Juglar rioplatense

Martín Buscaglia es uno de los talentos más interesantes que nos ha dado la otra orilla del Río de la Plata. Acaba de editar su segundo disco, “Temporada de conejos”, un huracán creativo que coquetea y experimenta con muchos géneros sin casarse con ninguno ni perder su estampa personal. El uruguayo exuda la misma sensibilidad con una guitarra acústica que con una cruda base electrónica.





TEXTO MARTIN SANTORO
FOTO ARIEL SABATELLA

Escuchando “Temporada de conejos”, me da la sensación que no es un disco tan directo como “El evangelio según mi jardinero” pero que, justamente, cuanto más se lo escucha, más se descubren sutilezas y capas de sonidos latentes. ¿Era esa tu intención?
Sí. Ya desde que culminé mi disco anterior sentí que quería hacer el próximo de esta manera, una hipérbole del “Evangelio…”: más áspero en la superficie y con mayor profundidad musical en su interior. Quería que la mejor manera de apreciarlo fuese en la segunda vez, que precise de varias escuchas y no fuese evidentemente cancionero en apariencia. También buscaba que las letras, como por ejemplo en “Cortocircuito”, parezcan destartaladas pero que tengan una férrea lógica, disciplina, rima en su interior. Además, que tuviese algunos escollos musgosos, como el coro al principio de “Oda a mi bicicleta”, donde la canción era tan linda que necesité ponerle ese arrecife en el comienzo para que no todos lo atraviesen y seamos menos en la isla, pero con más cosas en común.

En el disco, pasás del funk candombero de “Jaula de motos” a la inocencia de “Oda a mi bicicleta” o a cosas más crudas como el “Blues del carrito”. ¿Cómo haces para ponerte todos estos trajes pero seguir manteniendo un sonido propio?
Justamente nombraste las tres aristas que mas me interesaba desarrollar en este trabajo. El lado groovero (con “Jaula de motos” y “Spam”), el cavernícola (“Si no está roto no lo arregles”, “Blues del carrito”) y el sunshine melifluo (“Bicicleta”, “Calabaza”). Todos soy yo y todos se fagocitan entre si. Las apariencias engañan: el “Carrito” tiene la simpleza lorquiana de la letra y un groove de bombo legüero chacareroso con scratches de Michael Jackson y canto hömeii de Tuva. “Bicicleta” tiene esa batería súper dura, como de oso panda de hojalata hongkonés, tensando la fluidez del ukelele. “Jaula de motos” está escrito en sextillas, lo que lleva todo a un lado más telúrico.

¿Los sonidos más experimentales ya están en tu cabeza desde el primer momento que te sentás a componer o son colores que vas agregando después?
Depende. Hay cosas que, de antemano, tengo ganas de probar, como el sonido del Rock and Samba en “No vamos a parar nunca” o decisiones conceptuales, como utilizar básicamente el Stylophone como único teclado en el disco. En general, una vez compuesta, la misma canción te lleva a como interpretarla y con qué.

¿Qué lugar sentís que ocupa la tecnología y las máquinas en tu música?
El mismo que los diversos instrumentos y formas poéticas.

En este álbum te destacás como multiinstrumentista. ¿Fue por ganas o por necesidad?
Por ganas. No lo necesito porque tanto en vivo como en el estudio (cuando lo prefiero), toco con músicos maravillosos de los cuales aprendo mucho. Esa es una condición que considero esencial para tocar con alguien: que puedas ser alternativamente maestro y discípulo, como diría Tom Lupo. En este caso particular me interesaba exprimir mi singularidad, más que la virtuosidad de otro instrumentista. El proceso del disco está muy influenciado por mis shows solistas, de hombre orquesta errante.

¿Cómo traducís lo plasmado en el escenario? ¿Tratás de mantenerte fiel o lo tomás como otra cosa completamente distinta?
Mantenerme fiel a una música o idea no implica necesariamente reproducirla exactamente. Los elementos a manejar en escena son bien distintos a los del estudio, donde está el tiempo libre, la minucia para dar la textura exacta y el plano a un sonido ínfimo. En directo está el cuerpo, el drama y el factor litúrgico de la cosa.

¿Cuánto margen de improvisación había en el disco?
Me fascina el hecho de que improvisar es el momento en que en realidad debés estar más concentrado y alineado para que lo que surja sea equivalente en potencia y valor a lo que tramaste minuciosamente. Me parece mucho más fácil tocar algo difícil, solo se necesita tiempo y paciencia. El orden y la disciplina como liberadores y generadores. Una vez que tomo la decision de que algo quede grabado, más allá de que haya surgido de una premisa previa, de un rapto de inspiración o de un sueño, pasa a ser parte de la obra y debo hacerme cargo de ello.

¿De dónde viene ese espíritu lúdico que te lleva a jugar con palabras, rimas, ritmos y sonidos? ¿Es una búsqueda por mantener una frescura constante?
El arte es infinito, por ahora tengo energía y ganas de explorar a fondo. Llevo cantimplora, repelente y navaja suiza.

¿Cómo es tu relación con él público argentino?
Sinceramente, muy efusiva. Me encanta cruzar a tocar, la intensidad de un viaje no se mide en la cantidad de kilómetros recorridos. Los shows son la vida real, no hay truco posible. Siempre es inspirador y muchas veces pedagógico.

¿Sentís que lograste ser profeta en tu tierra o te ha resultado más “sencillo” en el exterior?
Siempre hice la música que quise, pero Uruguay tiene un lado “pueblo chico infierno grande”, una cosa de necesitar la aprobación de los mayores para prestar atención a ciertas cosas. Ahora está todo en auge, pero sí, en ciertas cosas afuera fue una autopista y adentro un camino de ripio.



*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.revistaG7.com

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