La era de la madurez

Nikita Nipone acaba de editar El extranjero, su tercer disco. Con ánimo de reinventarse y sacudir el eclecticismo que los caracteriza, lograron su trabajo más enfocado y maduro, embajador de lo que definen como “rock agridulce”.



TEXTO MARTIN SANTORO
FOTO PATRICIO GOMEZ LLAMBÍ

La charla se convierte en entrevista casi sin darnos cuenta. Lucio De Caro, cantante del grupo, se hunde en un mullido sillón de su departamento. Prende el primero de seis cigarrillos y, entre aros de humo, reflexiona: “Últimamente me cuesta encontrar buenos letristas. La cultura pop arruinó un poco eso. Ahora parece que las palabras son un mero acompañamiento de lo que está pasando musicalmente. Yo creo que nosotros proponemos las dos cosas: música interesante y una letra que te haga pensar, que esté a la altura. Buscamos un ‘impacto total’, como si fuera una película de Steven Segal (risas)”.

Nikita Nipone siempre fue una banda caprichosa, una isla dentro de la geografía del under. El quinteto, compuesto por Francisco Stuart Milne (guitarra), Pablo Valle (bajo), Paz Villahoz (teclados), Nicolás Mirleman (batería) y el propio De Caro, resulta demasiado rockero para el indie sensible y demasiado ecléctico para el rock conservador. Duro con ellos (2005), su debut discográfico, los presentó como juglares eléctricos, egresados con honores de la “Escuela Frank Zappa para músicos inquietos”. Con virtuosismo instrumental, forjaron viñetas de canibalismo entremezcladas con críticas a la sociedad de consumo, tomando al humor y la irreverencia como punta de lanza.

Una oración (2007), su sucesor, profundizó el modelo hasta llevarlo a su máxima expresión. Como un laboratorio sonoro, hicieron gala de un calidoscopio estilístico, desde el rock pesado hasta la bossa nova. De esta forma, desplegaron operetas de rock inquietas que se movían con soltura entre distorsiones abrasivas y coros angelicales. Además, el disco recibió un tratamiento de lujo: fue producido por la banda, grabado por el ingeniero Uriel Dorfman (Gustavo Cerati), mezclado por Patricio Claypole (Los Natas, Divididos, Los Piojos) y masterizado por Justin Weiss (Sepultura, Mr. Bungle, Melvins).

Ahora, acaban de editar su tercer trabajo: El extranjero. En este disco, el quinteto se redefine y busca cristalizar sus mayores virtudes. Antes se describían como “una licuadora a todo motor” y parecían más interesados en explorar (y explotar) fronteras musicales. Hoy dejan de lado la experimentación caprichosa para ponerse al servicio de la canción. La producción orgánica y consonante de Mariano “Manza” Esaín (Valle de muñecas, Mataplantas, normA) capitaliza esa búsqueda, tendiendo un puente entre el pasado y el futuro.

A lo largo de once canciones, melodías pegadizas y enérgicas se nutren con ritmos efervescentes, estridencia rockera, psicodelia onírica y riffs candentes. De esta forma, generan climas tan ágiles como espesos, tan radiantes como noctámbulos. Así, potencian letras intimistas y reflexivas sin perder la chispa que los caracteriza. Con nuevos ojos, la banda no se deshace de su historia sino que la toma como plataforma para cambiar de piel y dar un salto hacia delante.

¿Sentís que El extranjero es un disco más maduro que sus antecesores?
Se podría decir que es un rock agridulce. Si bien tiene una impronta más seria y hasta oscura por momentos, la música es pura energía y te deja bien arriba. Esa dualidad estuvo planteada de entrada y me parece que logramos plasmarla.

En ese sentido, se puede decir que marca un quiebre. Donde antes hacían bandera de la experimentación, ahora hay una intención más clara y enfocada que engloba todas las canciones. ¿Fue una decisión consciente o una progresión natural?
Una oración fue un disco demasiado ecléctico. Tiene temas muy disímiles entre si, con una producción puntual para cada canción. Después de grabarlo entramos en una especie de crisis de identidad porque no sabíamos si queríamos seguir en ese camino para siempre. Frenamos para pensar: “¿Qué es lo mejor de nosotros? Tenemos un baterista que le pega con todo, casi grunge. ¿Por qué lo estamos haciendo tocar un foxtrot? No tiene sentido. Saquémosle más el jugo a esa violencia. El guitarrista es un es un as de los efectos y los sonidos vintage, con la habilidad de sacar arando una canción con un solo. Pongámoslo más al frente. El bajo es recontra sólido y contundente. Enfaticemos eso. Tenemos una tecladista que hace arreglos finos sobre una estructura de rock clásico y eso es algo que también debe aprovecharse al máximo”. De a poco fuimos acomodando piezas y salió esto. Por suerte, encontramos en Manza un interlocutor entre lo que queríamos hacer y lo que terminó siendo, lo cual fue buenísimo. Es un tipo súper flexible y nosotros queríamos un productor así porque, como músicos, somos muy quisquillosos.

Una de las características más destacadas que tienen sus discos es, justamente, el cuidado al detalle, a los sonidos, efectos y texturas. Parecen estar merodeando en un segundo plano pero realmente hacen al carácter de las canciones.
Uno de los grandes artífices de esto es Francisco, nuestro guitarrista. En este sentido, el trabajo de producción cuadró perfecto porque supo entender que nosotros buscábamos eso. Era algo que no íbamos a relegar nunca.

Dentro de la lírica, las canciones tienen un hilo conductor en la figura del extranjero, del paria, del que no termina de encontrar su lugar. ¿Qué te inspiró?
Con el tiempo creo que me fui sintiendo fuera de época. Cuando vas creciendo y ves a los pendejos con sus tribus, modas y todo eso, no podés evitar preguntarte qué carajo está pasando en el mundo. Tenía esa sensación de estar “afuera” y quería plasmarlo en un disco. De ahí nace el concepto: nos sentimos locales expatriados o extranjeros adoptados.

También dejaste de recurrir tanto al uso de personajes como protagonistas. Eso hace que el oyente pueda tener más empatía.
Antes solía escribir mucho imaginándome en tercera persona pero El extranjero es bastante íntimo en ese sentido. Hay tintes de humor pero es un disco lleno de emociones. Eso genera un mayor vínculo entre el oyente y el autor.

El humor siempre fue una de los rasgos característicos de sus letras. ¿En algún momento tuvieron miedo de ser presos de eso y convertirse en “la banda chistosa” o algo así?
Es una buena pregunta. El problema que teníamos es que la joda y lo serio estaba muy entremezclado. Si sos Frank Zappa y hacés todas las canciones en joda, con letras para descostillarse de risa, eso es una propuesta clara, encarada hacia un lado. Nosotros estábamos en un punto medio. Había temas que hablaban de cuestiones serias como “Down”, “El santiagueño” o “Una oración”, pero convivían con otras como “Water”, por ejemplo. Ese tipo de locuras me siguen saliendo pero son más para divertirme solo y no tanto para meter en el mundo de Nikita. En El extranjero depuramos algo que ya veníamos haciendo, pero que tal vez estaba oculto atrás de una maraña de cosas.

Ustedes son una banda muy prolífica a nivel compositivo pero, en casi diez años de carrera, apenas sacaron tres discos. ¿Por qué plasmaron tan poco?
Creo que hilamos muy fino, pero eso se está revirtiendo ahora. Esta vez grabamos quince canciones y dejamos cuatro afuera del disco. Es muy probable que para fin de año hagamos un EP con eso. Para nosotros, los procesos son muy largos, costosos y demandan mucha energía. No somos una banda de garage. Ensayamos muchísimo para buscar sonidos, detalles y arreglos que también hacen a la canción. Además, todos somos fanáticos del audio, así que siempre queremos que suene lo mejore posible. Buscamos lograr un producto de calidad.

Muchos músicos de gran renombre elogian su trabajo. ¿Qué les representa a ustedes esa apreciación?
¿Qué mejor que un colega tuyo valore algo que cuesta tanto laburo? Además, es una opinión autorizada. Es como que venga el Diego y te diga que jugás bien al fútbol. No es lo mismo que lo haga tu vieja, que te quiere, a que sea Andrés Calamaro. Él sabe de lo que está hablando: tiene horas de estudio, entiende lo difícil que es grabar, el arte de componer, lo tortuoso que puede ser todo el proceso, el peso de las expectativas, las cuestiones de egos y muchísimos etcéteras.

¿Qué fue lo más interesante de hacer “Convoy Larrosa” junto a Calamaro?
Por sobre todo, los temas están buenísimos. Cuando nos pasó los demos, la flasheamos. Nos encantó toda la temática tumbera, oscura y de inframundo, contada con una poética casi tanguera. La idea nos gustaba y creíamos que podíamos hacer un muy buen aporte desde lo estético y musical. Además, fue genial ver trabajar a Andrés. Es increíble cómo maneja los tiempos y la dinámica de la canción. Aparte, es un tipazo, humilde, laburador y muy buena gente. Se puede decir que ganamos un amigo haciendo un proyecto paralelo en el cual nos cagamos de risa, aprendimos mucho e hicimos temas buenísimos. Cerraba por todos lados.

Volviendo al disco, el concepto de ser extranjeros también puede aplicarse a ustedes como banda, ya que nunca terminan de encajar en ninguna “escena” o “movida”. ¿Lo sentís así?
Eso se fue dando casi sin querer. Creo que la impronta planteada desde la música y su personalidad dirigieron al barco hacia ese rumbo. Me parece que hacemos rock un poco intelectual, por decirlo de alguna manera. Tal vez tenga un destino más de culto y no tan masivo.

¿Vos estarías en paz con eso?
Totalmente. Tampoco me duele la cosa de “no pertenecer” porque, en definitiva, terminamos logrando lo mismo todos. Tocamos en los mismos lugares y salimos en las mismas revistas. No siento que somos tan distintos en cuanto a la actividad que hacemos. Si vos tenés movida, te van a llamar. Por eso vamos para adelante con lo que nos gusta y no nos enganchamos con lo demás.

Hoy en día, ¿qué es más difícil para una banda: llegar o mantenerse?
Yo creo que mantenerse. Requiere de mucha concentración. No podés dar un paso en falso porque el mercado es feroz. La gente que te consume, ya sea como músico, ingeniero o abogado, hace que hoy estés y mañana no seas nada. Además, es muy difícil mantener algo porque también aburren las repeticiones de fórmulas. Antes, Led Zeppelin salía a tocar rock, editaba ocho discos así y el público no sólo se los morfaba a todos sino que cada vez eran más grandes. Hoy, Divididos saca un discazo y sigue haciendo Luna Parks pero a River no llega.

No parecés muy optimista.
Me animo a decir que lo más difícil de todo es seguir creciendo. Cada vez vas a aburrir más a la gente porque está súper informada. Hay tanta oferta que te das vuelta y apareció otro grupo que te gusta más. Ya no existe eso de “yo soy de tal banda”. Hoy se escucha de todo. Y se escuchan canciones, listas, pero no obras enteras. Pasó a ser más importante pegar un tema. Eso hace que una banda que tenga un proyecto de disco quede medio obsoleta.

¿Creés que hay una renovación en el rock?
La última banda que la pegó con furor fue Miranda. Él mató a un policía motorizado y Bicicletas no son el recambio de Los Piojos y La Renga. Las bandas de ahora llegan, pero hasta cierto punto. Onda Vaga creció muchísimo pero todavía no puede llenar un Obras. Como dije, es difícil mantenerse. Tenés que sorprender todo el tiempo. Eso es algo que Babasónicos supo hacer muy bien. Repetir la formula no te asegura el éxito. Cuando la gente se va poniendo grande también va perdiendo el ímpetu de estar en la movida y se hace más difícil. Los tiempos van mucho más rápido de lo que vos crecés.

En ese sentido, ¿qué es el éxito para ustedes?
Seguir haciendo exactamente lo que nos sale hacer. No buscamos la recepción masiva de nuestro material ni que nos llamen de todos lados. Obviamente, uno se siente bien cuando su arte es valorado, pero eso no es el éxito. Vos no podés ir en contra de lo que sentís sólo para pegarla. Si pensara así, estaríamos haciendo reggaeton o cumbia. Podríamos tocar eso tranquilamente: somos buenos músicos y se me ocurren miles de letras buenísimas. El tema es que, después, con la almohada no tengo paz.

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