismo tiempo, tengo una vida muy sencilla. Disfruto muchísimo de mi familia y amigos, vivo en Chaco, tengo dos perros… lo que se dice “una vida común”. Trato de no marearme con todo lo que puede venir porque tiene que prevalecer eso que estuvo siempre. No nuevo es más efímero.

¿Cómo combinás tu vida artística, que tal vez te impulsa más a estar acá en Buenos Aires, con la vida familiar que queda en Chaco?
Tenemos un departamento acá y una casa en Chaco. Todo el tiempo estamos yendo y viniendo. Mi esposa es una psiquiatra muy reconocida allá, entonces tratamos de adaptarnos a nuestras profesiones. Es fundamental para el desarrollo de una carrera artística que la familia acompañe mucho. Por suerte me siento muy acompañado así que no tengo ese problema de desarraigo. Sí extraño mi casa, el bar, los perros y todo eso.



Antes me contabas que sos más de buscar la inspiración. ¿Tenés algún tipo de rutina diaria de trabajo?
Voy viendo como pinta el día. Lo que sí tengo es esa cosa de levantarme y venir al taller. Aunque esté al pedo, prefiero que sea acá, con pintura cerca. Me gusta llegar sin saber qué voy a hacer, dejo que todos los días me sorprenda algo. Además, suelo trabajar de una forma muy dinámica, enfocándome en varias obras al mismo tiempo. Eso hace que no me aburra. Por suerte soy muy feliz con mi trabajo. Lo digo porque si no parece que uno siempre sufre. En otras épocas me tocó trabajar enojado con el sistema del arte y con ciertas circunstancias de la vida, pero después fui encontrándole la vuelta y aprendí a disfrutar esto que me toca. Está bueno poder reconocer cuando a uno le va bien, porque si no parece que siempre lloramos sobre el vaso vacío, aunque tal vez en realidad está cargadito. Trato de no modificar tanto mi vida, que no desaparezcan los amigos que siempre estuvieron, pero es difícil cuando uno viaja mucho y vive como al revés de todo.

¿Qué te inspira?
Es difícil definirlo. A veces te despertás y escuchás algo en el noticiero que te sirve como disparador. Siempre hay alguna palabra que queda dando vueltas y se termina convirtiendo en una idea. Hace mucho que estoy trabajando con las relaciones humanas. Me interesa mucho la incomunicación en un mundo tan globalizado. Después me fascinaron las miradas y, desde hace dos años, los ojos tomaron un gran protagonismo. También me divierte mucho intervenir un objeto. A veces ni siquiera tengo un hilo conductor sino que se va generando en la marcha. Una de las cosas que más me gusta de mi pintura es que es muy despreocupada. No tiene esa intención de convertirse en una “obra de arte”. Eso invita a que el público se sienta muy identificado. Tampoco tengo ningún prejuicio con el color, puedo mezclar todo con todo y siento que dentro de la “no estética” hay una estética.

¿Te incomoda el reconocimiento?
Me asusta. Todo el tiempo me sorprendo de las cosas. Nunca pienso que es “lo que me tocó”. Me divierte y emociona cuando escucho hablar de la obra, o veo que me va bien en lugares que son de referencia. Me siento muy valorado. El hecho ser un chico de barrio y haber crecido en una provincia me permite tener otra relación con el medio, con la pintura y con la vida misma. Cuando gano algún premio me cuesta asumirlo y sentirme a la altura, pero cada reconocimiento va reafirmando lo que hago.

¿A qué atribuís tu éxito?
Es una obra muy amigable, sencilla… La gente tiene una lectura muy inmediata y simple, aun dentro de la complejidad que pueda presentar. También el uso del color y ese relajo del que te contaba antes, donde dejé de buscar la “súper obra” sino la obra donde puedo decir “esto es lo que soy yo”. No hay que enloquecerse en tratar de ser algo sino preocuparse por ser lo que uno realmente es y encontrarse en la pintura con lo que uno hace y no con lo que uno quiere parecer.

¿Cómo es el futuro ideal para milo lockett?
Panzón y tomando buen whisky. Quiero ser un viejo loco, seguir con el arte, ayudar a la gente que pueda ayudar y hacer obras de bien para la sociedad. Quiero vivir bien hasta el último día.

¿Estás orgulloso de tu obra?
Sí, muy orgulloso y feliz. Estoy pasando por un momento de plenitud y me alegra mucho saber que no me equivoqué. Me di cuenta que las cosas tienen que ser lo que son: no hay que forzar nada ni tener miedo. Cuando uno tiene una convicción, hay que hacerlo y tener en cuenta que el éxito está en elegir, no en los bienes que uno puede acumular. La felicidad dura un ratito y hay que disfrutar ese ratito en vez de ir a buscarla todo el tiempo. A lo mejor fuiste feliz cinco veces en tu vida y tenés que estar contento por eso. Esas cosas son las que uno tiene que ambicionar y deben acompañar en tu obra.





*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.revistaG7.com

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¿Qué tiene que ver esto con el rock? Nada realmente... pero es interesante conocer gente creativa de todos los ámbitos y me parecía piola subir esta nota.

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