Hace camino al andar

Juan Pablo Villarino es autor del libro “Vagabundeando en el eje del mal – Un viaje a dedo por Irán, Irak y Afganistan”. A través de su pluma, no solo busca retratar un viaje sino que este mochilero-sociólogo apunta a desmitificar y humanizar una de las regiones más polémicas y conflictivas del planeta.

TEXTO MARTIN SANTORO





A principios de 2005, Villarino zarpó de Belfast, Irlanda, rumbo a Medio Oriente con su mochila al hombro y un objetivo inquebrantable: cruzar la región a dedo, para demostrar la hospitalidad de los habitantes de Turquía, Siria, Egipto, Irán, Irak y Afganistán. En el medio, las postales más increíbles para aquellos con un asiento cómodo a la distancia: desde tomar el té en un campo minado hasta enseñar a viajar a dedo en el Parlamento kurdo. Sin más vehículos que la mano extendida y el pulgar apuntando al horizonte, este mochilero se embarcó en una epopeya, “una oda al movimiento y al entendimiento humano”. Sin duda, la historia es el viaje.

Si bien es un viaje personal, pareciera que gran parte del empuje viene de un espíritu altruista y la idea de que “alguien tiene que mostrar que no todo es como se ve en los medios”. ¿Vos lo sentís así?
La condición para ser escritor es sentir que uno tiene algo para decir que vale la pena ser dicho. Cada viaje me da infinitos motivos para usar la palabra como espejo del mundo real, que nunca es. Desde que había comenzado a viajar sabía que el mundo era un sitio mucho más amistoso que lo que la televisión se empeña en mostrar. Entonces me propuse hacer de la hospitalidad el eje temático de mis crónicas, sin perder de vista el retrato de la cotidianidad, las desigualdades y otras cuestiones que me parecen definitorias de cualquier país y sociedad.

También hay una búsqueda por derrumbar estereotipos…
Ese tema también me parece central. Eso de que los europeos son todos fríos, los árabes todos terroristas y fundamentalistas, y los chinos cultivadores de arroz o dueños de supermercados. Por eso me gusta retratar episodios aparentemente mundanos, pero que para mí encierran esencias de cada sociedad. La alegría que demuestra el zapatero del bazar de Der-ez-Zoir, en Siria, al reparar mis botas cansadas de andar, desmiente mejor que cualquier monografía antropológica el supuesto recelo de los musulmanes hacia los occidentales. Crucé Afganistán haciendo dedo durante un mes. Todos creían que no iba a salir vivo de allí y, sin embargo, en mi camino no encontré más que gente cordial y caballerosa. Todo mi periplo en Irak, Irán y Afganistán tenía precisamente el fin de desmantelar, a fuerza de evidencia, el discurso mediático oficial, que es el de un Medio Oriente intrínsecamente violento.

En mi viaje fui alojado por familias campesinas, maestros y caminé al lado de nómadas con camellos. Siento que mi deber es contar quién es toda esa fantástica gente que los medios tratan en paquete y tildan de terroristas. Escribo en defensa de esa pluralidad, de los casos particulares, y en contra de las generalizaciones escritas por periodistas de despacho que copian y pegan noticias que encuentran en Google. Siento que el escritor viajero tiene la responsabilidad social de contrabandear las palabras de lucha en lucha de la misma manera que una abeja lleva el polen de flor en flor. Eso significa para mí hoy la comunicación.

Está claro que una de tus metas parece ser establecer una especie de puente empático entre culturas ubicadas casi en las antípodas por gobiernos y medios. ¿Crees que lograste lo que querías con este viaje y el libro?
El libro está dedicado en sus primeras páginas a la hospitalidad y honorabilidad de esos pueblos. El lector sabe así de antemano que se encuentra ante una verdad poco cómoda de asimilar, que lo que le venían diciendo, lo que venían creyendo, era mentira. Recibo muchos mails de lectores que me confiesan que en ese sentido el libro les ha sido revelador. Por eso intuyo que sí, que cumplí el objetivo. Hay maestras que me escriben para contarme que lo utilizan en sus aulas para ilustrar temas como los derechos humanos y la tolerancia intercultural, lo que me enorgullece. Uno no espera cambiar el mundo con un libro, pero trabaja coherentemente con ese fin, dejando mensajes, testimonios de otra visión posible del mundo. Cada libro escrito es una semilla puesta para el cambio.

En esta experiencia queda claro que, además de viajero, tenés un gran espíritu antropológico. De tener que hacerlo, ¿cómo te definirías?
Me defino como escritor nómada. Ese peregrinar por las culturas del mundo sería un desperdicio o un ocio turístico sino aplicara una óptica antropológica que no hiciera foco en el aspecto social de cada país visitado. El autostop, por su lado, el viaje a dedo, tiene para mí un sentido que trasciende el hecho del transporte gratuito, en tanto es mi instrumento de exploración antropológica y sociológica. Subirse y bajarse de un vehículo a otro no deja de ser una sesión aleatoria de entrevistas, una forma de conocer la sociedad visitada, a través de las filtraciones en el discurso de mi conductor.

¿En qué momento sentiste que el viaje tenía que culminar en un libro? ¿Era algo que tenías planeado desde el principio o que surgió después de vivir esa experiencia?
Desde el 2001 todos los viajes que realizo tienen el sentido de ir amasando un libro. Día a día se escriben las páginas, se suceden las ciudades, los camiones y las sorpresas. Viajar y escribir son para mí dos artes inseparables, por lo tanto desde el inicio tomé notas con miras a hacer un libro sobre el viaje. Sin embargo, fueron la magia y la hospitalidad de Medio Oriente los que me hicieron dedicar el libro a esos países y no otros. La impronta espiritual que me dejaron los países musulmanes fue grande, sentí que era mi deber el hacer circular esa otra realidad, la de un Irán y un Afganistán poblados por personas normales, amables, geniales. Más que nunca, sentí la necesidad de multiplicar ese libro y ese mensaje. Fue ese ímpetu el que me permitió llegar finalmente a que trascendiera la suerte de mis libros artesanales previos y llegara a gozar de una edición masiva como la actual.

Respecto a la propia escritura del libro, me intriga saber cómo fue el proceso. ¿Tomaste muchísimas notas en el momento o tenés una memoria prodigiosa? ¿Lo ibas escribiendo mientras viajabas o arrancaste una vez finalizado el viaje, con una perspectiva más completa?
Todo empieza con notas o palabras claves escritas en mi libreta mientras viajo, sea arriba de un camión que cruza el Altiplano Boliviano o en una casa de té iraní. Al final de cada día añado aquellas reflexiones que me surgieron mientras esos sucesos tenían lugar, pero que su mismo devenir me impedía disociarme para elaborarlos. La perspectiva, por ejemplo, aparece a la hora de acostarse. Este paso lo hago en un ordenador portátil. Esto hace más fácil las cosas. Rápidamente puedo buscar material en mis archivos para citar parte de un poema escrito en Laos bajo una sobredosis involuntaria de medicación contra la malaria o un fragmento de la opinión política de una vendedora de hortalizas del mercado de Sucre. Puedo estar escribiendo en la habitación de una pensión o dentro de mi carpa, pero lo hago con disciplina. De otra manera los eventos en la memoria se van confundiendo y las impresiones contagiando por opiniones formadas con posterioridad.

Una vez a la semana, recapitulo lo que he escrito y elaboro una o más notas para el blog, junto con sus correspondientes fotografías. Eso me requiere, una vez a la semana, encontrar un sitio donde pueda trabajar con comodidad. Mientras la documentación sucede en cualquier parte, la redacción me requiere una dosis de confort… El proceso de llegar al libro sólo comienza cuando he regresado. Ahí me reúno en asamblea con todos los relatos semanales subidos a mi página, las libretas originales y la memoria. Con suerte, al cabo de medio año aparece la joya pulida, las historias engarzadas, consteladas por las páginas de un libro. Es mucho trabajo, hay que editar, investigar, ir a bibliografía, y excavar la propia memoria en busca de la palabra, la fecha o ese nombre preciso. Y claro, la perspectiva es fundamental, que luego de terminado el viaje redimensiona todo lo vivido.

Si bien el libro tiene como base la crónica, en este caso el género viene acompañado de una buena carga documental y un gran sentido del humor. ¿Sentís que son herramientas claves a la hora de dar información lo más completa posible y, al mismo tiempo, mantener el interés del lector? ¿Cómo definirías tu estilo?
Por un lado es eso: intento que el relato sea ameno y que cierto pulso de humor permita que el lector navegue más fácil los pasajes quizás más informativos o teóricos. Pero en este caso, es un humor que emana realmente de la fidelidad del relato, que calca sin censura toda la adrenalina y el absurdo que uno realmente vive cuando viaja, las situaciones disparatadas que acontecen, y todos los avatares de la vida nómada. El tono del relato no está manipulado con criterio de mantener un rating, sino que transmite la magia natural que tienen estos viajes.

Cuando a uno lo comparan con un ave migratoria y le encajan un anillo numerado en el dedo o cuando le preguntan los beduinos del Sahara si en Argentina también hay estrellas, lo enmarcan en episodios que dan cuenta que uno ha alcanzado el estilo de vida deseado… y también la historia deseada, porque uno ya viaja imaginando como se vería escrito lo vivido, y a veces incluso permite suceder eventos por el sólo hecho de que son brotes tan raros, episodios tan ridículos y divertidos que merecen vivir y ser leídos, sólo por ello.

Más allá de los preceptos e ideologías personales, debe ser difícil hacerles entender esta pasión a tu familia y amigos. ¿Cómo se tomaron la idea de hacer este viaje (y la vida nómada en general)?
Mi mamá es la que más me hacer reír. Con normal preocupación maternal, se alarma, pero de forma muy impredecible. Cuando estaba en Finlandia y contaba que acampaba en un páramo rodeado de renos, ella buscaba en Internet si los renos eran carnívoros. Cuando les conté por teléfono que pensaba entrar en Irak, ella me recomendó que me diera otra dosis de antitetánica. Luego el resto, mi padre y mis hermanos, ya lo tienen asumido. Imaginate que mi sobrina Ángela me decía “el tío de la foto”…

Después de semejantes viajes y de experiencias tan únicas como intensas, ¿podés volver a un ritmo de vida “normal”?
No me imagino ahora una vida sedentaria, vivir en una misma ciudad toda la vida con viajes esporádicos. Sí me gustaría tener una base o lugar propio donde descansar y escribir en los años “quietos” entre viajes largos, donde guardar también los mapas, las libretas, documentos, y papeles de viaje en general. Sería como un centro cultural o una posada temática destinada a ser un santuario del espíritu viajero. Pero para eso falta, principalmente porque mis recursos apenas me alcanzan para cubrir los gastos mínimos de mis vagabundeos. Además de los libros que se venden en librerías, vendo postales artesanales de mis fotos para sobrevivir mientras viajo. O sea que por el momento no puedo pensar en otra cosa que en el día a día.

¿Podés quedarte quieto o siempre estás planeando el próximo viaje?
Siempre estoy formulando viajes, mirando mapas. Los años que no viaje serán porque estoy escribiendo, transformando lo viajado en un libro, para que el viaje también viaje.

¿Con qué criterio elegís tus destinos?
Cada viaje tiene llega a ser concreto a partir de criterios distintos. Ante todo, soy de los que prefieren los viajes largos, tomo un continente y lo cruzo siguiendo un itinerario totalmente flexible pero con muchos países que no cedo al azar, presas precisas. Una premisa fundamental es un itinerario que enhebre sitios relevantes al criterio de documentación que tenga yo al momento de viajar. En general, doy prioridad a comunidades periféricas sobre los sitios trillados, conocidos y fotografiados. No me interesa repetir postales con mi cámara, sino explorar la historia contemporánea. Para mí es más interesante compartir un día de viaje con un camionero cusqueño y su familia que visitar el Machu Pichu. ¿Por qué habría de estar más interesado en la vida cotidiano de los Incas que en la de los peruanos del 2010?

No quiero decir que Machu Pichu carezca de interés, pero si esgrimo la posibilidad de que la proliferación de la cultura del turismo no haga más que dirigir a los viajeros a los sitios de interés obvios que se transforman en fetiches. Por eso muchas veces elijo carreteras al azar que llevan a pueblos sobre los que jamás he escuchado reseña alguna. Para mi es la única forma de conocer a fondo un país. Cuando elijo viajar en Asia o en América, voy procurando que el itinerario incluya aquellos lugares segregados, aislados, o archiconocidos pero con distorsión mediática. Por eso elegí viajar en Irak, Irán y Afganistán.

Una de las cosas que más destacás a nivel humano es la apertura y predisposición de quienes te acogieron a lo largo del viaje. ¿Crees que hubieses recibido la misma hospitalidad si no fueras argentino? ¿Pensás que de ser estadounidense o europeo, hubieses sido recibido de la misma forma?
Creo que ellos son abiertos sin distinción de nacionalidad. De todos modos concuerdo en que el ser argentino me ponía en situación casi de par con ellos, es decir, ciudadano de otro país en vías de desarrollo. En todo mi viaje por Medio Oriente, ser latinoamericano me ha expuesto a infinitas muestras de solidaridad. Ser latinoamericano en Medio Oriente implica encarnar esta condensación de diferente y de mismo, de Occidental a la vez que semejante humano habitante del mundo en desarrollo, con un pie hundido en la pobreza y la dignidad. Aunque me consta que los musulmanes dispensan su espontánea amistad con equidad al margen de la nacionalidad, no me quedan dudas de que saber en carne propia lo que es la corrupción, el fraude electoral, los semáforos que sólo destellan luces amarillas y los emisarios del FMI decidiendo el presupuesto de tus escuelas, los acerca más a mí que a los franceses que recorren el mundo con el dinero de la seguridad social cobrado a través de cualquier cajero automático.

Ser políglota parece ser uno de los grandes beneficios a la hora de conectarse con el contexto. A tu criterio, ¿cuáles son las herramientas fundamentales a la hora de vagabundear por el mundo?
La férrea convicción y comodidad con el movimiento. Es preciso disfrutar del nomadismo. La necesidad de un respiro de la rutina suele ser confundida con el deseo de vagabundear, pero son dos cosas distintas y a los pocos meses se puede ya ver, si uno tuvo suficiente o si acaso le vende el alma al horizonte. Cuando uno ya sabe lo que quiere, entonces el resto es más flexible. Hay cosas que ayudan, claro, como manejar inglés u otros idiomas internacionales. Español, inglés, francés, ruso y árabe son para mí los recomendables. Fundamental es la apertura mental, la predisposición a la experimentación y la maleabilidad. No está demás contar con alguna manera móvil de generar ingresos, sean la música, las artesanías o lo que fuere.

¿En qué lugar del mundo estás ahora? (ya sea Nepal o Avellaneda)
Estoy en Sucre, Bolivia, a donde he llegado como único pasajero del techo de un camión que transportaba 43 chanchos. Llegamos al matadero y tuve que ayudar a los choferes a los palos a conducir a los cerdos al corral…

¿Cuáles son tus planes futuros?
Actualmente estoy recorriendo a dedo desde Argentina a Alaska con la intención de documentar la hospitalidad pero también los problemas del continente. Por ello estoy viajando siguiendo casi con exclusividad carreteras secundarias, incluso rutas de ripio o tierra y hasta ríos. Los relatos conformarán un libro quizás titulado “Caminos Invisibles de America Latina”, que relevará la vida cotidiana y realidad de los rincones más remotos de nuestro continente. Mientras viajo realizo, además, un proyecto educativo patrocinado por el Movimiento Mundial por la Salud de los Pueblos y por mis propios lectores, quienes con algunas chirolas por mes me ayudan a dedicarme a hacer proyecciones fotográficas y charlas en escuelas y comunidades de forma gratuita para ellos. En el menú del blog pueden enterarse como volverse cómplices de este proyecto y colaborar.

Después de tanto tiempo de viaje me imagino que ya vas desarrollando una especie de “Biblia del viajero”. ¿Qué consejo le darías a alguien que se calza la mochila por primera vez?
¿Consejos para viajar bien y no terminar confundiendo al carnaval tilcareño con un descubrimiento místico? Sí, claro. Hoy día es cada vez mayor la cantidad de gente que viaja, lo que equivale a decir que también se ha vuelto como una moda. Encuentro mucha gente que sólo viaja porque tiene la posibilidad económica de hacerlo y va por el mundo tachando de la lista los sitios Patrimonio e la Humanidad de la UNESCO.

El viaje mochilero, antes una aventura, es hoy un pálido reflejo de lo que era en los setentas u ochentas, quizás debido a que la gran mayoría viaja siguiendo una Lonely Planet, como un previsible rebaño de ovejitas que van pasando por los mismos hostels y sitios obligados de turismo. En otras palabras, terminan ejecutando un turismo barato, pero la aventura rara vez está presente en sus viajes porque no arriesgan, no van a lugares de los que nunca sintieron hablar, sino adonde la foto postal está garantizada.

Por eso, recomiendo que quienes realmente quieran viajar, que se salgan de las rutas archirepetidas (Humahuaca, Potosí, Titicaca, Cuzco, Nazca, etc), que viajen con mapas, para saber dónde están parados, que utilicen las redes de alojamiento gratuito, que hagan dedo, viajen en bicicleta o caminen, y que intenten acercarse a la gente local. Es más importante visitar cualquier pueblo rural del Perú y entender los problemas de la sequía, del precio de mercado de sus productos, de la falta de escuelas, que visitar Machu Pichu vestido con textiles de colores y pensarse un hippie en contacto con la Pacha Mama.

Para seguir los viajes de Juan Villarino, visitar su blog: www.acrobatadelcamino.com



*Esta nota salió publicada en el sitio de la revista G7, www.revistaG7.com

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¿Qué tiene que ver esto con el rock? Nada realmente... pero es interesante conocer historias así.

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